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Ockham contra lo políticamente correcto

Ockham coincidía con Marsilio de Padua en criticar el absolutismo papal, subrayando que Cristo hizo libres a los hombres

Ockham contra lo políticamente correcto

 

Si el conocimiento de la historia sirve para algo es para darse cuenta de que no somos el centro del mundo ni afrontamos retos desconocidos para las anteriores generaciones. Ya decían los latinos que no hay nada nuevo bajo el sol.

Estos días he leído el ‘Breviloquium de principatu tyranicco papae‘, un opúsculo del fraile franciscano Guillermo de Ockham, escrito en 1340. Es un canto a la libertad de conciencia y a la autonomía del pensamiento, concebido en unos momentos en los que la guerra de los Cien Años devastaba el continente europeo. Era una época de crisis de la filosofía escolástica, de hambrunas y de pestes y de querellas teológicas. El orden medieval se derrumbaba mientras emergía una clase urbana que desconfiaba del poder de los príncipes y la Iglesia.

Ockham, hombre austero y ejemplar, denuncia no sólo la riqueza del Papado sino también el dogma de la infalibilidad del Pontífice. Sostiene que el Papa tiene la obligación de orientar a los cristianos, pero que no es infalible. Son los fieles, los sacerdotes y los obispos quienes deben sentar las bases de la fe.

El Papa Juan XXII retiró a Ockham su condición de profesor de Oxford, lo llamó a capítulo y le amenazó con un proceso inquisitorial. No sólo resultaban inaceptables sus ideas sino su alineamiento con la causa de Luis de Baviera, que consideraba que el Papa no debía inmiscuirse en la elección de emperador ni en asuntos políticos. El fraile apoyó las tesis del monarca.

Ockham coincidía con Marsilio de Padua en criticar el absolutismo papal, subrayando que Cristo hizo libres a los hombres. Sostenía que el poder del Pontífice fue instituido en provecho de los creyentes y no para privarles de su conciencia. Decía más: que la riqueza del Papado era una afrenta para los cristianos. Y que la Iglesia no tiene jurisdicción alguna en los poderes temporales y que sus pastores pueden y deben ser sometidos a la crítica.

Es importante subrayar que, a diferencia de Marsilio, Ockham no hace un análisis político, sino que sustenta sus afirmaciones en los campos de la filosofía y la teología. No pretendía reflexionar sobre la naturaleza del poder sino sobre la relación de cada hombre con Dios, no mediatizada por la jerarquía eclesiástica ni los dogmas.

La lectura del ‘Breviloquium’ me ha parecido apasionante siete siglos después de su formulación. Había que tener mucho valor, además de sólidos argumentos, para defender que el Papa es tan falible como cualquiera.

Las páginas de este libro inclasificable y agotado son una lección en estos tiempos de lo políticamente correcto y en los que los gobiernos y los partidos intentan imponernos lo que tenemos que pensar. «Hay libertad allí donde se halla el Espíritu Santo», escribió este fraile. La hay y no podemos ni debemos renunciar a ella.

 

 

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