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Las guerras rompen el sueño de un Estado propio para palestinos, kurdos y baluchis

 

        Dos refugiados palestinos portan ramas para usarlas como leña en el campamento de Maghazi  AFP

 

La guerra en Gaza ha permitido a los grupos palestinos más nacionalistas y radicales reabrir el debate mundial sobre el derecho de ese pueblo árabe a tener un Estado, cuando el llamado «proceso de paz de Oriente Próximo» parecía condenado a entrar en el baúl de los recuerdos después de 75 años de guerras y falsas expectativas de acuerdos históricos.

Esa era la situación el pasado verano cuando el acercamiento entre Israel y Arabia Saudí disparó la ansiedad de los radicales palestinos. Estos -en particular el movimiento Hamás, que mandaba en Gaza- temían el abandono y aislamiento total por parte de sus aliados árabes, y la solución desesperada fue precipitar la guerra en la Franja. Ahora, irónicamente, en pleno fragor de la batalla, vuelve a encenderse el debate sobre el «derecho a un Estado palestino» como solución a todos los males.

La polémica está cargada de razones por ambas partes -Israel que se niega, y Palestina que lo reivindica, aunque no cualquier Estado-, y oculta con frecuencia algunas realidades que conviene no perder de vista. Una de ellas es el hecho, con frecuencia escamoteado, de que otros pueblos de la región, en particular los kurdos, tampoco tienen un Estado desde la caída del imperio otomano.

Hace unas semanas, el bombardeo de Irán de posiciones en Pakistán, y la réplica de éste, hicieron temer la apertura de un nuevo conflicto bélico regional. Fue una tormenta en un vaso de agua que sirvió, no obstante, para recordar que en aquella región existe también una tercera etnia importante, la baluchi, que aspira a lo que sus nacionalistas denominan el Gran Baluchistán, un territorio imaginario que en la actualidad se reparten tres Estados.

Movimientos armados

La minoría más populosa sin Estado en Oriente Próximo -con historia, lengua y cultura propias- es la kurda. La más popular, la palestina. En ambas comunidades aspiran a imponerse movimientos armados, que muchos países consideran ‘terroristas’ (el PKK kurdo, el palestino Hamás). Tienen en común la justificación de la lucha armada contra el Estado en que habitan, e incluso el recurso al terrorismo. En sus grupos armados bullen a la misma temperatura el fundamentalismo islámico y la lucha de clases marxista. La Historia demuestra que esa ideología nacionalista radical y violenta ha desvanecido precisamente las esperanzas de una mayoría silenciosa de kurdos, palestinos y baluchis para obtener un Estado propio.

En los grupos armados palestinos y kurdos bullen a la misma temperatura el fundamentalismo islámico y la lucha de clases marxista

En vívido contraste con los pueblos sin Estado, al menos cuatro Estados de Oriente Próximo pueden considerarse ‘fallidos’ desde el estallido de la llamada Primavera Árabe en 2011, que puso fin a varias dictaduras hereditarias. La realidad que desde hace más de una década presentan Libia, Siria, Irak y Yemen lleva a preguntarse con toda honradez si el concepto occidental de Estado es el más adecuado para devolver la paz y el progreso económico a un mundo heterogéno, en el que tienen tanta fuerza las raíces religiosas, étnicas y tribales de sus habitantes.

Concepto en entredicho

Nadie se plantea hoy el derecho de libios, sirios o yemeníes a poseer su propio Estado. Y al mismo tiempo, parece evidente que los territorios trazados con tiralíneas por las metrópolis europeas tras la Segunda Guerra Mundial ya han dejado de ser realistas, por la fuerza de los hechos. Más de una década después del derrocamiento de Gadafi o de Sadam Huséin, es difícil imaginarse de nuevo un país como Libia unido en un solo Estado central, o un régimen en Bagdad que trate de someter a su dictado a los kurdo-iraquíes del norte, que ya han consolidado una autonomía mucho más ambiciosa de lo que establece lo acordado por escrito.

Si las guerras civiles provocadas por la Primavera Árabe han desmontado la vieja armazón del Estado, el concepto de éste como panacea para palestinos, kurdos o baluchis -con su ornamento tradicional de continuidad territorial, Ejército, diplomacia y autosuficiencia económica- ha sido también puesto en entredicho por otras experiencias en la región.

El caso más interesante podría ser el del Líbano, el exterritorio colonial francés que durante décadas fue calificado por su estabilidad y prosperidad como ‘la Suiza de Oriente Próximo’.

Hasta la crisis que provocó la exportación a Beirut de otros conflictos regionales, la bonanza del territorio mediterráneo se basó no en un Estado central fuerte, sino en una fórmula original que los expertos califican de ‘confesionalismo’: el prudente reparto del poder político entre sus comunidades religiosas de cristianos, drusos y musulmanes suníes y chiíes. Una fórmula de equilibrios que se vino abajo con la guerra civil (1975-1990), levantó luego cabeza y volvió a hundirse en 2006 con la extensión al Líbano de la guerra de Israel contra los radicales palestinos y los chiíes de Hizbolá.

 

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