Agentes descubiertos o encubiertos de la narcodictadura castrochavista, proclaman la necesidad de un Plan B, una candidatura que sustituya a la legítima de María Corina Machado, para aplacar el temor a la derrota de Nicolás Maduro. Y otros compañeros, sin intención aviesa, pero penetrados de una visión burocrática e ingenuamente astuta de la política, repiten ese mantra del P-B con desesperada devoción.
Veamos algunos inconvenientes de la maniobra P–B:
Nos resignamos al rechazo de la narcodictadura al Acuerdo de Barbados, avalado por los gobiernos democráticos más respetables del planeta –e incluso por otros que no lo son tanto como los de Brasil, Colombia, México, Chile y España.
Con patetismo le reconocemos a Maduro el derecho de pernada, la potestad de escoger el candidato de la oposición democrática. Y desconocer la voluntad popular a favor de María Corina, expresada en unas limpias elecciones primarias.
Perdemos de vista que sin María Corina los comicios convocados por la narcodictadura son chimbos. Y que Maduro y sus secuaces no validarán un candidato que no esté dispuesto a aceptar el resultado fraudulento de sus elecciones. Si María Corina, por ejemplo , avala a venezolanos confiables como Andrés Velázquez, César Pérez Vivas, Gerver Torres, Cecilia García Arocha, Carlos Blanco, Antonio Ledezma, Humberto Calderón Berti, Lorenzo Mendoza o Juan Pablo Guanipa, serían rechazados de plano por insumisos.
Entonces llegó la hora del pueblo. María Corina es la líder legitimada por la gente. Es la hora de salir a la calle cientos de miles, millones de ciudadanos, a exigir de modo pacífico pero contundente, la habilitación de la candidata que los venezolanos democráticos escogimos.
El Plan B es lamentable por impráctico, impotente y hasta inmoral.
El Plan es María Corina habilitada o el pueblo en la calle. Un pueblo por cierto desesperado por tanta corrupción, hambre, ruina, humillación y oprobio, perpetrados por el castrochavismo.
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