La generación intelectual de la emancipación, fue duramente golpeada. Apenas unos pocos lograron cruzar con vida la tempestad. Sellada la independencia, participaron en la discusión y elaboración del texto constitucional de 1830. En el cual se consagró la separación de la Gran Colombia y se estableció un régimen presidencialista, aunque prohibió la reelección inmediata.
Transcurridos veintiocho años de aquel intento por darnos un país de progreso y civilización, un movimiento militar comandado por Julián Castro acabó con el régimen de José Tadeo Monagas. Convocó a un proceso constituyente con el propósito de dictar una nueva Constitución. Los diputados fueron electos mediante sufragio universal. La Asamblea se instaló el 5 de julio de ese año, con representación de fuerzas plurales.
Fue con motivo de las polémicas suscitadas alrededor de esta Constitución, en la ciudad de Valencia, cuando nuevamente se sintió la presencia de un pensamiento político esclarecido. A escasos años de habernos declarado independientes, seguíamos pendientes de los postulados que alentaron la emancipación. El país demandaba instituciones políticas que aplacaran los conflictos y pugnas por el poder. Exigía definir la ruta que nos condujera al establecimiento de a una sociedad justa, libre y democrática.
La ideología federal defendida en 1811, ahora en 1858, tomaba nuevos bríos. Relevantes actores de la vida nacional salieron en su defensa, con el fin de exigir descentralización y herramientas que mejoraran la participación ciudadana en los destinos nacionales. Aspiraban a que se consagrara en la nueva Carta, un modelo de gobierno surgido y sustentado en la soberanía popular. En el ejercicio del poder, legitimado por el voto universal, libre y secreto.
El foro valenciano centró sus debates entre quienes querían adoptar el sistema federal de gobierno y la resistencia de los centralistas. Entre estas dos tendencias apareció la fórmula centro-federalista. En procura de un amplio consenso, este modelo se adoptó finalmente.
Algunos de los jóvenes intelectuales, activos participantes en los debates constitucionales de 1830, de nuevo hicieron su aparición. Entre estos pensadores, sobresalió sin duda el de mayor talento y formación: Fermín Toro, quien tuvo el honor de presidirla. Junto al ilustre intelectual y diplomático destacaron otros brillantes exponentes del pensamiento de la época. Por los conservadores Pedro Gual, Valentín Espinal, Morales Marcano, Elías Acosta. Al liberalismo lo representaron José Silverio González, Estanislao Rendón y Miguel Nicandro Guerrero.
Transitábamos por una democracia censitaria. Una minoría privilegiada garantizaba el control del poder. Se insistía en adoptar derechos políticos con la intención de horadar la pesada carga del culto al caudillo y al personalismo. Se buscaba internalizar una conducta civilista, capaz de vencer el discurso guerrerista. El camino del diálogo y la tolerancia pacífica. Era una necesidad enfrentar a quienes justificaban la conquista del poder por la vía de la confrontación bélica.
A la Asamblea asistió un selecto grupo de intelectuales, formado en la lectura, la tribuna y el periodismo, ejemplo de esta generación es Fermín Toro, quien desarrolló una intensa actividad parlamentaria. Hay coincidencia en señalar a este insigne venezolano, como un notable exponente del pensamiento político, económico y social de nuestra historia republicana. Escribió las conocidas Reflexiones sobre la Ley de 10 de abril de 1834, en las cuales, cuestionó duramente la práctica de la usura. Criticó el desmedido individualismo y los abusos que suelen cometerse durante el proceso de creación de riquezas. Reclamó la intervención del Estado para corregir las inequidades que ocurren cuando se hace un manejo abusivo de la libertad económica.
Asistió a la Convención como representante de Aragua y desempeñó un rol conciliador durante las discusiones. Terció para que se adoptara un modelo político que fuese capaz de equilibrar el ejercicio del poder entre federalismo y centralismo. En sus intervenciones, sostuvo que el federalismo era la más perfecta de las instituciones y en donde se realiza plenamente la libertad política, pero al mismo tiempo advirtió que tenía razones para no aceptarla en toda su plenitud. Terminó apoyando el modelo centro-federalista.
Fermín Toro favoreció la ampliación del poder local y la manifestación de la soberanía popular mediante el voto. Sostuvo que la educación y el “conocimiento de los deberes morales, políticos y religiosos era el único camino para formar verdaderos ciudadanos”. En su discurso inaugural para describir el régimen de los Monagas sentenció: “… La barbarie triunfante que tuvo por auxiliares la corrupción ministerial, el atentado jurídico, las vejaciones fiscales, el poder militar, la insolencia de los crímenes impunes, el fraude, la iniquidad y el terror.” Cualquier parecido con el presente, es una mera coincidencia.
La nueva Constitución que prácticamente no entró en vigencia, amplió la autonomía de las provincias, estableció la elección directa para gobernadores, diputados y presidente de la República, los cuales debían ser elegidos mediante sufragio universal y directo; el ejercicio de la presidencia se estableció en 4 años, sin reelección inmediata y consagró un Congreso bicameral.
Otro personaje interesante que participó en esta célebre Asamblea, fue Pedro Gual; abogado, estadista y diplomático. De una vasta cultura, exhibía laureles ganados en su dilatada actividad en favor de la gesta independentista. Fue presidente de la Sociedad Patriótica de Caracas y cercano colaborador de Francisco de Miranda. Considerado uno de los creadores del servicio exterior venezolano. Luego de la disolución de la Gran Colombia, decidió fijar residencia en Bogotá y retirarse de la vida pública, para dedicarse al ejercicio de su profesión como abogado. Regresó a Caracas a finales de 1847. Por casi una década se consagró al estudio y a reactivar sus viejos lazos de amistad. Inconforme y enojado con los abusos del poder, no dudó en sumarse al movimiento militar que destronó a José Tadeo Monagas.
Este exitoso alzamiento logró aglutinar a conservadores y liberales, federalistas y centralistas, enarbolando las banderas de la concordia y la reconciliación nacional. Los unía el deseo de retomar los caminos de la civilidad. Como diputado por la provincia de Caracas, fue un enérgico orador que denunció los desmanes del Monagato. En una de sus de sus intervenciones parlamentarias afirmó: “… Si he alzado la voz en esta tribuna es para reclamar el sentimiento moral de la Nación… Nos hemos acostumbrado demasiado a vivir entre los malvados, a ver impune el crimen. Los criminales viven entre nosotros, respiran entre nosotros… Es necesario depurar esta sociedad de los asesinos habituales, de los ladrones y de los hombres perversos que nos han conducido a la miseria en que actualmente nos hallamos.”
Esta breve experiencia, donde los venezolanos nos entendimos y nos pusimos de acuerdo para poner en marcha un proyecto de país y en el cual se estableció un nuevo pacto con miras a bajar la tensión social y avanzar por el camino del progreso, a poco de clausurar sus sesiones la Convención, el 20 de febrero de 1859, se vio ahogada por la más sangrienta lucha intestina del siglo XIX, como fue la Guerra Federal que padecimos entre 1859 hasta 1863. Sin embargo, quedaron sembradas para siempre las ideas civilistas de algunos venezolanos, en espera de hacerlas realidad y perdurable en el tiempo.