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María José Solano: Antonio de Ulloa, padre nuestro que estás en los cielos

Después de los padres biológicos, los literarios han constituido, para algunos lectores, la columna vertebral de la mirada juvenil

El naturalista, marino y escritor Antonio de Ulloa (1716-1795)

 

Después de los padres biológicos, los padres literarios han constituido, para algunos lectores, la columna vertebral de la mirada juvenil. En mi caso, los ilustres padres muertos se cuentan por decenas. Sin ellos mi vida habría sido otra muy diferente; mucho peor, desde luego.

Pensando en ello el pasado 19 de marzo día de San José, recordé que, de entre ellos destacó en mi asombro juvenil y mis lecturas D. Antonio de Ulloa, sevillano de nacimiento pero ante todo un «hombre del Dieciocho»: hijo de prestigioso economista, marino desde los 13 años, miembro de la Real Academia de Guardiamarinas de Cádiz, destinado con el grado de teniente de fragata junto con su colega Jorge Juan (ahí es nada), a formar parte de la expedición científica dirigida por Pierre Bouguer, y patrocinada por la Academia de Ciencias de Francia para medir el arco de un meridiano en las proximidades de Quito, con un tornaviaje que ya por sí solo merecería una superproducción de Hollywood: su navío es apresado por corsarios británicos y ellos tratados como espías, hasta que en Londres es presentado al presidente de la Royal Society, el cuál enseguida reconoce la valía del joven proponiéndole como miembro del Cuerpo, del que entra a formar parte. Inaudito comienzo que sólo sería el principio de una carrera naval y científica tan rica, diversa y apasionante como desconocida hoy.

Como colofón de una vida excepcional, escribió un delicioso librito dedicado a sus hijos varones

Como colofón de una vida excepcional, escribió un delicioso librito dedicado a sus hijos varones, que tituló muy detalladamente ‘Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la marina, instructivas y curiosas, sobre las navegaciones y modo de hacerlas, el pilotaje y la maniobra: noticia de vientos, mareas, corrientes, páxaros pescados y anfibios’.

Un libro ciertamente técnico, pero que también se puede leer en clave de metáfora de las situaciones vitales a las que un joven ha de enfrentarse y que encuentran sorprendentes paralelismos tanto en tierra firme como en alta mar: con él Ulloa insiste en que, ciertamente, sosteniendo determinadas actitudes, dignidades, silencios u órdenes precisas en el momento adecuado se puede salvar la vida; la memoria; el honor. Palabras que hoy leemos como quien mira a través de un cristal empañado en un día de niebla. Quizás releer a Ulloa e incluir su librito en la biblioteca de nuestros hijos sea el comienzo adecuado para ir devolviéndoles poco a poco su brillo inicial.

 

 

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