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Ana Rodríguez Fischer escribe contra el olvido

La escritora novela la amistad entre las poetas rusas Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva, marcadas por el estalinismo

 

Ana Rodríguez Fischer escribe contra el olvido

Retrato de Anna Akhmatova, 1922. |

 

Anna Ajmátova (1889-1976) y Marina Tsvietáieva (1892-1941) tenían mucho en común: mujeres rusas de familia pudiente, poetas de vocación temprana, víctimas de tiempos convulsos, esposas, madres y amantes en busca de su independencia personal. Sin embargo, ellas apenas se vieron un par de tardes de junio. Este encuentro le sirve de pretexto a Ana Rodríguez Fischer (Vegadeo, Asturias, 1957) para evocar su amistad en Antes de que llegue el olvido (Siruela, 2024), galardonada con el Premio de Novela Café Gijón 2023. La autora, catedrática de Literatura Española, ensayista y crítica literaria de larga trayectoria, debutó en la narrativa en 1995, cuando obtuvo el Premio Femenino Lumen por Objetos extraviados. Desde entonces, ha compaginado la novela con la investigación, aunque ambas facetas se complementan en su obra.

La Anna de la novela tenía la esperanza de reencontrarse con Marina cuando recibe la noticia de su suicidio. Tomando este momento, la conciencia de que no volverán a verse, como punto de partida, la autora adopta la voz de Anna para dirigir una larga carta a Marina. La escribe años después de su muerte, ya de vuelta de todo y con una visión panorámica, no solo de sus vidas, sino de las consecuencias que las revoluciones y el régimen soviético han tenido en ellas. Comienza así una narración en la que reconstruye su historia, la suya y la de Marina, desde el nacimiento, trazando paralelismos y puntos discordantes. Porque tuvieron mucho en común, sí, pero cada una vivió la literatura, el amor y la maternidad a su manera. Anna se aventura a rellenar las páginas en blanco de la biografía de Marina a partir de lo que le sugieren sus cartas y poemas; se pregunta, por ejemplo, qué pensaría, cómo habría reaccionado ante determinados sucesos.

Más que una narración de acontecimientos a la vieja usanza, Rodríguez Fischer ofrece una aproximación introspectiva, con un estilo intimista, reflexivo y elegante, con los destellos líricos justos para evocar la voz, y el universo, de dos poetas. La documentación se intuye exhaustiva y rigurosa, pero no cae en el error de abundar en datos; ante todo, la vida, la emoción. No solo se nota el conocimiento de la época y las figuras históricas, sino que hay detrás una labor de inmersión en la forma de estar en el mundo de la narradora. En la voz de Anna se respira el aire de su tiempo, y resulta cercana, cálida, como una confesión. Lo íntimo y lo histórico se armonizan, porque lo personal deviene político, más todavía en un contexto como ese.

De la infancia, ambas arrastran una herida materna, aunque por motivos diferentes: mientras que Marina padeció una educación férrea, Anna reprocha a su progenitora su carácter «pusilánime y carente de voluntad, que se deja llevar por lo que le dictan personas completamente ajenas a su vida» (p. 38-39). Cuando se refiere a su propia condición de madre, Anna también se muestra, como suele ser habitual, autocrítica, por motivos que compartirían muchos padres y madres de cualquier época y lugar: «Tú fuiste una madre ejemplar, una verdadera esclava», elogia a Marina, «Yo siempre tuve remordimientos por no haber dedicado más tiempo a mi hijo, y me torturaba la conciencia de que, cuando fuera mayor, no podría recordar muchas cosas de mí» (p. 78).

El descubrimiento de la vocación literaria y el modo en el que esta se integra en sus vidas es asimismo destacable. Tuvieron, en palabras de la narradora, «una infancia más bella que un cuento, la nuestra: dos niñas que adoraban a Pushkin» (p. 28); aunque, en realidad, no fue tan idílica, como revela el hecho de que Anna se refugió en la escritura tras la muerte de su hermana pequeña: «Empecé a escribir mi vida cuando apenas había empezado a vivirla» (p. 33). Esas chiquillas lectoras crecieron, adquirieron un compromiso con la literatura («cuando una mujer escribe, lo hace para todas las que han callado durante miles de años, siguen callando aún, y callarán por siempre jamás», p. 80) y se movieron por el círculo cultural: por la novela desfilan nombres propios como Lidia Chukóvskaia, Ossip Mandelsam, Boris Pasternak o Vladimir Maiakovski. Sus destinos también estuvieron marcados por el exilio, la censura y la muerte; las pérdidas tempranas, las trayectorias que no pudieron realizarse en su plenitud, son otra herida para esta Anna que escribe.

Víctimas del terror

Otros nombres son los de Nikolái Gumiliov, primer marido de Anna y padre de su hijo, con quien vivió en París, unidos por la poesía. Entra también en su breve (pero intenso) romance con Modigliani, «Modi», el pintor vanguardista al que las facciones de Anna tanto inspiraron; en realidad, ambos se influyeron mutuamente. En cierto momento, la narradora se pregunta, a propósito de una amante de Marina que le disgusta, si ellas podrían «vivir el amor, más allá de un fugaz encaprichamiento» (p. 104). Lo cierto es que, frente a los vaivenes sentimentales, las agitaciones sociales, las represiones (como las que sufrieron el primer marido de Anna y su hijo) y los estragos de la enfermedad (Anna padeció tuberculosis a lo largo de su vida), la amistad entre ellas se mantiene firme. Y cuando Marina ya no está, recordarla sigue siendo un punto de apoyo para la amiga.

La trayectoria de Anna y Marina, como la del resto de intelectuales y artistas rusos de la época, estuvo marcada desde muy pronto por las convulsiones políticas. Al principio, en los tiempos de la Revolución, todavía creían, confiaban en los cambios: «Aún viviamos en la edad de los sueños […] hasta el punto de llegar a creer que solo valía la pena vivir por la revolución» (p. 44). Pero el estalinismo no tuvo piedad con quienes no se adherían a su dictado: purgas, censura, persecución, condenas a muerte. Lo ocurrido con Pasternak, buen amigo de Anna, es el mejor ejemplo de la crueldad del régimen. Los supervivientes como ella se resignaron a convivir con el miedo, en silencio.

Tal vez también haya en la novela una voluntad de expresar lo que no pudo ser dicho con claridad, de dar voz, desde la distancia del tiempo, a quien tuvo que permanecer callada y, a través de ella, a la que no pudo más. Antes de que llegue el olvido abarca, pues, muchos olvidos: de dos mujeres, de una generación, del mundo perdido de la infancia, de los amores malogrados, de las víctimas del terror. Es, ante todo, un homenaje a la amistad, a la literatura y a la resistencia, escrito con rigor histórico, hondura y sensibilidad. Un compañero digno para la estantería de quien ya conoce la obra de las dos poetas, y una buena toma de contacto para comenzar a leerlas.

 

 

 

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