Claudia Sheinbaum y la posverdad como estrategia discursiva
El discurso de la candidata de Morena da por sentado que el proyecto político al que pertenece no necesita ajustes. Esa renuncia a persuadir puede terminar ayudando a la oposición.
En una democracia, los políticos compiten con sus discursos para ganarse al electorado. Desde hace siglos, quienes aspiran a gobernar a sus pares han confiado en el poder de la palabra para convencer a la gente de llevarlos a cargos públicos. Pero ¿qué pasa cuando a un político no le interesa persuadir a sus potenciales votantes porque siente que no los necesita para ganar? ¿Qué pasa si una candidata entiende su discurso como la repetición de frases que no se sustentan en la realidad, pero que coinciden con lo que le dicta un poder más grande? Pasa lo que estamos viendo en la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum, donde la ausencia de un discurso persuasivo no se considera un error de estrategia, sino que es parte central de la estrategia.
Al revisar discursos recientes de la candidata del oficialismo, es fácil darse cuenta del problema que enfrenta su retórica. Varios analistas han puesto mucho énfasis en criticar su nula originalidad, y han identificado como principal problema su deseo exagerado de imitar en lenguaje, conceptos, frases –e incluso en tono de voz y acento– al presidente López Obrador. Pero, aunque notorios, esos errores tal vez no sean el principal problema de los discursos de la candidata.
El principal problema retórico de Claudia Sheinbaum es que sus discursos no buscan persuadir. No ofrece futuros deseables para construir junto al ciudadano, los decreta. No plantea preguntas interesantes, dicta las respuestas. No usa el lenguaje como pincel, sino como martillo. El de ella es un discurso tecnocrático, seco y duro, un listado de programas y políticas públicas que buscan confirmar en la mente de quienes la escuchan lo que ella considera hechos consumados: “México está en su mejor momento” gracias al liderazgo de Andrés Manuel López Obrador. El gobierno actual tiene un cúmulo de logros tan grande e impresionante, que lo natural, lo lógico y lo único que queda es apostar por la continuidad. La transformación que ya ha logrado el presidente es, de verdad, un evento histórico imparable. Y por eso, ellos representan “el movimiento político y social más fuerte de todo el planeta”.
La retórica de Sheinbaum no tiene en el centro a un ciudadano con la libertad de evaluar al partido en el gobierno y decidir si vuelve a votar por él. Tiene en su arranque, su centro y su final al presidente López Obrador. En su discurso de cierre de precampaña lo menciona 11 veces, mientras que solo menciona una vez por su nombre a Morena. Es un discurso construido desde el poder presidencial, en el que el argumento principal es que tenemos en Palacio Nacional a un líder providencial –infalible, intachable e irreprochable– que encabeza una épica histórica que goza de apoyo mayoritario. Por lo tanto, su proyecto político y de gobierno no necesita ajuste, corrección, cambio o mejora alguna.
“Ellos son el pasado, nosotros somos la esperanza de México”, dice Sheinbaum, y recurre a la misma narrativa demagógica que tantos y tan buenos resultados le ha dado a su creador político. “Ellos” representan todo lo malo, todos los vicios, todos los pecados y todos los defectos de la sociedad y por eso nunca tienen razón en nada. “Nosotros”, el “pueblo”, tenemos todas las virtudes, todas las bondades y, por lo tanto, tenemos toda la razón, en todos los temas, todo el tiempo. En ese “nosotros” solo caben quienes creen que “López Obrador no es un presidente más”, sino un líder que ha cambiado “el rumbo de la historia para iniciar la Cuarta Transformación de la Nación”. El precio del boleto de entrada a ese “nosotros” es aceptar que “bajo su mandato, estamos viviendo un momento extraordinario. México ha cambiado profundamente, para bien, en lo económico, en lo político, en lo social”. La membresía al grupo implica, por lo tanto, abrazar, con los seguidores más duros del lopezobradorismo, la idea de que en México entero “hay felicidad, hay alegría y hay entusiasmo por la Cuarta Transformación y por el presidente de la República”.
¿Le alcanza a Sheinbaum ese discurso para ganar la presidencia? Pensemos, para fines de argumentación, que sí. Imaginemos que es cierto que la mayoría de los mexicanos siente felicidad, alegría y entusiasmo ante la sola mención de López Obrador y por eso está deseosa de refrendar su voto por el mismo partido. Imaginemos que ese país de grandes logros que nos describe la candidata oficialista es real. Imaginemos entonces que el problema somos quienes no vivimos en esa comunidad emocional y nos empecinamos en seguir respirando, viendo, escuchando y analizando eso que seguimos llamando realidad. Imaginemos, además, que los ciudadanos no tienen forma de darse cuenta de esa realidad o que, si la tienen, son indiferentes a ella. Si es así, si el juicio del ciudadano es irrelevante, entonces el discurso de Sheinbaum es justo lo que ella necesita para ganar. La persuasión no importaría para nada.
Pero, ¿qué tal si ese no fuera el caso? ¿Qué pasa si Sheinbaum se equivoca en su cálculo y la gente, aunque reconoce y valora los programas de apoyo social o los avances relativos en su ingreso, no ve en López Obrador y en su gobierno toda la felicidad y perfección que ella describe? ¿Cuántos mexicanos valoran más los pesos que reciben del gobierno que la vida de un familiar muerto por la falta de medicinas? ¿Cuántas personas valoran más el dólar estable que su libertad para viajar por carretera? ¿Cuántos comerciantes están más contentos por sus ganancias de 2023 que por sus pérdidas sexenales por la extorsión?
Si ella estuviera preocupada por asegurarse la lealtad electoral de esas personas, entonces su discurso tendría que hablar de esas realidades, así fuera de manera sutil, enunciándolas como retos o desafíos para el futuro. No lo ha hecho ni por error, lo que refleja el poco margen de control que Sheinbaum tiene sobre su propio discurso. Ahí está su Talón de Aquiles. Gritar a los cuatro vientos que “México está mejor que nunca” podría estar ayudando más a la oposición que a su propia campaña. La posverdad como estrategia discursiva puede tener su límite en la única realidad que todos los ciudadanos, incluso los seguidores de López Obrador, pueden ver con claridad: ella no es él. ~