El inevitable rearme europeo
El eventual regreso de Trump a la Casa Blanca obliga a reconsiderar la Defensa europea y afrontar cuestiones incómodas como el futuro de nuestra capacidad de disuasión nuclear
El eventual regreso de Donald Trump a la Casa Blanca volverá a poner a prueba la capacidad de Europa de ponerse de acuerdo para actuar unida en el terreno de la Defensa. El delicado asunto del futuro de la OTAN adquirió una nueva dimensión después de que la semana pasada el expresidente lo sacara en plena campaña electoral, bajo los parámetros habituales que excitan a sus votantes: unos europeos aprovechados que se niegan a asumir el coste de proteger su independencia y soberanía. La primera reacción visible a esta provocación ha sido un artículo en el ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ del ministro alemán de Finanzas, el liberal Christian Lindner, que apuesta por abrir conversaciones con Francia para acordar una nueva política europea de disuasión nuclear.
La Unión Europea perdió la mitad de su capacidad bélica de carácter atómico con la salida del Reino Unido y el asunto no fue ni siquiera motivo de reflexión entre los gobiernos y la opinión pública del continente. Esto es un indicador más de cómo la población europea ha estado viviendo de espaldas a las cuestiones de seguridad y defensa que le afectan más directamente. Francia, el único país que dispone de un arsenal nuclear, ya ofreció en 2020 que se iniciaran conversaciones para articular la cooperación europea en materia de disuasión nuclear. La respuesta de sus demás socios fue el silencio. La cuestión es que la ‘Force de Frappe’ francesa plantea a los demás europeos el mismo dilema que representa su medio centenar de centrales nucleares de uso civil: se puede vivir ignorando los beneficios que representa la apuesta nuclear francesa, pero si las cosas llegaran a venir mal dadas, todos tendremos que asumir sus inconvenientes.
Si asumimos el aforismo de Clausewitz de que la actividad militar no es más que la continuación de la política por otros medios y consideramos la enorme dificultad para articular una política exterior única, se entiende el poco entusiasmo de los socios europeos por afrontar la cuestión. Más aún, la ciudadanía europea no está preparada para afrontar el debate, adormecida por un pacifismo que ha prosperado gracias a la protección y el liderazgo de Washington durante décadas. Pero la actitud de Trump obliga a reconsiderar el problema del rearme europeo y la delicada cuestión de la disuasión nuclear. En consecuencia, es lógico que uno de los efectos colaterales de este debate sea también la revisión del papel de Estados Unidos como gendarme mundial y la primacía económica que eso le ha reportado.
Este debate puede ser especialmente difícil en España, donde las líneas ideológicas de la Guerra Fría parecen subsistir combinadas con un pacifismo que no es sólo hijo de la visión posmoderna de Europa que caducó con la invasión rusa de Ucrania, sino de la experiencia de que nuestro país consiguió mantenerse al margen –por distintas circunstancias históricas– de las dos grandes conflagraciones europeas del siglo XX. Hace pocas horas, la Justicia del régimen de Vladímir Putin ha encargado la detención de la primera ministra de Estonia. La lejanía del lugar donde hoy se desarrolla la tragedia humana de Ucrania y la falta de vecindad con la Rusia de Putin hace difícil concebir desde España la magnitud de la amenaza que se está planteando sobre la Unión Europea. Pero ésta es real y lo mejor es estar preparados para afrontarla.