WENDY GUERRA: Desde el ‘in-xilio’
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Y entonces se van.
Cierras la puerta y te despides de todo. Te despides, incluso, de lo que se habló en el último minuto e incluye el resumen de tu propia vida. Tratamos de enmendar todo lo que se pueda para que sea un final feliz.
¿Pero por qué te dejan?
Por las mismas razones que te irías tú misma. Se van también por hacer menos pesada la carga de esta balsa, isla con agravantes, doloroso deseo que sucumbe y emerge, nos pare y nos impulsa, nos remite al mundo sin fecha de regreso. A ese ser que se despide le queda un largo viaje que ignoras, un tránsito que incluye los procesos más dolorosos y versátiles que haya vivido hasta el momento.
¿Y a ti, qué te espera?
He aquí lo que algunos no vieron. He aquí lo que pasa cuando parten sin ver nuestro teatro, nuestro soliloquio en el in-xilio, nuestro modo de acomodarlos allí dentro del alma y del país.
El drama no termina con la confesión de que parten, con el minuto de la despedida, ese es solo el inicio del desprendimiento.
Empiezas por recordar su cara cada amanecer. Una a una las pecas y las venas de las manos, cierta cicatriz en las rodillas y un rictus en los labios que te hace llorar. Tú eres y has sido parte de su angustia. No puedes perderlo, la desmemoria no te puede quitar a ese ser que se ha ido, su cuerpo significa parte de tu cuerpo, su alma es el testigo de todo lo que sabes de ti, incluso de lo que ignoras y él te recuerda.
¿No habrá una cura que impida fugarse? Cuatro generaciones no han encontrado el antídoto.
En el que fuera el cuarto de los niños existe un museo de las pérdidas. Ese espacio fue destinado para almacenar todo lo que ellos nos dejan.
Un lienzo que no permitieron sacar, las tazas de cierta vajilla incompleta, los abrigos de verano que no nos sirven ni allá ni aquí, los diarios de un ex asaltante o ex asaltado ¿Por qué no conservarlos? Ahí descansan los objetos que no deben perderse. Es la prueba de que ellos existen y de que yo soy el nexo.
Las fotos son el arma mortífera, la granada más peligrosa, porque esa bomba sí que puede explotarte en la cara, sobre todo los domingos por la tarde a eso de las siete de la noche. Las fotos de los que se fueron no deben ser vistas en un día lluvioso y melancólico, sin alguien que te ayude a curarte, a levantarte. Las fotos son el peor veneno de esta larga y penosa enfermedad para la cual nadie conoce cura.
Sales de la casa pensando que conversar con viejos amigos puede ser el mejor de los alivios. Ellos recuerdan lo que tú recuerdas. Paseas, respiras, vives en una zona céntrica, caminas varias manzanas, buscas las calles que antes recorrías abrazada por… las casas han cambiado de dueño, esos nombres residen en otras direcciones y esos hogares ya no lo son, y si hoy siguen siéndolo, las habitan nuevos rostros que no logras identificar. La música alta te despide sin preguntar, el silencio te borra del portal, te sacude.
Regresas a casa pensando que todo esto es una pesadilla.
Abres la guía telefónica, buscando apellidos que puedas identificar, marcas, por fin da timbre, alguien toma la llamada.
– Oigo, hola. Digo desde aquí.
– Oigo. Respondo también yo.
Puedo reconocer mi voz, se trata de mí. Estoy sola en la ciudad.
WENDY GUERRA: Escritora cubana residente en La Habana