CulturaDemocracia y PolíticaElecciones

Guy Sorman: Elogios a la monarquía

Los franceses se ven reducidos a designar regularmente a un jefe de Estado que tiene más poder que cualquier rey, del pasado o del presente

 

CARBAJO Y ROJO

 

Los españoles tienen mucha suerte por tener un rey. La mayoría de ellos no se dan cuenta y, seguramente, la monarquía les parece cara y superflua. Pero las repúblicas sin monarca buscan constantemente un sustituto de la monarquía tradicional y no lo encuentran. Este pensamiento, que puede parecer paradójico, me vino de camino a mi colegio electoral parisino para renovar los diputados como deseaba Emmanuel Macron. Macron, igual que todos sus predecesores, es de hecho una especie de monarca electo: tiene la legitimidad de una elección democrática, pero no tiene la legitimidad que confiere una larga historia dinástica. Los franceses se ven reducidos a designar regularmente a un jefe de Estado que tiene más poder que cualquier rey, del pasado o del presente. Evidentemente, al cabo de unos años, muy pocos, se cansan de este monarca elegido y no tienen más remedio que deshacerse de él. Ese es el destino de Emmanuel Macron, que se creyó coronado de por vida hace siete años y que, aunque no acabará guillotinado como Luis XVI, porque nos hemos civilizado, tendrá serias dificultades para finalizar su mandato.

Estos días vemos que la situación es idéntica en Estados Unidos, donde el presidente Biden, también monarca coronado, se enfrenta a la fiera oposición de los delfines, que consideran que su rey envejece mal.

En la ciencia política es habitual considerar que la república es mejor que la monarquía. Pero este tópico es superficial, ya que no todas las repúblicas son democráticas ni todas las monarquías son autoritarias. El mejor régimen posible es sin duda el que combina una monarquía distante, garante de la unidad nacional y de la Constitución, como es el caso de España, y con una democracia parlamentaria, también el caso de España. ¿Quién sino el Rey Juan Carlos habría tenido legitimidad y autoridad suficiente sobre las facciones para oponerse al intento de golpe militar de 1981? ¿Quién sino Felipe VI habría tenido legitimidad y autoridad suficiente para oponerse al desmantelamiento de la Constitución por los independentistas catalanes?

Estos dos grandes actos históricos salvaron la democracia y justifican por sí mismos la monarquía, incluso si esto fuera lo único importante que han hecho estos dos monarcas. ¿Qué habría sido de la democracia española sin sus intervenciones?

Evidentemente, este tipo de instituciones no se pueden decretar; son producto de la historia. Pero, a veces, la historia titubea. Como es sabido, en el caso de Francia, en 1944, después de que el general De Gaulle restableciera la democracia tras la liberación de Francia por los estadounidenses y los británicos, este se preguntó si sería posible restablecer la monarquía en Francia. No la consideraba incompatible con la vida democrática. El heredero de los Borbones, un primo de la dinastía española, se puso en contacto con él. De Gaulle consideró que el heredero, que en aquel momento llevaba el título de Conde de París, era demasiado estúpido y vanidoso para convertirse en rey.

En consecuencia, De Gaulle abandonó su idea original y la sustituyó por una presidencia elegida mediante sufragio universal. En su imaginación, el presidente debía ser una especie de monarca por encima de los debates políticos, un monarca sustituto, único garante del respeto a las instituciones y de la independencia nacional. Y así fue como, a partir de 1958, reinó más que presidió, hasta 1969.

Desgraciadamente, sus sucesores tuvieron tendencia a abusar de su autoridad y a comportarse no como monarcas constitucionales, sino más bien como caudillos, entrometiéndose en todo y especialmente en los detalles. A falta de un monarca legítimo, en unas elecciones tras otras, los franceses buscan constantemente un salvador. En cada votación, creen haberlo encontrado, y luego, al darse cuenta de su error, lo único que desean es su marcha prematura.

Lo más probable es que la salida de Macron se produzca en la fecha establecida por las instituciones, en 2027, ya que la gran virtud de la democracia es que organiza de antemano, y en principio sin violencia, el final de la misión del líder: una destitución indolora que los regímenes despóticos no saben gestionar. Hasta entonces, Macron tendrá que lidiar con una Asamblea tan dividida como la propia sociedad francesa, pero ¿no es la democracia el arte de lidiar con adversarios? La situación actual no tiene nada de dramática, y lamento que los medios de comunicación y los partidos políticos quieran hacernos creer que está en juego el destino de la nación. Tal vez por espíritu de contradicción con la opinión dominante e irreflexiva, yo estoy ante todo encantado de haber podido votar como todos mis conciudadanos, con la mayor tranquilidad. De camino al colegio electoral, mi mujer manifestó su inquietud por el auge de los partidos extremistas, y yo le señalé que simplemente íbamos a votar, algo que miles de millones de seres humanos desearían hacer: un derecho y una felicidad que les niegan los déspotas violentos y megalómanos. A falta de rey, amemos la democracia tal como nos ha sido dada, que ya es muy envidiable.

 

 

Botón volver arriba