Ramón Peña / En pocas palabras: Narraciones
En los comicios de 1897, en los que Joaquín Crespo escogió como sucesor a Ignacio Andrade, el candidato más popular era el general José Manuel Hernández, “el Mocho”, cuyo triunfo se veía venir arrolladoramente. Pero, narra Ramón J. Velásquez en La caída del liberalismo amarillo, con la toma temprana de las sedes de las juntas electorales, por hombres armados de machetes, se fabricó un resultado de 406.610 votos para Andrade contra 2.206 de su oponente. Éste se alza en armas. En la batalla de la Mata Carmelera en el estado Cojedes, cae Joaquín Crespo.
Sesenta años más tarde, el 15 de diciembre de 1957, Marcos Pérez Jiménez, además de su farsa electoral en la constituyente de 1952, convocó un plebiscito para prorrogar su mandato. Sin presencia ni campaña de organizaciones de oposición, el Consejo Supremo Electoral, mostró el siguiente balance: votos por el sí a la continuidad de Pérez Jiménez 2.374.790, votos nulos 186.013. El rechazo popular a estos números, pero fundamentalmente su desconocimiento por el estamento militar, dieron lugar 39 días más tarde a la asonada que puso fin a la dictadura.
Pero el último cuarto de siglo ha sido, sin duda, el más pródigo de nuestra historia en artimañas electorales de toda naturaleza. Entre otras: un árbitro electoral inicuo, la ignominiosa “lista Tascón”, la judicialización de referendos, la inhabilitación ilegal de candidatos, ventajismos de toda laya… Ahora, contra la prueba, actas en mano, de un resultado que refleja dos tercios de los votos a favor del candidato opositor, un boletín del árbitro, no emitido mediante el proceso legal y técnico de totalización, pretende invertir totalmente la voluntad popular.
El desenlace del presente episodio ofrece dos vías alternas: la reinstitucionalización democrática y reconstrucción de un país atrasado y empobrecido, o la continuidad de un régimen, aislado, no reconocido por las democracias de Occidente y sin acceso a los recursos económicos urgidos para rescatar a la nación de su penuria.