Ciencia y TecnologíaCulturaGente y Sociedad

Carmen Posadas: ¡Que vivan mis canas!

Dirán ustedes que intento arrimar el ascua a mi sardina –y es verdad–, pero me ha encantado leer la siguiente noticia: «Según el director de la Facultad de Medicina de la Universidad George Washington, el cerebro de una persona mayor es mucho más plástico de lo que hasta ahora se creía». Estudios recientes apuntan que, a partir de los 60 años, la interacción entre el hemisferio derecho y el izquierdo es más fluida, lo que se traduce en una mayor creatividad.

En un mundo donde las compañías empiezan a prescindir de sus empleados en cuanto frisan los 50, resulta esperanzador saber que, más allá de esa frontera, algunos empresarios idearon y pusieron en marcha empresas como Coca-Cola (fundada por John Pemberton cuando tenía 55 años); David Sanders, con 65, creó Kentucky Fried Chicken; y Ray Kroc, siendo algo más joven, inauguró su primer McDonald’s. Para nombrar solo un par de ejemplos femeninos, ahí están también los casos de Masako Wakamiya, que con 81 abriles desarrolló una exitosa aplicación de móvil que vale hoy  millones; o el de Arianna Huffington, fundadora de The Huffington Post.

¿Y la temible setentena? Como alguien que acaba de ingresar en ella, les diré que no está nada mal

Puede argumentarse, y es verdad, que a medida que se cumplen años se pierden fuerzas y energía. Pero precisamente esa pérdida de energía hace que uno no la malgaste en mil bobadas. Cuando uno es adolescente todas las posibilidades están abiertas. Desde ser campeón de tenis a ganar un Premio Nobel. Se produce, por tanto, eso que los franceses llaman embarras du choix, o sea, «mucho para elegir». Como todo es posible y todo es apasionante, se lía uno probando esto y aquello. Y cuanto más talento y más opciones tiene una persona, más confusión y, por tanto, también más dispersión.

Por el contrario, una de las cosas que se aprenden con la edad es que esa pérdida de energía de la que antes hablaba ayuda a enfocar. También a relativizar. Por lo menos en mi experiencia, a partir de los 50 uno aprende a saber lo que realmente le renta y lo que no. A los 60 (década prodigiosa) descubre que, como las tareas más importantes de la vida están ya hechas –los hijos grandes, la vida profesional encarrilada; etcétera–, puede uno dedicarse a todo aquello que pospuso mientras luchaba para situarse en la vida. Hay por eso gente que decide aprender un idioma; a otra le da por el submarinismo, el baile o cualquier otra asignatura pendiente.

¿Y la temible setentena? Como alguien que acaba de ingresar en ella, les diré que no está nada mal. Si a uno no le da por hacerse el joven, echarse un novio o una novia de 40 y acepta su edad, la setentena es la década de la sabiduría. No solo sabe uno lo que le compensa y lo que no, como en la década de los 50. No solo disfruta de lo que ha ganado con su esfuerzo como en la sesentena. A los 70 ya se las sabe uno más o menos todas y, a menos que sea un fatuo (error por cierto muy habitual), es difícil cometer graves errores.

Todo esto que acabo de enumerar pensaba yo que eran apreciaciones mías sin mucho fundamento y, por supuesto, nula base científica. Ahora, en cambio, al leer el informe de la Universidad George Washington, me doy cuenta de que tiene su explicación racional. Según este estudio, a pesar de que el cerebro de una persona mayor no es tan rápido como cuando era joven, con los años gana flexibilidad, por lo que es más probable tomar decisiones correctas. También es interesante que, a partir de los 60, la interacción entre el hemisferio izquierdo y el derecho sea más armoniosa, lo que se traduce en un aumento de la creatividad. No es cierto que, como se pensaba antes, las neuronas del cerebro mueran. Lo que ocurre es que las conexiones dejan de tener lugar si una persona no se dedica al trabajo mental. En un estudio realizado con voluntarios de diversas edades, los jóvenes se confundieron mucho más que los mayores de 60. Se estima que eso se debe a que una persona mayor opta por el camino que consume menos energía, se dispersa menos y elige mejor.

Total, y para resumir. Hacerse viejo es una lata y verse en el espejo a partir de cierta edad es un susto morrocotudo. Pero cada década tiene su lado luminoso y lo que la vida quita por un lado lo compensa por otro. Siempre y cuando, añadiría yo, que uno no quiera hacerse trampas en el solitario, comportarse como un memo y fingir que tiene veinte años menos.

 

Botón volver arriba