Descubrir a J. D. Vance: de Ohio a Washington, una profesión de fe nacionalista
Donald Trump ha encontrado a su vicepresidente para las elecciones
¿Qué piensa J.D. Vance y qué influencia tendrá? A la derecha del Partido Republicano, el autor de Hillbilly Elegy es un ideólogo que se ha «convertido» al trumpismo —pero su línea tendrá un impacto mucho mayor—. Para comprender las bases de su visión de Estados Unidos, traducimos y comentamos su último discurso clave.
J D VANCE: Hay que reconocer que hemos tenido muchos éxitos, pero también algunas derrotas.
Cuando vine a esta conferencia en 2019, era un inversor de capital riesgo, autor de Hillbilly Elegy, y no pensaba realmente en política —aparte del hecho de que me preocupaba que mi país fuera en la dirección equivocada—.
En mi discurso de hace cinco años, había hecho algunas observaciones que, por desgracia, siguen siendo pertinentes hoy en día. Había hablado del hecho de que el sueño americano de mi abuelo estaba decayendo en el mismo país en el que había nacido. Este sueño americano se basa en la idea de que, trabajando duro y respetando las reglas, uno debería poder construirse una buena vida —para uno mismo, para su familia, en su país—. Esta idea ha sido socavada por la izquierda estadounidense. Todavía lo está. En algunos aspectos, las cosas incluso han empeorado.
Pero creo que hemos conseguido algunas victorias increíbles. Uno de mis caballos de batalla en los últimos años ha sido la idea de que la política exterior estadounidense tiene que establecer objetivos realistas sobre lo que podemos conseguir, dónde podemos centrarnos, y el hecho de que el poder militar tiene que ser, fundamentalmente, posterior al poder industrial.
La lección más importante de la Segunda Guerra Mundial no es que se gana un conflicto golpeándose el pecho y fingiendo ser el bueno. La verdadera lección es que si el frente interno es fuerte, podemos ganar y proyectar nuestro poder en el exterior. Nuestros dirigentes actuales parecen haberlo olvidado. El ejemplo más significativo de este gran olvido es Ucrania, adonde hemos enviado armamento por valor de cientos de miles de millones de dólares sin ningún objetivo que pudiéramos acercarnos a conseguir allí.
Y así, muchos de mis colegas ignoran las realidades fundamentales de la guerra.
Pero hay buenas noticias: la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y la mayoría republicana en el Senado dijeron el pasado ciclo «no» a esta guerra, ¡nunca más!
Esto es algo bueno y un progreso.
Aunque todavía no hayamos ganado ese debate, estamos empezando a ganarlo dentro de nuestro propio partido —creo que eso es muy importante—.
Sobre este tema en particular, tengo que meterme con la página de opinión del Wall Street Journal.
La más estúpida de todas las posibles soluciones y respuestas de política exterior para nuestro país es que deberíamos dejar que China fabrique todos nuestros productos y que deberíamos entrar en guerra con ella.
En mi opinión, no deberíamos entrar en guerra con China si podemos evitarlo. Tampoco deberíamos dejar que los chinos fabriquen todos nuestros productos. Sin embargo, el Wall Street Journal lleva años diciéndonos que podemos enviar municiones y armas de guerra a Ucrania indefinidamente, mientras que durante dos generaciones ha abogado por trasladar nuestra base industrial al extranjero. Esto no tiene ningún sentido. Es la encarnación perfecta de la forma más estúpida de gobernar nuestro país.
Enviemos toda nuestra industria de defensa a países que nos odian, y luego gastemos las pocas reservas que tenemos en una guerra sin final garantizado. Tal es el planteamiento de la página editorial del Wall Street Journal. Y me complace decir que el Partido Republicano lo rechaza cada vez más. Eso es un gran logro y un progreso considerable.
Otra cosa en la que hemos hecho verdaderos progresos —incluso los libertarios y los fundamentalistas del mercado lo reconocen— es entender que no se puede tener un libre comercio ilimitado con países que te odian. Eso equivaldría a permitir que la Alemania nazi de 1942 fabricara nuestros barcos y misiles. Todos los republicanos aceptan que esos días ya pasaron.
Incluso gente que no estaba de acuerdo con nosotros sobre cómo proteger la industria estadounidense, ahora sí lo está. No podemos dejar que los chinos fabriquen todos nuestros productos si al mismo tiempo entramos en competencia a largo plazo con ellos. Por lo tanto, hemos hecho progresos considerables en este ámbito.
Sin embargo, el viejo consenso resurge constantemente. Así que nuestro trabajo aún no ha terminado.
La cuestión en la que más hemos avanzado —y este es un punto en el que el movimiento conservador nacional ha sido clave—, no solo aquí sino también en el extranjero, es el reconocimiento de la verdadera amenaza para la democracia estadounidense. Ciertamente no es Donald Trump, ni siquiera un dictador extranjero al que no le guste Estados Unidos o nuestros valores. La principal amenaza es que los votantes estadounidenses siguen votando por menos inmigración y nuestros líderes siguen ignorándolos. Esa es la amenaza.
Hoy hablaba con un amigo inglés. En todo el mundo occidental —en Alemania y el Reino Unido, por ejemplo— la gente sigue diciendo a sus dirigentes que quiere menos inmigración, y sus dirigentes siguen negándose a escuchar. Es como si la función fundamental de nuestra sagrada democracia se hubiera roto y a nuestras élites no pareciera importarles.
¿Por qué?
En primer lugar, porque se benefician de la mano de obra barata. En segundo lugar, porque no les gusta la gente que compone la población de su propio país. Vemos una y otra vez que tanto a las élites británicas como a las estadounidenses no parece gustarles sus propios conciudadanos, incluso si sus guerras las libra el pueblo llano, no los que pasean por las calles de Washington D.C.
En lo que respecta a la inmigración, nadie puede ignorar que ha hecho que nuestras sociedades sean más pobres, menos seguras, menos prósperas y menos avanzadas.
Hace un año, recuerdo haber discutido con un fracasado en Twitter sobre si la inmigración estaba haciendo subir los precios de la vivienda. El argumento al que se aferraba era que quizá los inmigrantes aumentan la demanda de vivienda, pero son ellos quienes la construyen. Eso no es cierto. Vayan a Pensilvania o a Ohio y lo verán: muchos de nuestros conciudadanos nacidos en Estados Unidos siguen construyendo nuestras casas.
¡Impresionante! Hay ciudades en Ohio donde había casas antes de que se aprobara la ley de inmigración de 1964. ¿Se lo pueden creer? ¡Realmente construíamos casas en los Estados Unidos de América antes de que nuestras élites nos inundaran con mano de obra barata sin fin! Y además, todavía podemos hacerlo. Estas personas aún pueden hacerlo —sólo quieren un salario decente—.
Hoy en día, todo el mundo parece estar de acuerdo en que si la inmigración fuera la forma de crear riqueza y bajar los precios de la vivienda, Londres estaría muy bien, por ejemplo. Pero tengo que decirles que estuve en Londres el año pasado y la ciudad no va muy bien.
De hecho, ni siquiera tienen que ir a Londres. Pueden ir más cerca de casa. En nuestras propias comunidades, en nuestros propios estados, los lugares con mayores niveles de inmigración son los lugares con los precios inmobiliarios más altos. Ni siquiera es una cuestión de correlación o causalidad; es más que obvio. Si observamos las áreas metropolitanas, parcela por parcela, vemos que donde la inmigración es más alta, los precios inmobiliarios también lo son.
Pero eso no es todo.
Hay una comunidad en Ohio llamada Springfield. Me resulta especialmente cercana, porque es casi un calco de Middletown, la ciudad donde crecí en Ohio. Es una ciudad mediana de unos 55.000 habitantes. No se van a creer esta estadística cuando se las cuente, porque yo no me la creí cuando me enteré: en los últimos cuatro años, gracias a la política de fronteras abiertas de Joe Biden, Springfield ha pasado de 55.000 a 75.000 habitantes. El aumento de 20.000 habitantes está compuesto casi en su totalidad por inmigrantes haitianos. Ahora vayan a Springfield, Ohio, y pregunten a sus residentes si se han enriquecido con esos 20.000 recién llegados en cuatro años.
Los precios de la vivienda se han disparado. Miembros de la clase media que han vivido en Springfield, algunos durante generaciones, no pueden permitirse una vivienda. Y ayer me enteré de que un tercio del presupuesto sanitario del condado se gasta ahora en prestaciones gratuitas para inmigrantes ilegales.
Por supuesto, la izquierda «comprobará los hechos» y dirá que no son inmigrantes ilegales porque, gracias al abuso de Joe Biden de las leyes de asilo y de la libertad condicional masiva, «técnicamente» ya no son ilegales —y porque, de todos modos, nadie es extranjero ilegal, según el Presidente—.
Según la administración Biden, los únicos ilegales en este país son aquellos cuyos abuelos nacieron aquí. Estas son las personas a las que no se les permite opinar y que serán silenciadas, censuradas e insultadas.
Springfield, en Ohio, ha quedado sumergida. Esto no quiere decir, por supuesto, que los 20.000 recién llegados sean malas personas. Imagino que muchos de ellos son en realidad muy buenas personas. Pero mi objetivo no es proteger a los buenos extranjeros. Soy senador por el estado de Ohio. Nuestros dirigentes deben proteger primero los intereses de los ciudadanos de este país. Pero, de hecho, no lo están haciendo.
También en mi estado natal de Ohio, hemos tenido unos cuantos referendos que no se aprobaron. Perdimos unas elecciones en 2022 que deberíamos haber ganado. Como he dicho antes, no todos los debates sobre política exterior han ido a nuestro favor, pero en general, el movimiento conservador nacional está ganando esta batalla y transformando el debate.
Lo estamos haciendo con una idea fundamental en mente: los líderes estadounidenses deben cuidar de los estadounidenses. Para los británicos que están presentes aquí, los líderes británicos deben cuidar de sus ciudadanos —y así sucesivamente para otros ciudadanos de otros países—.
Voy a criticar al Reino Unido en otro punto. Hace poco hablaba con un amigo sobre uno de los mayores peligros del mundo: la proliferación nuclear. Por supuesto, la administración Biden está completamente despreocupada al respecto.
Me preguntaba quién sería el primer país verdaderamente islámico en adquirir un arma nuclear. Pensábamos que podría ser Irán, después de Pakistán. Y finalmente nos dijimos que podría ser el Reino Unido, con los laboristas recién llegados al poder. A mis amigos conservadores les digo: tenéis que volver a tomar el control.
Pero hay una razón por la que soy optimista sobre el futuro de este movimiento y de nuestro país. Por primera vez en mucho tiempo, está claro que el líder del Partido Republicano no es un hombre que necesite desesperadamente mano de obra barata, ni tampoco una personalidad que pretenda hablar en nombre de esta o aquella circunscripción. El líder del Partido Republicano es un hombre que pretende poner al pueblo estadounidense en primer lugar. Ese hombre es Donald Trump.
Casi desearía que su memoria fuera tan mala como la de Joe Biden: olvidaría lo que dije de él en 2016. Fue en 2019 cuando me sedujo la causa de la agenda America First de Trump. En muchos sentidos, me presento ante ustedes como un converso. Por aquel entonces, hasta en Washington D.C., incluso en 2019, aunque fuera presidente de los Estados Unidos, había gente que se oponía a su influencia y ya planeaba volver a aplicar las posiciones preferidas del Wall Street Journal.
Esos días han terminado. Esta es una gran victoria para nosotros, pero aún más importante, es una gran victoria para el pueblo estadounidense que, repito, necesita personas que antepongan los intereses de sus electores, nuestros ciudadanos. De eso se trata este movimiento, y eso es lo que nos traerá la presidencia de Trump si le damos otra oportunidad.
Permítanme concluir con una observación.
Pido disculpas a algunos de ustedes que ya me han oído decir esto antes, pero creo que es importante. Aunque creo que estamos en muy buena posición electoralmente en 2024, nos esperan muchos debates y discusiones. Una de las cosas que se oyen, incluso por nuestra parte, es que América sería la primera nación creíble.
América es una idea.
América tenía muy buenas ideas cuando se fundó. Fue creada por hombres brillantes. La Constitución, por supuesto, es una pieza increíble de teoría política, que ha tenido una influencia excepcional; por eso ha resistido el paso del tiempo. Pero América no es sólo una idea. Puede que hayamos sido fundados sobre grandes ideas, pero América es una nación. Es un grupo de personas con una historia y un futuro compartidos.
Uno de los elementos de esa condición de pueblo es que permitimos que los recién llegados entren en este país, pero lo hacemos en nuestros términos, en los términos de los ciudadanos estadounidenses. Así es como hemos mantenido este proyecto en marcha durante 200 años y, espero, durante los próximos 200.
Permítanme ilustrar esto con un ejemplo personal.
Estoy casado con una hija de inmigrantes sudasiáticos, personas increíbles que han enriquecido verdaderamente este país de muchas maneras. Por supuesto, soy parcial porque amo a mi mujer, pero estoy convencido de que es cierto.
Cuando le propuse matrimonio a mi mujer, estábamos en la facultad de Derecho y le dije: «Cariño, vengo con 120.000 dólares de deuda de la facultad de Derecho y una parcela en un cementerio del este de Kentucky. Y eso es todo lo que vas a conseguir». Esa parcela del cementerio en el este de Kentucky, si van por la ruta 15 de Kentucky y van a Jackson, se encuentran con el hogar ancestral de mi familia, antes de que emigráramos a Ohio hace unos sesenta o setenta años. De allí proceden todos mis parientes, del corazón de los Apalaches. Es el país del carbón de Kentucky, que por cierto es uno de los diez condados más pobres de todo Estados Unidos de América.
Por supuesto, a nuestras élites les encanta acusar a los habitantes de estos condados de privilegio blanco. Vayan al condado de Breathitt, en Kentucky, y díganme que son gente privilegiada. Son gente muy trabajadora y buena que ama este país, no porque Estados Unidos sea una «buena idea», sino porque en el fondo saben que este es su hogar y será el hogar de sus hijos, y morirían luchando por protegerlo.
Esa, señoras y señores, es la fuente de la grandeza de Estados Unidos.
Tengo la oportunidad de representar a millones de personas en el estado de Ohio que son exactamente así. En el cementerio del que hablo hay tumbas de personas que nacieron durante la Guerra Civil estadounidense. Y si, como espero, mi mujer y yo descansamos allí y nuestros hijos nos siguen, habrá siete generaciones de mi familia en ese pequeño cementerio de montaña del este de Kentucky. Siete generaciones de personas que lucharon por este país, que construyeron este país, que hicieron cosas en este país, y que lucharían y morirían para proteger este país si se les pidiera.
No es sólo una idea.
No es sólo un conjunto de principios, por muy grandes que sean las ideas y los principios. Es una patria. La gente no va a luchar y morir sólo por principios. También luchan y mueren —y esto es crucial— por su hogar, por su familia, por el futuro de sus hijos.
Si este movimiento espera llegar a alguna parte, y si este país quiere prosperar, tenemos que recordar que Estados Unidos es una nación.
A veces discreparemos sobre la mejor manera de servir a esta nación. Discreparemos, por supuesto, incluso en esta sala, sobre la mejor manera de revitalizar la industria estadounidense y renovar la familia estadounidense. No pasa nada. Pero no olviden nunca que la razón de nuestra existencia, la razón por la que hacemos esto, la razón por la que nos preocupamos por todas esas grandes ideas, es porque me gustaría, en algún momento, que mis hijos me vieran descansar en ese cementerio, y me gustaría que supieran que los Estados Unidos de América son tan fuertes y están tan orgullosos y son tan grandes como siempre.
Pongámonos a trabajar para que así sea. Que Dios los bendiga a todos.
El lunes 15 de julio, pocas horas después de la inauguración de la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, en Wisconsin, Donald Trump anunció que había elegido a J.D. Vance como compañero de fórmula para las elecciones presidenciales de noviembre. Menos de 48 horas antes, Trump sobrevivía a un intento de asesinato en un mitin en Butler, en Pensilvania.
La elección de Vance era de esperar, ya que se ha erigido como una de las figuras más destacadas del Partido Republicano en los últimos años. Desde su llegada al Senado en enero de 2023, se ha convertido en uno de los principales defensores y relevos del discurso de Trump en materia de inmigración, política exterior y «valores» estadounidenses. En abril, durante el debate en el Senado sobre la votación del paquete de ayuda adicional para Ucrania, Vance pronunció un discurso en el que expuso la doctrina trumpista sobre Ucrania. Dos meses antes, en febrero, Vance estuvo en la Conferencia de Seguridad de Múnich para lanzar un mensaje a los europeos de cara a las elecciones de noviembre: si gana Trump, Estados Unidos se apartará de Europa y se centrará en China.
En los últimos meses, Vance ha asumido el papel de principal portavoz de Trump en el extranjero. También ha defendido la trayectoria del expresidente y ha demostrado su lealtad incondicional a Estados Unidos en reuniones y conferencias.
Aunque se mostró hostil a Trump en 2016, Vance le ha defendido con firmeza posteriormente, hasta el punto de que Trump le considera ahora uno de los portadores de su legado ideológico. Más allá de esta fuerte alineación política, otros factores prácticos pueden haber entrado en juego para desbancar a otros posibles candidatos: Marco Rubio, también de Florida, habría sido una elección poco estratégica como compañero de fórmula para ampliar la base geográfica; Doug Burgum, gobernador de Dakota del Norte, fue respaldado por Karl Rowe, antiguo partidario de Bush, en el Wall Street Journal, publicación a la que Vance apunta abiertamente en varias ocasiones aquí.
El discurso traducido y comentado a continuación fue pronunciado el 10 de julio en Washington D.C. en la 4ª edición de la National Conservatism Conference. Este formato, organizado desde 2019 bajo la égida del conservador israelí-estadounidense Yoram Hazony, autor del best-seller The Virtue of Nationalism (2018), es la mayor reunión anual de la «nueva derecha» estadounidense.
Mientras a pocos kilómetros se reunían los líderes de los países de la OTAN para prometer su apoyo a largo plazo a Ucrania, la Fundación Edmund Burke reunía al mismo tiempo a conservadores de todo el mundo para defender el regreso al aislacionismo y a los valores «tradicionales».