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Maduro y Cabello, mototaxistas

373331.501De Julius Christian Johannes Zeller sabemos que fue un alemán ochocentista, versado en matemáticas, geografía y teología, cuya importancia estriba en haber ideado un algoritmo –Congruencia de Zeller– mediante el cual es posible determinar a qué día de la semana corresponde una fecha determinada. Validos de esa fórmula, descubrimos que el 3 de enero de 1800 no fue domingo, como hoy, sino miércoles, y Caracas, conjeturamos, hubo de amanecer neblinosa y friolenta cuando dos naturalistas europeos, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland – taxidermistas los quiso la dramaturgia de Ibsen Martínez y, con su venia y (esperamos) aquiescencia, le parafraseamos–, ascendieron al Ávila; nada del otro mundo, pero como en “las montañas está la libertad”, según escribiera el Barón, nos pareció oportuno garabatear las primeras páginas de este 2016 que apenas comienza evocando esa expedición al cerro que nos separa del mar.

216 años después, la pequeña excursión es recordada por cronistas de menudencias pretéritas, mientras otro dúo, más profano que el binomio franco germano, se lamenta de no haber momificado a su ilustre muerto ni disecado a casi dos tercios del país, a fin de convertir a los ciudadanos pensantes en convidados de piedra –pienso en el Mausoleo de Qin Shi Huang y sus 8.000 guerreros de terracota– , y seguir gobernando a su aire como si nada hubiera pasado en este 2015 que despidió con exceso de pena y escasez de gloria.

Quiere Nicolás dejar atrás su Annus horribilis, olvidar, hacerse el loco y pensar que todo fue una terrible pesadilla causada por la excesiva ingesta de pájaros y cuentos; sin embrago, sus provocaciones, sus reiteradas amenazas de cagarse en la voluntad del soberano –cree poseer el mango, la sartén y la autoridad para hacer lo que le salga de la entretela o la curcusilla (depende del ánimo) sin que instancia alguna se lo impida–, ocasionan, más que preocupación, un agudo, casi doloroso y, acaso justificado, desasosiego ante lo que nos deparen los próximos días, los cuales, a juzgar por su vehemencia, los camisas rojas no vacilarían en teñir de sangre. Saben que por las buenas no pasarán; se decantan, entonces, por la malas y se pirran por romper el hilo constitucional, lo que debería cohesionar aún más a una alianza unitaria que apuesta por la legalidad, y debe, cueste lo que cueste, defender el categórico mandato que le otorgo el pueblo, el auténtico, no esa entelequia mediática que el PSUV gusta contrastar con las mayorías.

¿Qué va a pasar el martes en el capitolio y sus alrededores? ¿Convocará la jefatura nicochavista a sus patotas armadas para impedir que la diputación democrática tome posesión de sus curules? ¿O aceptará una posible, deseable y saludable cohabitación de los poderes ejecutivo y legislativo como corresponde a una nación civilizada?

No podemos dejar de pensar que enero se relaciona en el calendario de efemérides nacionales con la reconquista de las democracia y las libertades ciudadanas – alzamiento el 1° y huelga general los días 21, 22 y 23 que culminó con la precipitada huida del Pérez Jiménez–, pero también con uno de los episodios más infames de nuestra historia republicana: el 24 de enero de 1848 una exaltada turba arremetió contra el Congreso Nacional para que el general José Tadeo Monagas impusiera su poder personal y absoluto. Un incidente que, como la quema del Reichstag fraguada por Goering, es mal ejemplo perfectamente duplicable por las tropas de asalto del PSUV. Ya Nicolás ha insinuado de mil maneras que sólo la violencia puede darle certificado de supervivencia a la revolución. Tan atrabiliaria creencia es secundada por Cabello quien, regalando lo que no es suyo, despoja a la Asamblea de sus bienes e instala en su seno un organismo paralegislativo, sin fundamento constitucional, a objeto de competir con el parlamento democrático.

Originalmente, dada la peculiar concepción del pueblo que tienen esos socialistas residuales, y la singular y taxativa clasificación que del mismo hacen –buenos y malos, rojos o nada – acaricié la idea de titular este trabajo “M & C, taxonomistas”, mas el lector entenderá por qué elegí el que ostenta. Chacumbele II y el capitancito plúmbeo se comportan como mototaxistas viva la pepa para los que no existen normas y circulan, como almas en volandas de mandinga, por aceras y cunetas, comiéndose flechas y arrollando peatones. De igual forma, la jefatura bicéfala persigue colarse por el bordillo de la ilegalidad y, a contramano de la sensatez, imponer, ¡como sea!, su anacrónico modelo; pero el pueblo, ese pueblo que ahora desprecian y satanizan como traidor, ya está vacunado contra el miedo y es inmune a sus bravuconadas. Por ahora, el único argumento del tándem es su control monopólico de las armas… “¡por ahora!”. 

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