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Una sociedad xenófoba

El límite para un musulmán ha de ser el mismo que para un judío, un cristiano o un ateo: la ley

Detener la ilustración conceptual de la xenofobia. Mano abierta con el texto detener la xenofobia. Problema social global | Foto Premium

 

 

Pertenezco a una generación privilegiada que nació con la Constitución, en democracia y libertad. Salvo excepciones –que las hay– se trata de una generación con una tolerancia extraordinaria en todos los ámbitos, también en el sexual, el religioso y el racial. Nos educaron bien, vaya. Y, por ello, nos da exactamente igual que a alguien le gusten los hombres o las mujeres, que sea blanco o negro o que crea o no en lo que mejor le parezca. Porque todo eso es circunstancial, no se elige y, por lo tanto, no puede definir a una persona. Lo que la define, en todo caso, es su actitud, sus códigos y el respeto que muestre al resto y que sepa ganarse para sí mismo. Y digo que esa tolerancia es extraordinaria porque no es lo normal desde el punto de vista estadístico, aunque lo sea desde el moral. Desgraciadamente las generaciones más jóvenes son mucho más intolerantes, están más fanatizadas y, lo que es peor, poseen convicciones xenófobas tanto a derecha como a izquierda.

Todo ello hace que vivamos en un momento preocupante en el que la islamofobia que exhibe la derecha populista está plenamente aceptada e incluso bien vista por gente aparentemente moderada y liberal. En internet la xenofobia, la identificación de los musulmanes con la violencia y de la inmigración con la delincuencia campa de modo impune. Y a esto la izquierda –incluyo al PSOE– responde con un racismo simétrico, recuperando el antisemitismo y el odio a Israel hasta, en ocasiones, defender públicamente su aniquilación. Por cierto, que este antisemitismo está también bien visto en sectores de la derecha más reaccionaria y cercana al franquismo, otro gran antisemita. Si a esto sumamos que el nacionalismo vasco y catalán también son xenófobos y defienden discursos supremacistas desde la base de un odio ante lo español, el escenario que encontramos es preocupante. Porque el racismo y la xenofobia ya no son, como antes, eructos de la marginalidad y la incultura ni posturas más o menos atrabiliarias de cuatro friquis aislados, sino un sentimiento interiorizado y desgraciadamente habitual en amplias capas de la sociedad.

Frente a esto no cabe sino defender la democracia liberal, los principios de igualdad y de libertad y apostar por la Cultura, por la Ciencia y por todos los valores judeocristianos occidentales –entre ellos la libertad de culto– que nos han traído a este estado de evolución. Hemos de explicar a la gente, de una vez por todas, que el límite para un musulmán ha de ser el mismo que para un judío, un cristiano o un ateo: la ley. Y el resto es populismo. Por encima de la ley no hay nada, excepto Puigdemont. La inmigración ilegal es un problema legal, no religioso, cultural o étnico. Y escuchar a Margarita Robles y al resto del Gobierno hablar de genocidio y comprar el discurso antisemita de la extrema izquierda y de Hamás es preocupante. No solo porque estén en el lado incorrecto de la historia, sino porque entre unos y otros sitúan a nuestra sociedad en el lado opuesto a la razón.

 

 

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