Sin soledad no hay compañía
Curiosamente, en medio de la algarabía, el bullicio, las celebraciones encima de las celebraciones que viven muchos en diciembre, a mí me ha dado por pensar, justo el último día del año, en la soledad, y cuando pienso en la soledad también pienso en su elegante compañero de viaje: el silencio. Y si me he regocijado ante estas dignas compañías por estos días, donde pareciera que muchos acumulan gente para el resto del año, es porque me dio por abrir mi librito sagrado de Miguel de Unamuno para despedir el 2015.
Lo he abierto como si fuera un misal, ¿un misal?, sí, pues cada que saco estas páginas a pasear por un café, por un camino, por ahí, no falta quien me pregunte por qué estoy leyendo la Biblia. En fin, he abierto mi misal literario de la misma forma como el mago abre el sombrero, pero a cambio de orejas o apariciones fantásticas, me ha salido la palabra “Soledad”, en mayúsculas sostenidas, en la mitad de una página pequeña. Y así he vuelto a entender, parafraseando a Unamuno, que mi amor a la muchedumbre es lo que me lleva a huir de ella. Al huirla, la voy buscando. “Déjame, pues, que huya de la sociedad y me refugie en el sosiego del campo, buscando en medio de él y dentro de mi alma la compañía de las gentes”.
Yo no sé ustedes, pero para mí la soledad tiene su encanto, no sé si sea porque es buscada o porque sencillamente me sedujo más que otras personas. Estar por ahí ensimismado, no perdido, es un placer. Ahora, la soledad se justifica si más temprano que tarde uno siente ese deseo inmenso de estar con la gente, no solo la que uno quiere, sino toda la multitud, para escucharla, para vivir la algarabía feliz del encuentro, no ese obligado, sino el que uno quiere porque en el fondo sabemos que somos sociedad.
Obviamente no deseo que ustedes pasen este último día del año solos pudiendo estar con su familia, faltaba más, lo que quiero decir es que el resto del año, si por alguna razón empiezan a sentirse más solos de lo normal y eso les duele y los angustia, pues respiren profundo para el encuentro sagrado consigo mismo, ya que “si no sabemos querernos, es porque no sabemos estar solos”, dice el mismo Unamuno en este ensayo que también podría acompañarlos en la cata de silencio. A la soledad no hay por qué temerle, solo hay que cogerle gusto y escucharla, ella, a diferencia de tantos, nunca habla más de la cuenta, se retira a tiempo para estar con ella misma.
En el nuevo año les deseo a mis lectores de siempre mucha soledad, después de todo “el solitario lleva una sociedad entera dentro de sí”.