Isabel Coixet: El último artesano
Conocí al recientemente fallecido Roger Corman en un lugar mítico de Los Ángeles, un antro frente al mar en Santa Mónica donde Seymour Cassel y John Cassavetes se reunían para escribir Minnie and Moskowitz y beber incontables martinis. Dennis Hopper también frecuentaba el lugar y un día me llevó y me señaló a un hombre con chaqueta de tweed con aspecto de profesor universitario: ese es Roger Corman. Fue sumamente cordial conmigo y me dio un gran consejo: «Escucha a todo el mundo, pero no hagas caso a nadie más que a ti, y tampoco te hagas mucho caso».
La falta de pretensión de Corman siempre fue loable: nunca, ni siquiera cuando se convirtió en un director de culto, tuvo la más mínima expectativa de crear obras maestras
Desde 1956, año en que empezó en el cine, Roger Corman dirigió más películas que nadie. Sólo en 1959 realizó No es de esta tierra y Conquistó el mundo, El ataque del cangrejo, y El día que se acabó el mundo, Undead, Rock all night, Shark reef, Naked paradise, The gunslinger y un par más. También hizo Raven, The intruder y The wild angels, y es por estas tres, y no por las otras 47 (sin contar sus 90 créditos como productor), por las que Corman es más conocido.
El método de Roger Corman era simple: escribir un guion en una semana y rodar en dos semanas sin interrupciones (pasando por encima de accidentes meteorológicos y de lo que fuera).
En una película, El terror, protagonizada por Boris Karloff, rodó todas las escenas de Karloff en dos días para ahorrar en nómina. Luego, cuando entró en la sala de montaje con su película, se dio cuenta con horror de que su película de terror no tenía sentido. Pero Karloff ya estaba en otro rodaje. ¿Qué hacer? Corman llamó a dos de los actores secundarios, los fotografió en primer plano (los decorados ya habían sido derribados o se habían caído) e hizo que uno le preguntara al otro: «Ahora dime qué significa todo esto». Y luego lo hizo el otro.
Sobre la marcha, trabajando rápido e improvisando muchas de sus escenas, Corman desarrolló un carácter distintivo en sus películas que pueden ser muchas cosas, pero nunca son aburridas.
Uno de los aspectos interesantes de la carrera de Corman es que se convirtió en el favorito de muchos críticos mientras hacía las que, sin lugar a dudas, son algunas de las peores películas jamás realizadas (la primera de ellas, Monster from the ocean floor, presupuestada en 20.000 dólares y rodada durante un fin de semana largo, marcó la pauta). En todos los festivales de cine fantástico, donde se congregan los cinéfilos incondicionales, una mala película de Corman era más apreciada que muchas obras de directores con gran prestigio. La falta de pretensión de Corman siempre fue loable: nunca, ni siquiera cuando se convirtió en un director de culto, tuvo la más mínima expectativa de crear obras maestras o ganar premios en festivales (aunque ganó un Oscar honorario en 2009 y en 2023 recibió un homenaje en el Festival de Cannes de manos de Quentin Tarantino).
En su faceta de productor, demostró un gran olfato para descubrir talentos y darles una oportunidad a grandes directores: Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Jonathan Demme o John Carpenter. Todos lo recuerdan con enorme cariño y admiración: lo que le faltaba en recursos lo suplía con un entusiasmo contagioso.
Los críticos de cine franceses, que tienen una palabra para todo, tienen una palabra para este fenómeno: es un ejemplo de la teoría ‘de autor’ de los directores. Para llegar a ser autor hay que tener un estilo muy personal, único y apasionante. Si lo tienes, no importa lo malas que sean tus películas.
Roger Corman siempre se mostró modesto con respecto a las películas que hacía. «No sé si diría que soy un artista», dijo en una entrevista publicada en The Guardian en 2011. «Diría que soy un artesano. Intento ejercer mi oficio de la mejor manera posible. Si de vez en cuando algo trasciende el oficio, entonces es maravilloso. No sucede muy a menudo».