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La furiosa carta que al final Churchill no envió a De Gaulle y que podría haber cambiado la Historia

El general aspiraba a convertirse en presidente provisional de la Francia liberada, y todas sus decisiones estaban condicionadas por la sospecha de que los aliados no permitirían su propósito

Winston Churchill y Charles De Gaulle en 1960

                                             Winston Churchill y Charles De Gaulle en 1960  – GTRES

 

Winston Churchill invitó al general De Gaulle a visitarle en Inglaterra para informarle personalmente del desembarco que se iba a producir en cuestión de horas en Normandía. Pero algo sucedió para que el primer ministro británico, después del encuentro, se pusiera a escribir una carta furibunda contra el líder de la Francia libre. De Gaulle se había negado a transmitir un discurso antes de dicho desembarco y también se había negado al envío de oficiales de enlace franceses para acompañar a las tropas aliadas en la gran acción bélica.

La misiva furiosa no fue finalmente enviada porque el general francés se avino a suavizar sus negativas tajantes. Churchill dejó escrito cómo calificaba la decisión original de De Gaulle, una acción «atroz» que amenazaba con «dejar claro al mundo que la personalidad del general de Gaulle es el único y principal obstáculo entre las grandes democracias de Occidente y el pueblo de Francia».

Y proseguía: «General de Gaulle, lamento mucho que se haya negado a unirse a las demás Naciones Unidas interesadas en las transmisiones que se realizarán en las fases iniciales de esta gran y, en muchos sentidos, única batalla. Me he esforzado mucho en muchas ocasiones, durante cuatro años, por establecer una base razonable para una camaradería amistosa con usted. Su acción en este momento me convence de que esta esperanza ya no existe».

Queda claro que la actitud de De Gaulle había colmado con creces el vaso de la paciencia de Churchill, dispuesto a romper relaciones de forma absoluta. Al final de la carta le decía que los aviones que le habían traído desde Argel a Londres ya estaban disponibles para llevarle a África de vuelta sin dilación: «No veo ningún propósito útil en que se quede más tiempo…», escribió.

De Gaulle accedió con condiciones

De Gaulle aspiraba a convertirse en presidente provisional de la Francia liberada, y todas sus decisiones estaban condicionadas por la sospecha de que los aliados no permitirían su propósito sin antes celebrar unas elecciones libres que el francés, en principio, no pretendía celebrar. De Gaulle no solamente se las tuvo con Churchill en la trastienda del desembarco más importante de la Historia moderna, sino también con el general estadounidense Dwight Eisenhower.

Cuando De Gaulle finalmente accedió a pronunciar el discurso en la BBC y a enviar a 20 de los 120 oficiales de enlace franceses a Normandía (razón por la que Churchill no envió su carta bomba), no lo hizo sin «peros», pues pidió una reescritura donde se dijese expresamente que él presidiría el gobierno provisional, apartando la idea de las elecciones por la que apostaba Eisenhower.

 

Sólo desea hacerse pasar por el salvador de Francia en esta operación sin un solo soldado francés a su espalda

Winston Churchill a Anthony Eden

 

El presidente Roosevelt insistió en que no podían reconocer a De Gaulle como gobernante provisional sin una votación. Pero finalmente De Gaulle logró su objetivo cuando Francia fue liberada. Para hacerse una idea de lo que se pensaba del francés entre los aliados es buen ejemplo esta carta escrita por Churchill al secretario de Asuntos Exteriores británico, Anthony Eden, antes de una visita diplomática del líder francés:

«Recuerden que no hay ni una pizca de generosidad en este hombre, que sólo desea hacerse pasar por el salvador de Francia en esta operación sin un solo soldado francés a su espalda». Y en buena medida, así fue. De Gaulle consiguió ser, durante dos años, presidente del Gobierno provisional francés, antes de renunciar en 1946. Dimitió un bienio después y regresó en 1958 para dirigir un Gobierno de emergencia luego de una revuelta en Argelia y una grave crisis política. Sus relaciones con Gran Bretaña siguieron siendo difíciles hasta el final de sus días, aunque normalizadas como quizá nunca lo hubieran estado si Churchill hubiese enviado aquella carta.

 

 

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