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Chitty La Roche: Notas sobre la agonía y el alumbramiento. El caso Venezuela

«Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas»
Pablo Neruda
 
¿Se puede vivir muriendo? Una amiga que votó por Edmundo y coordinaba un Centro de Votación en El Valle, testigo además en una mesa, me interroga sobre lo que pasará.
Conserva su acta y su esperanza, empero, también sus dudas de que, las cosas evolucionarán en la dirección de ver el 10 de enero próximo juramentado como, lo que es, el legítimo presidente que eligieron los venezolanos, a Edmundo González Urrutia.
Sin embargo, se altera y se le brotan las lágrimas y me pregunta, ¿Es posible que a los venezolanos nos roben nuestro voto? ¿Qué hizo con los votos el CNE, con las actas? Seguidamente agrega mi interlocutora, “Los votos, las actas, son la evidencia, la prueba de lo acontecido el domingo 28 de julio del 2024 y los votantes sabemos que Maduro perdió.” ¿Qué hizo el plan república con el sobre número Uno? ¿Se prestaron los militares para ese fraude, ese hurto, ese despojo?
Me cuesta responderle a quien solloza y sacude sus manos hacia arriba esperando del altísimo una respuesta a lo que se transforma, en simultáneo en una plegaria.
“Me asaltaron,” repitió al final, “me quitaron mi voto y de quienes confié no obtuve sino una desilusión.” Creo interpretarla cuando afirmo que la vergüenza de constatar la trama urdida para desconocer la soberanía y la variedad de sus cómplices deviene en una auténtica agonía, espiritual y ciudadana.
No es un ejercicio semántico ni semiológico el que pretendo hacer llamando agonía e esas terribles decepciones, descalabros, frustraciones que, a veces nos aquejan en la vida y que nos hacen sentir que algo muy importante se nos fue o nos lo arrancaron y sentimos tanto dolor, tanta pena, tanta indignación que, nos atrevemos a decir que morimos en el acto de vivirlo, padecerlo, sufrirlo. Otra amiga, me decía iracunda, “nos están pateando, burlando, ultrajando.”
La elección del 28 de julio pasado significaba para muchos la oportunidad de la liberación. Para otros suponía un nuevo capítulo para ver y coadyuvar en el renacimiento de ese país otrora referente en Latinoamérica y hoy ejemplo de cómo puede arruinarse a un país rico y convertirlo, en tan solo 25 años, en el más pobre del continente, con uno de los salarios más bajos del mundo, disputándonos ese misérrimo índice con Chad y Níger, paupérrimos países africanos.
Hannah Arendt nos muestra en su enjundiosa y originalísima reflexión el significado del nacimiento, un hecho trascendente, un eslabón más dentro de la historia de la vida humana y, me vienen al espíritu pensamientos sobre la agonía de la vida y la emoción de un alumbramiento existencial que algunos pueblos literalmente se han forjado. Venezuela que se siente agónica y quizá lo esté realmente, soñó que paría de las entrañas de su soberanía, con Edmundo y María Corina, un país diferente, abierto, libre, con opciones y con consciencia de su destino.
Decía Toynbee que las civilizaciones debían superar el acoso feroz de la decadencia y librar, para hacerlo, un genuino “tour de force,” para prevalecer y seguir siendo lo que eran y querrían ser.
La Venezuela agónica puede aún reinventarse, regenerarse, rehacerse, renacer; para lo cual, debe vencer al pasado fascista que, llama fascista a los que solo son víctimas del facissocialismo o acaso, pudiéramos reconocerlos como nacionales socialistas, versión tropical.
Qué falta nos hace Tirone José González Orama, conocido con el nombre artístico de Canserbero, nuestro genio rapero; desaparecido, pero no borrado. Finalizo mis letras evocándolo cuando se refirió a Maduro así, “Estoy esperando que Nicolás Maduro se quite los extremos del bigote. No falta nada

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