Alfonsina Storni, la poesía como escudo
Mujer de vanguardia, la poeta argentina fue alguien tan libre que nadie más que ella decidió su final.
A Ofelia
Gustaba de jugar al truco, la Storni. Y en una de estas rondas de naipes, siempre en el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo en la ciudad de Buenos Aires, quizá fuera cuando se conoció con Federico García Lorca.
Otro poeta al que le ardían las palabras en la sangre.
Alfonsina tuvo la voz fuerte, decidida: se sabe por sus letras. Una mujer de vanguardia, en el plano artístico y en el suyo personal respecto a su familia y su concepción de la vida. La de ella, una muy difícil, infausta; con la poesía como escudo. Creía que era una mente varonil encerrada en el cuerpo de una mujer, y esa condición le dolía.
La misma Mercedes Sosa le cantó. ‘Alfonsina y el mar’ es una zamba, esa canción folklórica que se canta (se lamenta) y se baila (se trenza) apasionadamente, compuesta por el pianista Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna, y fue la Negra Sosa la primera en grabarla en su disco Mujeres argentinas, de 1969.
Ariel Ramírez, destacado compositor y eximio pianista, no tuvo contacto directo con la poeta; pero su padre, don Zenón —maestro, contador, escribano— fue maestro de la Storni y supo transmitir a su hijo su cariño por esa alumna de trágico final.
Comienza:
Por la blanda arena
Que lame el mar
Su pequeña huella
No vuelve más
Un sendero solo
De pena y silencio llegó
Hasta el agua
Profunda
Y un sendero solo de penas mudas llegó
Hasta la espuma.
Y esto llevó a la confusión absoluta: la gente creyó que Alfonsina se adentró en el mar andando y se dejó arrastrar en el mar negro de la noche. O que habían sido estas las palabras de su carta de despedida:
Bájame la lámpara un poco más
Déjame que duerma, nodriza, en paz
Y si llama él no le digas que estoy
Dile que Alfonsina no vuelve
Y si llama él no le digas nunca que estoy
Di que me he ido.
Casi cien artistas replicaron este homenaje y reversionaron esta zamba. Miguel Bosé, Andrés Calamaro, Ainhoa Arteta, Plácido Domingo, Raphael, Natalia Lafourcade, Chabuca Granda, Shakira, fueron parte de quienes se hicieron eco de esos versos:
Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, Alfonsina, vestida de mar.
En 2012, se filmó en Chile una película italiana con el mismo nombre de esta canción, dirigida por Davide Sordella y protagonizada por Lucía Bosé y Magaly Solier.
En Pero aun así( Random House, 2019), la gran María Moreno parafrasea la canción de Luna y Ramírez y titula su ensayo sobre la poeta ‘Alfonsina y mal’. Escribe: “¿Quién más queer que Alfonsina? Llamaba a su hijo ‘hermano’, le dejó de herencia un empleo público y sus alumnos —cosas que no se heredan—, estaba en contra de tener una casa porque las casas son de a dos, pedía un ‘amor feroz de garra y diente’ y no se quería ni casta ni blanca”.
Storni, en 1916. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
* * * *
Alfonsina Storni nació en Capriasca, Suiza, el 29 de mayo de 1892, y partió de este mundo en Mar del Plata, Argentina, 46 años más tarde. El 25 de octubre de 1938, para ser precisos. Se arrojó al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres de esta ciudad costera. Había llegado en tren, como siempre, dos días antes y ya decidida a su final.
Alfonsina era hija del matrimonio italo-suizo formado por Alfonso Ambrosio Storni Guidetti y Paulina Martignoni Vailati. El padre fue quien eligió su nombre. La poeta le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: “Me llamaron Alfonsina, que quiere decir ‘dispuesta a todo’”.
Los padres de la poeta habían emigrado a la Argentina antes de que ella naciera, en 1880, cuando el país ofrecía maravillas al mundo, y se habían instalado en San Juan. Allí nacieron sus primeros dos hijos, y regentaron una cervecería a la que llamaron Los Alpes, al lado de la cordillera de Los Andes.
Volvieron a Suiza en 1891, nació la poeta, regresaron a San Juan. En esta ciudad, aún muy niña, Alfonsina aprendió italiano y francés.
Nómades por naturaleza, los Storni se trasladaron luego a Rosario, en la provincia de Santa Fe, donde doña Paulina comandó una pequeña escuela domiciliaria y don Alfonso abrió un bar al que llamó Café Suizo.
Alfonsina pensó en ayudar trabajando de mesera, pero no pudo. No le gustaba lavar platos, ni atender las mesas, ¡tenía 10 años! ¡Quería jugar y leer y escribir! Además, el alcoholismo del padre —un hombre “melancólico y raro”, en palabras de su hija— ya era un problema.
Así es como ella escribe esa poesía tan gris, triste quizá: a los 12 años, dejó un poema deliberadamente a la vista de su madre, quien la reprendió, alegando que la vida es bella. Siendo aún tan púber, Alfonsina ya tenía esa particular sensibilidad propia de los poetas y entendía todas las idas y vueltas de su familia; ella, una de cinco hermanos, de padres ítalo-suizos radicados en Argentina, vueltos a Suiza, luego otra vez de vuelta…
Muchas vueltas.
Todo muy pesado para una niña.
Tras la muerte de su padre en 1906, Alfonsina se alejó de la familia. Estudió magisterio en Santa Fe, trabajó como pudo para mantenerse: celadora en una escuela, obrera en una fábrica de aceites, cosedora de gorras y hasta corista de un grupo teatral. Aquí le latía la vena actoral: recorrió el país con el teatro ambulante y fue parte de obras de Ibsen, Pérez Galdós, Florencio Sánchez.
En sus cartas al filólogo español Julio Cejador, Alfonsina escribirá: “A los 13 años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico. (…) Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos…”.
Se sucederá su vida entre obras de teatro, vueltas al pueblo, sus tiempos como maestra, sus primeros poemas, su decisión de instalarse en Buenos Aires.
Ya estaba embarazada cuando decidió partir, a finales de 1911: “Pueblo chico, infierno grande” reza la siempre sabia palabra popular.
Cuando entiende que el entorno puede enterarse de su vida personal, no puede soportarlo y flirtea con las primeras ideas del suicidio.
Encinta, sola, sin un hombre al lado, lo cual en aquellos tiempos era aún —porque el estigma continúa anquilosado en la sociedad— peor visto. No habló del padre que nunca lo fue, se limitó a criar a Alejandro, su hijo.
La vida de Alfonsina en Buenos Aires será una sucesión de encuentros y desencuentros, y donde se rodeará de pares. Porque qué era esa ciudad sino la capital, social y cultural de Sudamérica, el puerto de entrada de todo lo que ofrecía el resto del mundo, una vidriera de exposición de tanto bullicio formativo, una orgía de identidades que gritaban a viva voz sus lenguas nativas, geografías arremolinadas en el Río de la Plata.
Se sucederán los personajes más destacados de la literatura paseándose junto a la bella —¡era bella!— Alfonsina. La poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou. Su gran amigo, el escritor también uruguayo Horacio Quiroga. José Enrique Rodó, José Ingenieros y Manuel Baldomero Ugarte. Leopoldo Lugones. Amado Nervo y Rubén Darío. Gabriela Mistral. Toda la vanguardia de la época rendida a sus pies.
Y se sucederá también su depresión. Ese monstruo que se acrecienta hasta devorarla.
Su amiga Salvadora Medina Onrubia, ese reflejo de su propia alma, estará a su lado hasta el último de sus días: la anarquista, esa intelectual forajida a quien la unió una amistad que duró toda la vida, fundada en el fervor revolucionario y el haberse atrevido como Alfonsina a ser madre soltera, poeta y feminista. Escribe María Moreno: “Alfonsina era una feminista independiente y cachadora, y aunque llegue a ser vicepresidenta del Comité Feminista de Santa Fe e integrante de la Comisión Pro Derechos de la Mujer de 1919, declara: ‘Yo pienso que el feminismo es la carrera de las fracasadas’. Pero, ya se sabe, es un viejo truco feminista denostar la propia posición como una estrategia defensiva con algo de treta”.
Cuando Alfonsina es diagnosticada de cáncer de mama y finalmente operada, Salvadora hará honor a su nombre. De creer que era un tumor benigno se supo inmediatamente que había ramificaciones de esa telaraña que teje esa enfermedad. La mastectomía la había agotado, las cicatrices la marcaron por dentro y por fuera y su amiga la alojó en su casa donde la atendió sin descanso.
Al poco tiempo, se suicida Horacio Quiroga, y Alfonsina escribe:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.
Dos años después, se hace carne de este poema. De sus textos siempre se desprendían sus pesares: la pobreza, la desazón, su entendimiento y paradójicamente su falta de comprensión de la realidad. La libertad.
Alfonsina fue tan libre que nadie más que ella decidiría su final.
Y en el aura a su alrededor, lo que ha magnificado su leyenda tan válida y justamente, ese retrato del dolor que se dibujaba en sus ojos, todo será un escudo frente al temor, la enfermedad.
* * * *
El 18 de octubre de 1938 le dirá adiós a su hijo en la estación de Constitución de Buenos Aires. Mar del Plata sería su destino final, el que ella quiso que así fuera. Ya no se volverían a ver y ambos lo sabían.
Una vez en la ciudad costera, respondió dos cartas a Alejandro justamente: “Sueñito mío, corazón mío, sombra de mi alma, he recuperado el sueño, ya es algo. Dormí en el tren toda la noche. Te escribo ésta recostada en mi sillón, la mano sin apoyo. El apetito mejor, pero sigo con una gran debilidad. Lo mental es lo que está todavía debilísimo. ¡Ay mis depresiones! Y qué temor me dan. Pero hay que confiar, si el cuerpo se levanta puede que lo demás también. Te abraza largo y apretado, Alfonsina”.
La segunda tuvo que dictarla a la mucama, ya no podía escribir.
Sí hubo una última al escritor Manuel Gálvez: “Querido Gálvez: Estoy muy mal. Por favor, mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro. Ruéguele al intendente en mi nombre que lo ascienda acumulándole mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más. Alfonsina”.
Antes había despachado al correo la poesía que aparecería en el diario La Nación:
Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias… Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.
El cuerpo de Alfonsina fue encontrado por dos jóvenes trabajadores poco después de su suicidio. Estaba flotando unos metros de la orilla de la playa La Perla en Mar del Plata. Ahora descansa en el cementerio de Chacarita de Buenos Aires. Esa puesta en escena podría suponer un elemento más de la obra poética que se apaga.
“Me arrojo al mar”, escribe hacia el final. No se despide, no se mata. Se continúa.