Ramón Peña / En pocas palabras: Del estoicismo
Últimamente, ha cobrado carácter de moda una filosofía de hace más de 2.000 años como medio para enfrentar miedo y ansiedad de toda naturaleza: el Estoicismo. El corpus de enseñanzas de ilustres pensadores clásicos, Epícteto, Séneca, Marco Aurelio, es hoy invocado para enfrentar nuestros problemas del SXXI.
En lo esencial, el estoicismo, como propuesta para pensar y actuar, postula que seamos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, tener disciplina y centrarnos en conseguir las cosas que realmente nos importan. Es primordial distinguirlo de aquella confusa acepción de que estoico era quien soporta imperturbable lo que le ocurra o le hagan. Por el contrario, el estoicismo es herramienta vital de lucha, sujeta a un conjunto de premisas, entre otras:
Distinguir lo que podemos controlar de lo que no, para no tener actitudes ilusorias y hacer esfuerzos inútiles.
Guiarnos por la razón y no por emociones incontroladas.
Vigilar nuestras emociones descartando las negativas y valorando las positivas.
Desarrollar nuestro carácter y virtudes.
Ser sobrios en nuestras necesidades y posesiones.
Apreciar cada momento presente sin lamentar el pasado o ilusionarnos con un futuro ficticio.
Mantener una actitud serena, imperturbable.
Actuar y reaccionar oportuna y eficientemente.
Extrapolando estoicismo al terreno de la vivencia política, hablamos de ser guiados por un “propósito vital”. Este puede ser la libertad, la justicia, la democracia. En este contexto, nuestras acciones han de ser proporcionales a su valor estratégico.
No juzgar los hechos a los que nos enfrentamos por el juicio que hacemos sobre ellos sino por sus probables consecuencias y considerar qué podemos hacer y qué no. Tener resiliencia como actitud única frente a la adversidad, especialmente cuando esta se prolonga en el tiempo y aparecen asomos de resignación o desesperanza aprendidas. Es vital contar con un liderazgo que infunda la disposición mental y emocional necesaria para lograr el fin perseguido.
Hoy, la sociedad venezolana ilustra una épica estoica, triunfante, dispuesta a ir hasta el final para alcanzar su propósito vital.