CorrupciónÉtica y MoralPolítica
El siguiente paso de Sánchez será todavía peor
El socialista ya no tiene vuelta atrás y no le queda otra que hacer suyos los planes de Puigdemont y Otegi
No hay rincón al que se mire donde Pedro Sánchez no haya generado un estropicio mayúsculo, un fraude como un castillo, una mentira como un templo o un escándalo sin precedentes.
La economía es un desastre absoluto, hundida en un régimen confiscatorio que empobrece a media España obligándola a mantener las constantes vitales, y poco más, de la otra media.
La educación y los valores se han convertido en una mercancía barata como salida de Tik tok, con resultados deplorables, una ignorancia sin precedentes y un delirio legislativo constante que regula el sexo sentido, permite a los niños cambiar de género o auxilia a violadores mientras persigue el piropo.
La proyección internacional de España, como reclamo para inversiones, ha quedado truncada por el inhóspito paisaje dibujado por la recua de iletrados que atacan al turismo, señalan a la hostelería, insultan o expulsan a los mejores empresarios del país, entierran la seguridad jurídica y promueven regímenes fiscales similares a los del sheriff de Nottingham en el bosque de Sherwood, peores que con el diezmo medieval.
Que el principal logro sanchista haya sido elevar las muertes por eutanasia y el número de abortos ya resume el tipo de degradación que pudre sus entrañas y explica la ausencia de una mínima moralidad en todo lo demás.
Alguien que considera el clímax del progresismo la eutanasia o el aborto, que son dos tragedias individuales y colectivas, propias de países inhumanos y sin recursos morales, económicos y sociales; está preparado siempre para la próxima tropelía, aún peor que la anterior.
La combinación de dos bochornos tales como la corrupción de las mascarillas y la amnistía a los enemigos del país que presides, para conseguir a cambio un poder intervenido, ofrece el retrato definitivo de un dirigente político capaz de todo.
Por ejemplo de dar un golpe de Estado como el vigente, en el que no hace falta disparar un tiro para entrar en la categoría de Tejero: basta con aliarse con los extremos, deformar el marco constitucional por la puerta de atrás, acabar con la separación de poderes y perseguir a jueces, periodistas y rivales políticos para que Sánchez pueda ser calificado de golpista sin incurrir en exceso alguno.
Que un tipo rodeado de corruptos de una trama donde aparece su propia esposa se permita indignarse por las sospechas, se marche a Brasil y desde allí dirija el golpe presentado por el sicario Bolaños revela sus siguientes pasos: los que hagan falta para conservar el poder, sin ningún límite ni línea roja ni cortapisa moral.
Al aprobar la amnistía de Puigdemont, Sánchez se ha autoamnistiado él mismo, guardándose el mismo cheque en blanco que le ha firmado a su nuevo mejor amigo. Uno la utilizará para avanzar en la independencia, y el otro en instaurar pasito a pasito un nuevo régimen de apariencia democrática pero liberticida y represor.
El problema no es ya que Puigdemont y Otegi vean en la debilidad de Sánchez una oportunidad histórica para culminar sus sueños, sino que al líder del PSOE no le queda otra que acompañarlos en el camino y blanquear sus objetivos para legitimar los suyos propios: una nueva República, con ése u otro nombre, sustentada en el partido único, adornado por instituciones y rivales aparentemente independientes democráticos que apenas serán el atrezzo de una función con un único protagonista. Tenemos Caudillo de nuevo, y no nos habíamos dado cuenta de que iba tan en serio.