Democracia y PolíticaEconomía

Progreso o decadencia, el dilema de Chile

Chile tiene un problema de diagnóstico, de orientación y de liderazgos, y mientras ello no se resuelva, es muy probable que se extenderá la fase de decadencia y mediocridad y permanecerá lejana la hora de la recuperación y del desarrollo.

 

Desde hace algún tiempo Chile abandonó la senda que lo había llevado a convertirse en líder en la región, alcanzando niveles de desarrollo económico y progreso social impensables a mediados del siglo XX: eran los años del país “caso de desarrollo frustrado” (como describió Aníbal Pinto), cuando luchaba por una fórmula que le permitiera avanzar “en vez de la miseria” (en palabras de Jorge Ahumada). Todo ello no solo llevó a un sentimiento de crisis, sino a una aguda crítica hacia el sistema político, la “democracia burguesa”, y a una ebullición de propuestas revolucionarias.

Por el contrario, la clausura del siglo permitió enfrentar el futuro con optimismo, porque Chile avanzaba bajo un régimen democrático, con crecimiento económico y mejoramiento de los diversos índices sociales, dentro de un relativo consenso sobre las bases que debían existir hacia el futuro. Hoy todo eso es parte de la historia, a veces reivindicada con orgullo, en otras ocasiones es execrada y muchas veces contada a medias o mal comprendida. En cualquier caso, es evidente que  la situación es peor que antes y que la desviación del camino se ha pagado con dolor.

En el siglo XXI la situación ha cambiado, a pesar que Chile logró ingresar a la OCDE y ser considerado un país con alto grado de desarrollo humano en el índice del PNUD. Sin embargo, las bases del progreso se han ido resquebrajando, porque se han puesto en duda y porque los resultados han sido peores en términos de crecimiento económico, pero también por la irrupción de una nueva cuestión social, con numerosas expresiones negativas, incluso penosas: el crecimiento de los “ninis” (jóvenes entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan), los abandonos de muchos escolares de la enseñanza formal (que se suman a los malos resultados en variados ámbitos), las listas de espera en salud, el aumento de familias viviendo en campamentos y otras expresiones que sería largo enumerar. Todo ello se desarrolla en medio de múltiples programas sociales mal evaluados. A esto se ha sumado la irrupción de nuevas fuerzas sociales y políticas que han disputado las bases de los consensos de los años 90, tanto en “la calle” como en las elecciones, con resultados que en la práctica generaron una crítica radical (“son treinta años”) y procuraron transformar el sistema de raíz (con la fallida Constitución derrotada popularmente el 4 de septiembre de 2022). Durante mucho tiempo, todo ello ocurrió en medio del silencio cómplice y la falta de ideas –y de renovación generacional– de quienes habían sido los protagonistas de los llamados mejores años de Chile.

En un notable documento titulado Balance Patriótico (1925), el poeta Vicente Huidobro exclamó, sin duda con exageración: “No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo”. Por cierto, se trata de una acusación discutible. De lo que parece no haber duda es que hoy Chile está experimentando una situación muy triste en el último tiempo: la de vivir una nueva decadencia después de haber tenido años de apogeo, de experimentar la mediocridad tras años de éxitos y reconocimientos. De alguna manera lo percibe la sociedad, la clase política y la comunidad internacional. En materia económica, el país pasó de ser líder en la región a ser “uno del montón” (El Mercurio, Economía y Negocios, 24 de agosto de 2024). En materia política, existió un relativo consenso en que era necesario cambiar la Constitución, se disputó su legitimidad y hubo una crítica radical a la democracia chilena de las últimas tres décadas: como resultado, se realizaron dos procesos constituyentes fracasados y el régimen político, así como los partidos, aparecen muy mal evaluados por la ciudadanía.

Estoy convencido que hoy no basta con hacer una reforma puntual de carácter político o económico. Por cierto, tampoco se trata de hacer transformaciones refundacionales, que muchas veces se llenan de promesas, pero terminan en realidades decepcionantes, cuando no dramáticas. El problema no está en las medidas específicas o en las propuestas de cambio más amplias: Chile tiene un problema de diagnóstico, de orientación y de liderazgos, y mientras ello no se resuelva, es muy probable que se extenderá la fase de decadencia y mediocridad y permanecerá lejana la hora de la recuperación y del desarrollo.

Por lo mismo, me parece que un punto de partida es constatar que Chile ha experimentado efectivamente una fase de decadencia en las últimas dos décadas (o al menos unos diez años), comprendiendo que es muy difícil cambiar si seguimos haciendo lo mismo. Cuando las señales son tan claras en diversos planos, es preciso analizarlas con rigor y enfrentarlas con determinación: en delincuencia, educación, salud y vivienda, pero también en temas donde antes existía un consenso aparente o real, como en el sistema político y en las bases del desarrollo económico. Pero la clave no está solo en los detalles, sino también en la orientación: es necesario recuperar las bases del crecimiento económico y del progreso  social, de lo contrario el país seguirá en la medianía de la tabla, millones de personas seguirán esperando en las listas de espera, los ninis seguirán teniendo nuevos miembros y los campamentos seguirán engrosando sus márgenes.

A todo esto debemos añadir algunos temas básicos, como la seguridad pública, las condiciones mínimas que requiere la población para vivir en paz y libertad. Esto, que podría considerarse como un tema dado, en realidad es uno de los principales problemas de Chile. Cada semana vemos aumentar los problemas de violencia, crimen organizado y asesinatos, en una espiral ascendente. Si bien aparecen avances en algunas ocasiones –detenciones de delincuentes, avances en la investigación, sanciones– la verdad es que la delincuencia avanza más rápido que el Estado y muestra una característica decisiva en su favor: la determinación. Mientras tanto, en el Estado hay dudas, contradicciones, avances lentos, manifestaciones de corrupción y falta de sentido de urgencia.

El dilema está a la vista: decadencia o progreso. La decadencia se ha transformado en una realidad; el progreso, en cambio, requiere una definición, liderazgo y acciones concretas. Por mientras, el resultado sigue abierto, aunque lamentablemente con una mala situación en esta etapa de la evolución histórica de Chile.

 

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