El rey estratega
Lo que es Felipe VI está en su discurso de proclamación, que se preparó durante años para pasar del juancarlismo a la monarquía constitucional y del que Zarzuela no cambiaría ni una coma. El Monarca ha demostrado que nadie está por encima de la institución
Otoño de 2017. Los Reyes reciben en su casa a un selecto grupo de juristas e historiadores. La Reina toma la palabra: ¿Es este el 23-F de Felipe VI? La pregunta es directa porque Zarzuela lleva tiempo detectando la gravedad de la desconexión política y social que se está produciendo en Cataluña y tiene claro que lo que está pasando no es una ensoñación. Están convencidos de que los líderes independentistas están poniendo en riesgo la paz civil y la seguridad. En la Casa del Rey están alerta: dos meses atrás, las instituciones catalanas utilizaron la manifestación de Barcelona en rechazo de los atentados yihadistas del 17-A para escenificar ante el mundo su ruptura con España.
Aquel día, los representantes del Estado estuvieron vendidos, incluido el Rey. Pero hay dos elementos previos que permitieron a la Corona realizar un análisis cercano a la realidad, y que también revelan la forma de proceder de la institución: el conocimiento profundo de la historia y las relaciones tejidas con la Cataluña real gracias, entre otras cosas, a la Fundación Princesa de Girona.
Ese encuentro previo al 3 de octubre revela que el Rey no toma una sola decisión sin el asesoramiento de los expertos. Es un hombre tenaz, reflexivo, estudioso de los asuntos que le conciernen en su función y que gusta de tomar decisiones con conocimiento de causa. Cada acto en el que participa cuenta con un dosier informativo, cada viaje oficial tiene un ‘briefing’ con quienes mejor conocen la geoestrategia del destino, cada audiencia se documenta con antelación. Y en esas sesiones, a veces con la Reina, preguntas, preguntas y más preguntas. Los Reyes quieren saberlo todo.
Hace unos meses, el presidente mundial de una multinacional con presencia en España en un sector relevante del PIB fue recibido en audiencia en La Zarzuela. Nada más finalizar, le transmitió al responsable nacional de la compañía que «yo quiero uno como éste (sic) para mí país». El Rey le demostró que sabía de lo que hablaba, que conocía el sector, y la empresa. Aplaudió la gestión de la compañía y elogió a los trabajadores. «Nos ha echado una mano inmensa, la empresa en España le estará eternamente agradecida», explica ese CEO que sintió el aliento protector de la Jefatura del Estado. Porque sí, muchas veces invisible, el Jefe del Estado está presente. Tal vez imperceptible para el ciudadano medio, pero siempre atento. Un profesional.
Un Rey soldado
Para entender cómo es este Monarca de 56 años que cumple su primera década en el Trono es necesario retrotraerse unas décadas. Conviene acudir, incluso, a esos años en los que las decisiones no las toma uno, sino sus padres. Mediados los años 80, cuando Don Juan Carlos transitaba su segunda década como Jefe del Estado, los entonces Reyes tuvieron que tomar una decisión: ¿primero la universidad o la formación militar? «No queremos un Rey soldado», se espetó desde el Gobierno socialista. Don Juan Carlos insistió, y así fue: primero las tres academias militares y después la universidad pública. Todo previo paso por un año en el extranjero, en Canadá. Primero la libertad (y la responsabilidad), después la disciplina (y el esfuerzo) y por último la formación para una profesión previamente decidida: la de Rey.
«Don Felipe llegó a la Academia siendo un niño inmaduro que acababa de pegar el estirón. Yo pensé que se cargaría la Monarquía. Tres años después era otra persona. Maduró en las academias», desvela un compañero de aquel primer año en el Ejército de Tierra. Aquel niño disfrutaba siendo uno más, lejos de los focos, dentro de la melé.
El último día antes de su primera jura de bandera, todos los compañeros, que tenían un año más, fueron a su camareta y lo mantearon. La cosa acabó con el Príncipe golpeándose con la ventana, y con una herida en la nariz que pasó inadvertida a la opinión pública, pero visible en las fotografías de la mañana siguiente. «¿Se enfadó?». «No, yo creo que fue feliz sintiéndose uno más». En el desayuno, le preguntaron con sorna si había descansado bien: «He dormido con un machete debajo de la almohada por si volvíais». Los valores militares, los amigos de juventud, su sentido del humor.
Un Monarca constitucional
De las academias, donde llegó siendo el más joven, a la universidad, donde era el mayor. «Se notaba que era tímido», revelan dos compañeros, «pero fue abriéndose a la gente». Una universidad pública, con personas de toda condición y un profesorado irrepetible. Desde Elías Díaz, próximo al PSOE, a Gaspar Ariño, cercano a Fraga. Y Francisco Tomás y Valiente, Manuel Aragón o Luis Díez-Picazo. Y entre los compañeros hay hoy todo tipo de profesionales, también notarios, jueces y abogados del Estado. «Era normal ir a tomar un pincho de tortilla con él a la cafetería de la facultad, supo mantener una relación fluida con los amigos, salir a cenar e ir a tomar copas por Madrid», explica uno de los suyos.
-¿Aprovechó los años en la universidad? -pregunta ABC.
-Lo que más le interesaba era el Constitucional. Forma parte de su esencia y de su compromiso con el país. Ahí se forjó el Rey que es.
A lo largo de los años, esos compañeros lo han visto crecer. En él, todas las potencialidades se explotaban, crecía a un ritmo superior porque tenía las oportunidades y las aprovechaba. Es la parte buena de ser el heredero. ¿Por qué? Porque tiene una gran autoexigencia y gran sentido del deber. Han pasado las décadas, pero el Rey, Felipe a secas para los más amigos, mantiene el trato. Hace unos años enfermó gravemente uno de sus compañeros de milicias. Su mujer recibe la llamada de un número oculto. «Soy Felipe». «¿Qué Felipe?». «El Rey». Ella le cuenta que su marido ya está desahuciado, que si quiere verlo es ahora o nunca. El Monarca se presenta allí. Ella pida que le quiten la sedación para que despierte por última vez:
-Coño, ¡Felipe!
Estuvieron a solas más de media hora. El antiguo compañero del Jefe del Estado se volvió a quedar dormido y al día siguiente falleció. Su última confidencia fue al Rey, a su amigo Felipe, que quiso y supo estar allí.
Una de las pasiones del Monarca, desde sus tiempos de estudiante, es Iberoamérica. Por eso cursó un máster en Relaciones Internacionales en el que se especializó en Oriente Próximo e Hispanoamérica. Después, desde sus tiempos de Príncipe, ha ido a innumerables tomas de posesión de presidentes de los países hermanos de aquel continente, un acierto de su padre porque le permitió aprender a relacionarse con las élites políticas. En una ocasión, en la toma de posesión del presidente de Ecuador, en un almuerzo con el embajador, un diplomático empezó a relatar los problemas con los países vecinos, y en particular con una serie de escaramuzas que se habían producido en un lugar de cuyo nombre no conseguía acordarse. Fue el entonces Príncipe quien se lo tuvo que recordar. «Eso es, Alteza», agradeció. Pero Felipe de Borbón no apabulla, no hace exhibición de conocimiento, a pesar de que tiene una amplia formación y además prepara sus actividades. Los dosieres que le prepara Zarzuela no solo se los lee sino que los complementa buscando información para tener un juicio ecuánime. Y si tiene que cambiar de opinión, cambia.
El siguiente salto de Don Felipe se produjo cerca de sus treinta años, cuando llegó a la Casa Jaime Alfonsín. Es el momento de prepararse para Rey, algo que en ese momento suena muy lejos. Su padre es un Monarca modélico, un indiscutido Jefe del Estado, pero hay que estar preparados. De los 28 a los 46 son los años en los que se forja el carácter de Don Felipe, la forma de entender su futuro como Rey, su capacidad de adaptación a los tiempos y ese saber estar en un segundo plano viendo, escuchando, aprendiendo.
Todo se desencadena en 2012, cuando a Don Juan Carlos se le juntan demasiados avatares: las sospechas sobre las actividades de su yerno, el accidente de Botsuana, los despistes en el discurso de la Pascua Militar de 2014, la muerte de Adolfo Suárez, los dolores físicos que le postraron en privado en una silla de ruedas… y las elecciones europeas. La dimisión de Rubalcaba fue el detonante, y Rajoy le dijo al Rey que ahora o nunca, que había llegado el momento de ejecutar lo que llevaba dos años pensando y seis meses planificando. Y se hizo de un modo ejemplar con el PP más ejecutivo y el PSOE más institucional. Llegaba la hora de Don Felipe. Cuando Don Juan Carlos tomó la decisión se lo comunicó personalmente a su hijo. Y a él no le pilló ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Tenía 46 años y sabía perfectamente lo que tenía que hacer, porque llevaba mucho tiempo preparándose.
Una Monarquía renovada
El discurso de proclamación del Rey se redactó durante años, y está envejeciendo bien. Todo en el reinado de Felipe VI está contenido en ese texto y hoy, cuando se cumplen diez años, nadie en el Palacio de la Zarzuela cambiaría ni una coma. ¿Quiere esto decir que el tiempo transcurrido desde la proclamación ha sido sencillo? Nada de eso: quiere decir que se han cumplido los objetivos de construir una Monarquía ejemplar, transparente y con unas normas de funcionamiento que van por delante de las normas de ‘compliance’ de las empresas más modernas del mundo: sabemos cuánto gana el Rey, cuáles son sus ahorros y su patrimonio. Los españoles sabemos mucho más de nuestro Jefe del Estado que nuestros hermanos europeos de sus reyes o presidentes de repúblicas. Y la Jefatura del Estado del Reino de España es barata hasta extremos vergonzantes. Las medidas de transparencia de Don Felipe no son sólo renovadoras. Son rompedoras, por no decir revolucionarias.
El reinado de Felipe VI no ha sido fácil. El primer elemento fue la inestabilidad política, que se concretó en el día en que el candidato Rajoy declinó la propuesta del Rey de intentar formar Gobierno. España en tierra ignota, repeticiones electorales y los juristas interpretando una y otra vez el artículo 99 de la Constitución. En La Zarzuela el reto era mantener la neutralidad política: en 2015-16, en 2019 y en 2023. Lo consiguió, pero su padre no había vivido nada igual en 38 años al mando. Repetidas mociones de censura, siempre traumáticas, con la izquierda radical y los independentistas atacando.
Felipe VI va camino de consolidar a la institución por encima de las personas: del juancarlismo a la monarquía
Y la ejemplaridad. Lo dijo el Rey: primero la institución, después las personas. La realidad llegó muy pronto en forma de Infanta Cristina. Don Felipe tuvo que llamar a su hermana mediana para retirarle el uso del Ducado. Una situación dificilísima que se quedó corta a finales de 2019 cuando estallan con toda su crudeza los escándalos de Don Juan Carlos, su padre. Investigaciones penales, comunicados de su amante Corinna Larsen, amenazas en primera plana, una fundación en Panamá, una cuenta en Suiza y la famosa transferencia de 65 millones de euros. Y un problema muy grave desde el punto de vista familiar cuando Don Juan Carlos sale de España con destino Abu Dabi. «Primero la institución», sí, pero qué doloroso es renunciar a un padre, aunque sea en forma de herencia o de retirada de las retribuciones. ¿Por qué se va el Rey? ¿Y por qué no vuelve? Sólo Don Juan Carlos lo puede explicar, porque ambas son decisiones que toma él mismo en el ámbito de su libertad y que concluyen en un acuerdo sellado en carta pública con su hijo, el Monarca. La ejemplaridad, a Don Felipe, le ha costado caro en términos personales y familiares, pero consolida su figura y sitúa a la institución exactamente donde él quiso que estuviera. Un Rey no tiene amigos, ni padres ni hermanas. Un Rey reina.
Una buena noticia
La preparación del discurso del 3 de octubre también permite observar que los Reyes funcionan como un equipo: el Monarca es el Jefe del Estado y la Reina un apoyo creciente e importante. En lo familiar y en lo político. En aquel encuentro, los presentes ofrecieron su análisis, algunos discrepantes, y el Rey tomó una decisión: dirigirse a todos los españoles por televisión con plena conciencia de que ese discurso sería, inevitablemente, comparado con el que su padre pronunció la noche de un 23 de febrero cuarenta y seis años atrás.
Antes de abordar la trascendencia de ese discurso conviene abordar la principal función del matrimonio que Don Felipe de Borbón y Grecia y Doña Letizia Ortiz Rocasolano formaron hace veinte años. En términos personales cualquier enlace que alcance las dos décadas merece el mayor reconocimiento, pero en términos institucionales hay un elemento clave: la descendencia, que tiene dos nombres, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía. En la primera, la vida de Don Felipe adquiere todo su sentido, por muchos motivos. Porque esa joven que el 31 de octubre de 2023 juró la Constitución ante las Cortes representa la continuidad histórica y permite al Rey ofertar el mayor valor de la Monarquía que él representa: la estabilidad. Porque su educación y la de su hermana está siendo una réplica de la que recibió su padre, lo cual no deja de ser un reconocimiento a Don Juan Carlos y Doña Sofía; un reconocimiento silente si se quiere, pero importante en términos de afecto a los Reyes que trajeron la democracia a España a partir de 1975.
En una ocasión, a finales de 2018, dos periodistas de ABC publicaron un libro sobre la lucha de Don Juan contra Franco para llevar España a la democracia en los años 40. Evidentemente, el abuelo del Rey fracasó, pero es fácil concluir que su nieto no reinaría en España si él no hubiera mantenido viva la llama dinástica y, más difícil todavía, hubiera vinculado para siempre democracia y Monarquía, un hilo que Don Juan Carlos plasmó en la realidad histórica en la Transición.
-Gracias por vuestro libro -dijo el Rey a los periodistas en la cena de los Premios Mariano de Cavia.
-Gracias, Majestad, es nuestro trabajo.
-No sólo agradezco la investigación periodística. Es que estáis hablando de mi abuelo.
Don Felipe es una persona familiar y sabe ser entrañable. Quienes lo conocen de cerca, porque han compartido parte de su vida con él, lo definen como una buena persona con un extraordinario sentido del deber. En los momentos de tribulación sabe que tiene un referente en la labor que su padre protagonizó en la Transición. Sabe que, a pesar de los pesares, Don Juan Carlos siente una gran admiración por él y, por supuesto, cuenta con el apoyo sereno y estable de Doña Sofía.
El discurso del Rey
La mañana del 3 de octubre, dos días después del referéndum ilegal del 1-O, Don Felipe recibió al presidente del Gobierno en su despacho. Los dos solos. El Monarca entregó a Mariano Rajoy un borrador, que el jefe del Ejecutivo leyó y refrendó. En ese momento, con el respaldo del presidente -que también abrió los ojos en la manifestación de Barcelona- la Casa se puso en marcha: llamar a los líderes políticos, con los que el Rey había mantenido contacto previamente, y citar a un equipo de Televisión Española.
Ese discurso, que se grabó a media tarde y se emitió a las 21 horas, nació en la Casa del Rey, se redactó allí y pasará a la historia como el momento álgido de sus primeros años de reinado. Felipe VI tomó la decisión de dar un paso adelante en defensa del orden constitucional y del autogobierno de Cataluña con pleno conocimiento de causa.
El discurso del 3-0 fue a iniciativa del Rey, que presentó un borrador a Rajoy esa mañana. El presidente lo refrendó
La respuesta a la pregunta que formuló Doña Letizia sobre el 23-F es sí y no. Sí porque Don Juan Carlos en 1981 y Don Felipe en 2017 salieron en defensa de la Carta Magna, esencia del vínculo irrenunciable entre Monarquía y democracia. No en todo lo demás: el Rey de la Transición vistió uniforme de capitán general y dio órdenes militares ante un Parlamento secuestrado. Felipe VI vistió de civil, no dio orden alguna, contó con el refrendo del presidente del Gobierno, se apoyó en dos leyes del Tribunal Constitucional que suspendían leyes catalanas y pronunció un discurso de advertencia que mostró su manera de reinar: un Rey prudente y estratega que protege la Constitución desde la Constitución.
Cinco años después, el Rey pronunció otro discurso clave: en el Palacio Real se dirigió a su hija pocas horas después de su juramento ante las Cortes: «El sometimiento al derecho constituye, Leonor, una exigencia para la Corona. La aceptación del sistema parlamentario, Leonor, supone el reconocimiento de las Cortes como la institución que con plena legitimidad representa al pueblo español, en el que reside la soberanía nacional».
El Rey no ha tenido un reinado sencillo. Le ha sucedido de todo, pero tiene la virtud de la templanza. Como le dijo un agricultor de Jaén, ajeno a toda digresión filosófica: «Pecho abierto y pa’lante». O dicho de otro modo, como Don Felipe le deseó a su hija: «Larga vida y acierto a la Princesa de Asturias».
Transcurridos diez años, Don Felipe va camino de conseguir uno de los retos principales para la Monarquía: superar la etapa carismática de Don Juan Carlos y situar a la institución por encima de las personas. La Constitución y la continuidad como el mejor legado para la Corona y para España.