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El arte del buen gobierno

El problema no es tanto la falta de autocrítica, sino la falta de sentido de la política y la ausencia de una buena y sana política. Gobernar un país exige conducir a la propia coalición y, a la vez, lograr consensos con la oposición.

 

Ha comenzado el segundo tiempo del gobierno del Presidente Boric. La primera mitad de este mandato estuvo marcado por un notorio estilo instagramesco de hacer las cosas: las poses y fotos (ejemplos tenemos muchos: basta con ver las que se difundieron para el momento de los incendios), las consignas tuiteras grandilocuentes, la insistencia en las banderas de la FECH que él mismo izara hace una década (el CAE es la muestra paradigmática de eso)… en definitiva, una cultura de show casi propia de Tik Tok (sobre todo en materias que saben que son alpiste para su 30%). A esto se suma la absoluta incompetencia para abordar seriamente crisis nacionales de marca mayor. En otras palabras, mostrar mucho y hacer poco.

El terrorismo de la Macrozona Sur se mantiene, en los hechos, completamente descontrolado. Sigue habiendo lugares donde reina la anarquía, como el territorio del narco, pero el gobierno no parece percatarse de eso, e incluso niega una y otra vez lo que ocurre, como si la culpa fuese de los periodistas que informan los hechos. Y cuando no es así, se limita a difundir expresiones rimbombantes que parecen sacadas de Designated Survivor o alguna otra serie de Netflix: “Los encontraremos y los pondremos tras las rejas”. Facta, non verba, cabría recordarles a sus asesores.

La crisis de inmigración se ha transformado en una de seguridad interna. Y el Presidente, cuando no niega la realidad, opta por compararse con la administración anterior o echarle la culpa. Recientemente se refirió a las fronteras, señalando que estaban descontroladas durante el gobierno del Presidente Piñera, a lo que acertadamente el periodista entrevistador le reprochó haber apoyado precisamente dicho descontrol mientras era diputado. Y así emerge otro grave defecto de este gobierno: la incapacidad total para hacerse cargo de sus hechos y dichos del pasado, tanto del propio Presidente como de varios de sus ministros y correligionarios.

En ocasiones pareciera que el Presidente Boric le habla únicamente a su público, bailando al compás de los hashtags de los arbóreos de Twitter. Pero no todos los que lo llevaron al poder son de ese perfil de votante. Por eso no logra ni siquiera enrielar a su propia coalición: al menos parte de la centroizquierda (e incluso parte de la izquierda dura) no se ve representada por el discurso woke, o al menos se da cuenta de que no es ni puede ser la prioridad de este momento (ni hablar de quienes saben que ese discurso es tremendamente dañino para Chile y los chilenos). Ya habíamos visto comedias como las caletas pesqueras con perspectiva de género o los fondos destinados al “desconocimiento del clítoris como problema de salud pública”. Ahora, muestran de manera permanente la obsesión casi patológica con los supuestos “derechos sexuales y reproductivos”, con la aprobación de la llamada “ley de violencia contra la mujer” (que bien podría llamarse “ley anti-hombres”) o la reforma a la “ley Zamudio” (que elimina los límites razonables que tenía). Leyes injustas apoyadas por causa de una ideología que les impide ver el mundo como en realidad es. Y para colmo, en medio de una tremenda crisis de seguridad -secuestros, cadáveres y restos mutilados en la calle, narcotráfico descontrolado-, el gobierno propone reglas diferentes para “migrantes y diversidades sexuales” (recordemos que nuestra Constitución prohíbe a la ley o a autoridad alguna “establecer diferencias arbitrarias”). Arbitrariedad, injusticia y sufrimiento para el pueblo de carne y hueso. Seguimos hablándole a “los monos peludos”, a “les compañeres” (nadie ha superado todavía esa caracterización de Piergentili). ¿Y la gente? Bien, gracias.

La coalición que lo llevó al poder cuenta con personas sensatas que se dan cuenta del absurdo de todo esto y que paulatinamente han dejado solo al Presidente, que no puede gobernar sin ellos. El problema no es tanto la falta de autocrítica, sino la falta de sentido de la política y la ausencia de una buena y sana política. Gobernar un país exige conducir a la propia coalición y, a la vez, lograr consensos con la oposición. Y “un buen gobierno” consiste en el arte conducir a la nación hacia lo mejor, al bien común, por encima de mezquinos intereses partidistas. Gonzalo Arenas destaca este punto en un libro recién publicado, sobre la política portaliana: gobernar exige hallarse en una posición “por encima del partido de gobierno”, como señalaba Encina: “cernerse sobre las pasiones y los intereses de clases, de bandos, de familias y de individuos”.

Todo lo anterior da a la oposición una buena oportunidad para estrechar lazos con un centro que hoy no encuentra su lugar en La Moneda, y también para ponerse firme frente al absurdo de tanta ideología. Pero, sobre todo, para darse cuenta de que no le hablan al pueblo cuando le hacen ojitos a esa izquierda progresista.

 

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