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Guillermo Tell Aveledo: “Hay que mantener viva la llama del cambio”

Quizás en estos días, la sensación que tengamos muchos venezolanos es que estamos peor que antes del 28-J. Todos sabemos lo que pasó ese día, pero no tenemos idea de cuáles serán las consecuencias. Entonces, la incertidumbre y la ansiedad aumentaron en un cuadro de salud mental ya deteriorado por 25 años de autoritarismo.

El 28-J marca un punto de inflexión para muchas cosas. No nos hagamos ilusiones, la vida cotidiana será más apremiante, más difícil de sobrellevar. Lo estamos viendo en las calles, en el cambio radical del discurso del poder. Y la pregunta que tenemos que hacernos, quienes creemos en la democracia, en la pluralidad, en el voto como mecanismo de expresión y como forma de dirimir los conflictos políticos es una sola: ¿Cómo nos vamos a ubicar frente a una realidad política que nos impone el autoritarismo acentuado de quienes toman las decisiones? Son decisiones que conllevan riesgos y responsabilidades.

 

Quien habla es el politólogo Guillermo Tell Aveledo*.

 

¿Cómo calificaría este tiempo político?

De una gran tensión y una gran incertidumbre, porque es muy difícil navegar en una etapa, en la cual las cosas que son ciertas, también son negadas o se desconocen. Entonces, ¿bajo qué premisas puedes arrancar? Todo lo que te digan los manuales, la teoría, no quiero decir que se queda corto, pero una cosa es enfrentar el tema intelectualmente, y otra cosa es enfrentarlo viendo, humanamente, lo que se hace física y espiritualmente, cuando te enteras de que a una persona la detuvieron, la alertaron de que la podrían apresar esa noche, o no te responden las llamadas porque desconectaron el teléfono o por la razón que sea. Obviamente, estamos en medio de la tensión, de la incertidumbre. Pero hay una certeza, lo que pasó, pasó. La señal que envió la población venezolana, el 28 de julio, ocurrió.

El tema de que vivimos en una suerte de limbo angustiante, donde se confirma que no hay estado de derecho, de que la legalidad es una ficción, te deja sin opciones. Y la pregunta es: ¿qué podemos hacer los ciudadanos?

De lo que se trata, desde la perspectiva de quienes están en el poder, es que uno asuma una máscara. La postura sería: Ya no basta con que me obedezcas, ahora tienes que simular la aquiescencia. El régimen sabe que al menos entre seis y siete venezolanos mayores de edad, de diez que se expresaron políticamente, están en su contra. Que lo rechazaron, pese a todas las dificultades que eso implicaba. Hay quienes podrían decir: esto es situación totalitaria… Yo diría, en cambio, basta con que sea autoritaria. El autoritarismo es evidente. ¿Es una cuestión de grados? ¿De alcances? ¿De ámbitos? La verdad es que la normalidad que pudiéramos tener, de aquí en adelante, siempre estará mediada por la certeza de que todos sabemos que es mentira; de que todos estamos viviendo una mentira, ya sea por temor, por coacción o por uso de la fuerza, pero (a esa mentira) no podemos expresarnos con honestidad. De lo contrario, vienen las represalias, el desconocimiento. Y eso, simplemente, es invivible. De repente logramos vivir así, en una suerte de farsa.

Otra de las cosas que uno podría decir es que el tema de lo público en Venezuela desapareció. Ya habían despojado de sus funciones a la Asamblea Nacional, a raíz de la elección parlamentaria 2015, ya habían desaparecido los medios de comunicación social. Y ahora, no podemos expresarnos en la plaza de cualquier pueblo o ciudad. Desaparece la instancia más primaria de lo público.

Justamente. Lo que todo sistema autoritario desea es que la sociedad no se politice. O que se hiperpolitice, que sería el extremo opuesto. De modo que no pueda gestionar ningún desacuerdo por vías institucionales. Cuando anulas eso, ¿Quién manda en el reparto de las cosas? El que, circunstancialmente, está arriba. En ese momento, tu objetivo es salvaguardar tu estatus como jefe superior. Y de ahí hasta el jefe de una pequeña localidad. Es un modelaje continuo. No tengo los elementos para asegurar que allí hay una verticalidad organizacional, pero sí hay una conducta similar. Y esa conducta es que yo hago lo que me da la gana. Ha sido el cálculo permanente: El sistema esperaba que no participara mucha gente, que perdiera todo entusiasmo, que la participación fuera fragmentada y, por lo tanto, impotente; que hubiese múltiples candidaturas, que se canibalizaran unos a otros, todas esas acciones, fortalecidas por los errores y omisiones de la oposición, proponían ese escenario, donde Venezuela se arregló. La paz borbónica. ¿Ah? Creíste en el cambio… Te comiste ese cuento… Bueno, toma. Y lo que quieren es que eso se desactive para siempre. El esfuerzo de quienes quieren cambio ha de ser mantener esa llama viva, como en las catacumbas de los primeros cristianos.

El conflicto, que dura ya 25 años, pudo encontrar una solución el 28 de julio, no fue así. Aunque todos sabemos lo que pasó ese día. Ahora el conflicto está en la esfera regional, en la escala del vecindario. Tenemos a unos países, donde gobierna la izquierda, haciendo unas gestiones para buscar un arreglo. Y a otros países, de signo contrario, junto a Estados Unidos, que reconocen a un presidente electo. Pero de ahí a que se vaya a respetar la voluntad y la soberanía popular expresada en el voto, hay un gran trecho.     

Ciertamente es muy frustrante, que sean circunstancias externas, de las que podamos depender. Pero yo no creo que esto sea un problema ideológico (de izquierda o de derecha), entre otras cosas, porque a escala global hay gobiernos de derecha, autoritarios, que están a favor de lo que está ocurriendo aquí. Hay democracias híbridas, iliberales, que también están de acuerdo con lo que pasa aquí. Sería, incluso, calificar a este gobierno como de izquierda: allí esta lo que les pasó a los partidos del Polo Patriótico, al Partido Comunista, que es el más viejo de Venezuela. ¿Cuál hubiese sido la reacción de gobiernos de derecha o centro derecha? No, lo que pasó fue otra cosa. Pero dejemos eso a manera de inventario. Luego hay gobiernos que no son autoritarios, que no son de derecha, como el de Chile, cuyo pronunciamiento ha sido muy importante. Si el presidente Boric hubiese dado ese aldabonazo el propio 28 de julio, la alarma hubiese tenido otra connotación. Y hay que decir que, a Petro y a Lula, les resulta embarazoso apoyar los regímenes de Cuba, Nicaragua o Venezuela. Más allá de solidaridades históricas o culturales, ellos no son eso. Y sea como sea, han dado cierto alivio, cierto respiro, a esta situación. Han abierto, incluso, ciertas expectativas. ¿Tendrán eco entre quienes ejercen el poder? No lo sé.

Yo creo que, para la cúpula del chavismo, tiene que ser un drama existencial el hecho de que sean los sectores populares los más activos en la protesta. Ellos, que llegaron con el discurso de la democracia protagónica y la deuda social. Ellos, que vinieron a darle voz a quienes no tenían voz. Ese rechazo, tan masivo, tan contundente, debería decir algo, ¿no?

Podríamos citar el cliché de Marx: La historia ocurre primero como tragedia y luego como farsa. Aquí ocurre un poco al revés. Viéndolo así, hay un tema recurrente de la democracia venezolana, por no decir la democracia latinoamericana en general. Me refiero a la oligarquización de los movimientos populares. En Venezuela es el partido liberal, el partido de las masas, el de la liberación de los esclavos, el de los pardos y se oligarquiza de la mano de la burguesía de Guzmán Blanco, de sus negocios, de su afrancesamiento. Acción Democrática es el partido del pueblo, el partido de Juan Bimba, pero en los años 70, según un aviso, se puso los mocasines. Tanto el Partido Liberal como AD dejaron un avance popular. ¿Qué pasa con el chavismo? Tiene un elemento de democratización, una democracia sin liberalismo, es verdad, pero democrático al fin (la democracia participativa, protagónica) y sería negatorio de la historia decir que no había ese elemento democrático popular ahí. Sería necio decirlo. Lo que sí es que no fue liberal, en el sentido de la alternancia, el respeto al adversario, el pluralismo político.

Pero ya nadie habla de la democracia participativa y protagónica. Ya hubo una advertencia en ese sentido.

Sí. Y por una razón. Cuando la elite del chavismo tuvo que escoger entre sobrevivir ella y no su proyecto político, sino ella, como individuos que mandan, que controlan, más que distribuyen (desde la más elevada instancia del poder hasta la expresión más inmediata y elemental), contra eso se rebeló la sociedad venezolana. Esto es un llamado democrático, podemos añadir liberal, en todo caso antiautoritario. Es una reacción del espíritu social, que lleva a la revolución liberal (Ezequiel Zamora y Guzmán Blanco); a la revolución de octubre (Betancourt y AD); y a la revolución bolivariana (Chávez y los militares del 4-f).

Sí. Chávez puso comida en la nevera de las clases populares, pero como ocurrió con Lula en Brasil, la gente empezó a protestar, porque la vida, la política, es una interrogante ascendente. ¿Y ahora qué?

El problema no está resuelto. La nevera la tienes que llenar de forma recurrente y tienes que tener autonomía para hacer eso. Tienes que vivir la vida sin ese atosigamiento. Entonces, cuando quieres reclamar eso (y hablamos propiamente de la política) y no encuentras los canales institucionales para hacerlo, tienes un problema; porque los venezolanos creemos en el voto. Es una creencia que nos quieren matar. ¿Sabes qué? No bastan las grandes mayorías, simplemente la vamos a pisotear. Lo que más le conviene al sistema es que nos quedemos en nuestras casas para siempre, que nunca salgamos a votar, que nunca salgamos a participar. Y que esa conducta, esa inacción, sea para siempre. Lo quiere hacer por la fuerza y también por el quiebre espiritual.

El sufragio, después del 28-J, como mecanismo para dirimir las controversias, está suspendido hasta nuevo aviso.

Sería muy difícil, ahora mismo, invitar a los venezolanos a expresarse democráticamente. Van a pensar, a sentir, con sobrada razón, que no les van a hacer caso. La acción de estos días, justamente, ha sido reforzar eso. Es la máscara que te quieren poner. No importa el emplasto de yeso sobre tu cara. Sonríe, que estamos boyantes. La verdad es que va a resultar muy difícil convocar (a una elección) si esto permanece así. ¿Pero qué sistema vamos a tener? ¿Cuál sería su base de legitimidad? Hay sistemas autoritarios que pueden sobrevivir con crisis de legitimidad, con la legitimidad cuestionada, es parte de la vida de millones de personas en el planeta Tierra. Pero Venezuela es un país que tiene una cultura política atada a la legitimidad electoral. Al menos a una semblanza de rutina electoral. Y eso se ha roto. Es un espejo roto. Que va a ser difícil de recomponer dentro de esta estructura.

No veo ningún trazo que nos diga: Esto fue lo que quedó de la democracia venezolana. La institucionalidad (robusta o no) fue desmantelada. El voto, la única institución que quizás quedaba en pie, sencillamente fue dinamitado. Es un régimen autoritario, como lo dijo anteriormente, pero el 28-J marca un antes y un después. Es un punto de inflexión. ¿Adónde vamos?

En el tema institucional, la percepción es que hay un gran vacío. Sí, vamos a dirimir los asuntos por la vía electoral, pero toda la institucionalidad repite el discurso del 28-J en la madrugada, entre gallos y medianoche. Pero hay casi ocho millones de votos, de voluntades que creen en un cambio. ¿Es sostenible acallar esas voluntades? La apuesta del sistema es que sí. Y la de casi ocho millones de venezolanos debería ser lo contrario. ¿Cómo se operativiza eso política y constitucionalmente? Habrá herramientas y habrá que insistir. Al menos mantener la creencia de que la voluntad de uno, aunque sea desconocida, vale y tiene dignidad.

 

 

                                                           Guillermo Tell Aveledo retratado por Alfredo Lasry | RMTF

 

 

Otro punto de inflexión que marca el 28-J, es el cambio en el discurso del poder, la naturaleza y el giro de una ola represiva desconocida. Y, la gran pregunta es: ¿Qué va a pasar con las organizaciones de la sociedad civil, las ong? ¿Qué va a pasar con el compromiso social de la Iglesia Católica? ¿Qué va a pasar con las academias? ¿Y con los espacios en donde sobreviva la pluralidad y la autonomía frente al poder?

Las demandas y las necesidades sociales que promueven esas organizaciones, esas instituciones, siguen vigentes. Mientras sigamos activos y de pie, tenemos que seguir con nuestro trabajo. Y parte de eso ha sido el reclamo en torno al respeto a las instituciones, siendo la primera de ellas el voto. Ha habido una serie de comunicados, de diverso tenor y energía, de casi todas las organizaciones de la sociedad civil venezolana, en los cuales hay una coincidencia que marca el respeto a la voluntad expresada por la sociedad, en la transparencia de los resultados. ¿Va a haber una reacción contra eso? Estos 25 años nos han mostrado lo que cree el statu quo con respecto a la sociedad. Cree que la sociedad carece de legitimidad y representatividad. ¿Podrá borrar eso de un plumazo? No puedo asegurar que eso sea así. Está ocurriendo y puede, incluso, agravarse más. Pero eso sólo va a reflejar el ensanchamiento entre la voluntad de la sociedad y la voluntad de quienes mandan.

También en el tema del autoritarismo, el 28-J representa un punto de inflexión. Parece que ese día marca un hito para muchas cosas. Diría que es un paso más en dirección hacia un sistema de gobierno autoritario. La sociedad civil, la institucionalidad, la democracia, todo eso está en cuestión, todo eso está en veremos, en crisis. Ese punto de inflexión nos aproxima más al totalitarismo que a cualquier otra cosa. ¿Usted qué cree?

Si lo ves como un continuo, sí. Aunque hay elementos para decir que no. Es decir, si esta entrevista aparece publicada, por ejemplo, hay razones para decir que no. Pero insisto, esa diferencia (entre autoritarismo y totalitarismo) es, en este momento, un debate de pedantería politológica y académica, casi bizantino. No es algo que me gustaría plantear.

¿Por qué dice que es bizantino?

Porque hay quienes plantearían que, a cierto tipo de sistema, corresponde cierto tipo de solución. Entonces, es una suerte de herramienta mágica. Bueno, ¿tú tienes dolor de estómago? Toma Atroveran. ¿Tienes dolor de cabeza? Toma Acetaminofen. Y listo. Sería como una suerte de medicina política para esto. Eso no es así, tan sencillo, porque está la voluntad de las personas, la de los actores políticos, e incluso la voluntad de quienes ejercen el poder autoritario. Este es un sistema autoritario y punto. Y eso implica que toda acción política que cuestione el sistema es inherentemente antisistema y riesgosa. Y eso debemos saberlo todos. Hay quienes tomaron una decisión. Entre los candidatos que se presentaron a la elección del 28-J, por ejemplo, hay quienes optaron por escurrir el bulto o decir medias verdades.

Otros han guardado más silencio que el señor Zapatero.

Sí, así es. Y esa es la opción que va a estar en la mente de muchos venezolanos en adelante. La pregunta es: ¿Cómo puedo vivir yo con mis creencias? Si yo creo en la democracia, en el pluralismo, ¿Cómo me ubico yo ahí? Y ahí tomar las decisiones que corresponda, con toda la responsabilidad que eso implique. Es una decisión que cada uno de nosotros debe tomar.

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GUILLERMO TELL AVELEDOPolitólogo (summa cum laude, 2002). Doctor en Ciencias Políticas (2011, Universidad Central de Venezuela. Profesor de la Universidad Metropolitana. Ha colaborado con proyectos académicos en América Latina y Europa. Autor de más de 12 trabajos académicos, enfocados en su línea de interés y áreas de investigación. Institucionalidad. Historia y Pensamiento Político de Venezuela y América Latina. Evolución y especificidad de las estructuras políticas venezolanas.

 

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