Propaganda y elecciones: una mirada desde la psicología de masas
En México se inició el período electoral el 1 de marzo para concluir el 29 de mayo de 2024, es decir, un período de tres meses de bombardeo de spots a los ciudadanos de México para buscar influir en sus decisiones de voto, precedida de una precampaña que inició desde el 20 de noviembre de 2023, igualmente cargada de anuncios propagandísticos que, por supuesto, tienen generalmente un elevado costo, lo cual obliga a los candidatos a buscar apoyos externos a cambio de ofrecer prebendas en su gobierno, de tal manera que, sin duda, los grandes capitales, en muchos casos incluyendo el crimen organizado, buscan participar. Esta es la realidad de la democracia participativa, que es la forma de gobierno dominante en la actualidad; una democracia plutocrática donde el elector no puede elegir al mejor representante, sino solamente al menos peor de los postulados bajo estas reglas, o la abstención, tan poco usada en México, pues la propaganda electoral suele focalizarse en dos candidatos o, en la confusión y/o desesperación, en el voto para el enemigo de sus intereses de clase, como acaba de suceder en Argentina con Milei.
Pero las limitaciones del sistema electoral no terminan ahí. También es necesario ahondar en el control social por medio de los medios de difusión tradicionales, como televisión, radio, revistas y periódicos, ahora incrementados con los medios digitales de las redes sociales.
Medios de difusión masiva
Todos los medios de difusión masiva generan en sus mensajes un contenido cognitivo y un efecto emocional. Como afirman los publicistas, la emoción es la que vende; por lo tanto, algunos de estos medios buscan acentuar este efecto, sobre todo la radio y los medios audiovisuales que tienen una importante capacidad regresiva, infantilizadora, en el auditorio, y lo llevan a un estadio del desarrollo temprano, entre los cinco y diez años de edad, cunado se mantiene todavía el ascendiente de autoridad de los padres y la consecuente credulidad en ellos o en una autoridad equivalente. La parte moral de la psique también se infantiliza al esquema simplista de buenos y malos, como película de vaqueros. Hay en esas condiciones el predominio de las emociones y la impulsividad, disminuyendo o aun anulando la capacidad de evaluación racional, un estado semejante al que experimentamos al asistir a un evento masivo como un mitin político, un partido de futbol o conciertos y festivales musicales, o sea, un efecto de psicología de masas a través de los medios de difusión contemporáneos.
Esta capacidad de la propaganda de inducir preferencias comerciales y políticas aprovechando la credulidad y emocionalidad que generan, los ha convertido en el postmodernismo actual en el eje instrumental del control de las subjetividades. El resultado puede ser devastador, como en el citado ejemplo de Milei en la Argentina. Y aquí, aunque apenas empiezan las campañas políticas por la Presidencia y otros puestos de tipo ejecutivo y legislativo en Ciudad de México y en varios estados de la República, la realidad es que ha habido propaganda frecuente debido a las previas elecciones gubernamentales en varios estados y la permanente presidencial durante todo el sexenio. Los efectos son notorios. Por ejemplo, en un extremo del espectro político he oído declaraciones como “aquí todos somos morenos” o, en el otro polo, después de un débil esfuerzo de discusión racional, una conclusión como “la candidata me cae muy bien”.
Actualmente la propaganda se utiliza para manipular las subjetividades. Incluso las guerras son precedidas, acompañadas y proseguidas por una guerra de propaganda. Se trata no sólo de vencer en el terreno de batalla, sino de convencer mediante las “campañas de información” de la “justeza” de las acciones bélicas, en cuyo caso se utilizan todos los mecanismos de la posverdad. Un ejemplo paradigmático fue la primera guerra de Estados Unidos contra Irak, donde las acciones bélicas de los estadunidenses se transmitieron en tiempo real o cercano como si fuera una película de guerra, trivializando su terrible realidad de devastación material y sufrimiento de la población de la nación atacada. Cuando hay suficiente capacidad de propaganda, en los bandos en pugna se da una lucha paralela a la armada entre los discursos de cada lado, en la que se utilizan todos los recursos de distorsión que la posverdad permite. En cuanto al liderazgo, se ha pasado en la última década del modelo autoritario clásico, sin adornos, a formas encubiertas por recursos manipulatorios entre los cuales destacan la modalidad narcisista, la modalidad demagógica y la clownesca. Ponga el lector, para su entretenimiento, el nombre de alguien del espectro político para cada una de estas modalidades de presidentes o candidatos a ese puesto en el continente americano. Por supuesto que no sólo se utilizan los discursos en los medios de difusión, sino también ataques cibernéticos y otras formas de ciberguerra, amén de los mecanismos políticos clásicos.
Agencias de publicidad y Facebook
En ese terreno, las campañas (nótese la extrapolación de la terminología militar) se dividen en campañas de promoción de candidatos, partidos y grupos políticos, y las de ataque, las llamadas “campañas negras”, que pueden ser tremendamente eficaces cuando logran abordar un ángulo sensible, lo cual sucedió en alguna de las campañas políticas en contra del actual presidente, a quien se afectó sustantivamente mediante una propaganda centrada en el eslogan “López Obrador es un peligro para México”.
Otro cambio cultural importante en el posmodernismo se ha dado en la concepción de vida privada y vida pública, fundamentalmente por la aparición de la plataforma Facebook, donde el público puede compartir fotos e información de su vida privada como lo hacen los personajes públicos. Mark Elliot Zuckerberg, creador y dueño de la plataforma, se preguntaba al ver este fenómeno de compartir la intimidad: ¿por qué la gente confía en mí? La motivación para hacerlo no deriva de la confianza en el dueño del medio de difusión, sino del gusto humano por el chismorreo y la satisfacción narcisista de exhibir su vida, logros y diversiones “como las estrellas de cine”.
Esto ha generado nuevas posibilidades para utilizar esta información e hilar fino en la manipulación de las preferencias comerciales y políticas, como quedó demostrado con el escándalo de Cambridge Analytica para favorecer la candidatura de Donald Trump en las elecciones de 2016 en Estados Unidos. Esta agencia de publicidad había recopilado una enorme cantidad de datos de preferencias de personas obtenidos principalmente de Facebook, con los cuales construyó perfiles políticos que permitían diseñar campañas de propaganda para sectores específicos, especialmente para el sector de indecisos en esa elección presidencial del país vecino. Después de las elecciones se supo de este procedimiento y se generó un gran escándalo con consecuencias judiciales contra Facebook y la empresa publicitaria, que tuvieron que pagar multas importantes. Cambridge tuvo que cerrar, pero algunos de sus integrantes abrieron nuevas empresas del mismo tipo y Facebook siguió sin problemas relevantes. Cambridge intervino no sólo en Estados Unidos y en el Brexit en Inglaterra, sino en muchos otros países, entre ellos México. Ahora estamos de nuevo en semejante encrucijada electoral y se cuenta con toda esa tecnología de vigilancia e influencia sobre las subjetividades.
Si todo este arsenal de manipulaciones fuera insuficiente, queda el abordaje directo mediante el dilema “plata o plomo” para candidatos electorales, o directamente su asesinato. Así, el 3 de abril de este año, La Jornada reportaba: “suman de junio a la fecha 52 asesinados en el proceso comicial” y precisaba: “de los ultimados 28 eran precandidatos o candidatos”. Y en una nota complementaria: “En la guerra sucia anti-AMLO, 30 millones de mensajes de odio”.