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Hispanoamericanos, iberoamericanos, ¿Súbditos o vasallos?

 

Hispanoamérica - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

Sí los libertadores de Hispanoamérica se irguieran en sus tumbas, probablemente o lo más seguro no reconocerían el continente que ellos con su entusiasmo, brío, sacrificios y sangre independizaron del imperio español, algunos virreinatos, otras capitanías generales, cosa que aún los catalanes no han alcanzado a realizar en pleno siglo XXI.

 

Seguimos detenidos en el siglo XVIII, no queremos darnos cuenta de que el concierto de las naciones ha avanzado, se ha desarrollado y el mundo aún trata de modernizarse, algunos de nosotros seguimos pensando en lo que fuimos y no en lo que somos. Muchos menos en lo que debemos ser. La historia y nuestras vidas no podemos retrasarlas, devolverla a sus orígenes o simplemente detenerlas. 

 

Muchas de nuestras naciones de Hispanoamérica tuvieron un gran avance cultural, social, hasta el momento en que ambos mundos se encontraron; fue una concurrencia en todos los sentidos, el conocimiento, la ciencia, el orden social, la vestimenta, la religión, nuevos idiomas, nuevas enfermedades. Surgía una nueva sociedad, un nuevo mundo como fue llamado. Sin embargo, algunos se han quedado anclados en la antigüedad. Bajo aquella vieja premisa de que todo pasado fue mejor.

 

Esas posesiones a través del tiempo habían sido conocidas como Iberia, Hispania, Ispania, Spania visigoda, Al-Andalus y finalmente deriva en España, nombre con que se consolidó en el siglo XV cuando los reinos de Portugal, Aragón, Castilla y Navarra aparecen formando una sola entidad política territorial, la nación española.

 

De este primer encuentro, recibimos una nueva lengua, religión, literatura, formación, conocimientos; sin embargo, no podemos negar que el enfrentamiento entre los habitantes de estas tierras bisoñas y los pueblos del Al-Andalus, quienes a partir de 1492 se dedicaron a descubrir y extender sus tierras, fue violento, intenso, no era fácil aceptar la presencia del extranjero en nuestro territorio, pero poco a poco nos fuimos organizando, obteniendo cada vez mayores derechos y dispensas,; nos íbamos formando en una cultura ajena a la nuestra, la ciudadana. Aunque en aquellos tiempos nuestra convivencia se generaba bajo principios y preceptos ancestrales, recibidos por la tradición oral, desconocíamos el código de Hammurabi y la lex romana, pero las normas atávicas nos permitían confraternizar y cohabitar.

 

Incluso cuando se iniciaron las sublevaciones fueron contra los invasores franceses y nos constituimos en los garantes de los derechos de Fernando VII, señor de estas tierras. Posteriormente, nos envalentonamos contra la corona castellana solamente por principios económicos, queríamos comenzar el intercambio comercial entre virreinatos, capitanías generales y otras naciones fuera del imperio español, hasta ese momento restringido a la metrópoli.

 

La América española que Alejandro de Humboldt describió a finales del siglo XVIII, estaba llena de riqueza con respecto a la sajona del norte. No obstante, conseguida la independencia de España, pocas décadas después, el continente vivía la inestabilidad política, las guerras civiles crónicas y un endeudamiento que alimentó una gran desigualdad social en las nuevas repúblicas. Las causas que favorecieron aquel cambio hacia el subdesarrollo fueron hijas del propio momento de la independencia. 

 

Las guerras de emancipación que duraron hasta 1824, aunque España se mantuvo en los girones isleños del Caribe, fueron en realidad sangrientas guerras civiles que llevaron a las élites criollas a enfrentarse a las capas populares que no vieron en la independencia una mayor libertad, sino un acrecentamiento del poder de las élites que los explotaban directamente. Los monopolios se veían amenazados y la avaricia empresarial deseaba obtener más beneficios por sus productos. Así comenzamos a trajinar los años de los levantamientos que denominamos guerras de independencia y que hoy en día podemos llamar escaramuzas civiles, las tropas de la corona llegaron mucho después porque estaban guerreando en Europa defendiendo sus dominios. Fueron enfrentamientos entre hermanos nacidos en la misma tierra.

 

Creamos epopeyas gloriosas, brillantes, soberbias. Erigimos héroes mitológicos que posteriormente hemos comprobado que algunos de ellos, alabados por la tradición, eran simples bandoleros. Tratamos de crear naciones, copiamos instituciones diferentes a nuestras costumbres y tradiciones, poco a poco, diseñamos estados independientes, con baja instrucción y conocimiento político. La sociedad que establecimos pensamos que era lo mejor; no observábamos al vecino porque nos creíamos únicos y perfectos, poco a poco las naciones hispanoamericanas se disgregaban traicionando a quienes encabezaron aquellas revueltas del pasado y soñaron con un continente unido, el caudillismo fragmentaba la unidad anhelada por quienes denominamos padres de la patria, pero luego conoceremos mejor sus ideas y veremos que sus deseos eran otros.

 

La invasión francesa de la España europea proporcionará la oportunidad para que aquellas élites derrocasen a las autoridades virreinales y las sustituyesen por juntas patrióticas en manos de las élites locales. El gobierno británico sostuvo, en la sombra, a los agentes independentistas con el fin de ganar influencia en esa vasta región riquísima en potencial minero, industrial, agrícola y comercial. 

 

Las guerras de emancipación fueron en realidad sangrientas guerras civiles que llevaron a las élites criollas a enfrentarse a las capas populares que no vieron en la independencia una mayor libertad. Indios, negros y mulatos apoyaron la causa española, por su resentimiento contra los criollos que los discriminaban, e incluso los mestizos que ansiaban ser blancos, nutrieron masivamente las guerrillas realistas. 

 

Estos protestaron ante la usurpación de unas tierras reconocidas por documentos de la monarquía española que dejaban de tener validez, y unos títulos nobiliarios de la elite indígena, que fue desposeída de su liderazgo. La independencia llegó, pero con enormes deudas contraídas con la banca inglesa por los gastos militares.

 

Disponían de las reservas de la hacienda real, saqueada por los británicos; únicamente podían comprometerse a reducir la deuda contraída con la entrega de derechos de explotación de sus ingentes recursos a las compañías comerciales, y a la venta particular de las tierras provenientes de la confiscación de la Iglesia, partidarios de los españoles, y comunales de los pueblos indios.

 

Las guerras civiles entre liberales y conservadores, proliferaron en toda la primera mitad del siglo XIX, , aumentando la deuda externa por la compra de armamento y confiscando más tierras que redujeron a los indígenas y mestizos a la condición de peones. Las guerrillas proespañolas se reconvirtieron en la defensa de los derechos de los indígenas, que nunca habían dejado de serlo. 

 

Los liberales pusieron de moda su «latinoamericanismo», al pretender emular a Francia en política y cultura, mientras conservadores, federales o blancos, como se llamasen en diferentes países, defendían una identidad mestiza hispana, enraizada en un mundo rural y católico. La segunda mitad del siglo XIX y primera del XX estará protagonizada por guerras de derechos de explotación comercial, como la del Pacífico, la Triple Alianza o la del Chaco.

 

El apoyo de los «aliados ingleses» a nuestros secesionistas criollos supuso en primer lugar, la reanudación de los saqueos. En las últimas décadas del siglo XIX, las repúblicas quisieron tener un rostro distinto favoreciendo una fuerte inmigración de europeos, pero también una eliminación de los pueblos indios, como el genocidio yaqui (México) o el genocidio selknam (Argentina), similar al ejecutado en los Estados Unidos, para disponer de nuevas tierras de colonización.

 

En definitiva, Hispanoamérica ayudó a través de los Tratados de Amistad, Comercio y Navegación al enriquecimiento de Gran Bretaña, a costa de la depauperación progresiva de sus sociedades, excepto las elites enriquecidas por el comercio exportador de materias primas. Los mismos que impiden su unidad, niegan su identidad hispana, y acusan a España de unos males surgidos tras su marcha, pero se ven favorecidos por las potencias que los mantienen en el poder.

 

El poeta mexicano, Octavio Paz, ubica el origen del caudillismo de la siguiente forma:

 

“El caudillismo surge de la independencia, y constituye el verdadero sistema de gobierno latinoamericano; un fenómeno que no logró resolver los temas de la legitimidad y la sucesión”. “En el régimen caudillesco la sucesión se realiza por el golpe de estado o por la muerte del caudillo. El caudillismo, concebido como el remedio heroico contra la inestabilidad, es el gran productor de inestabilidad en el continente. La inestabilidad es consecuencia de la ilegitimidad”. Así nace la cleptonarcotiranía. Algún día, nuevas generaciones de estudiosos e investigadores sacarán a la luz los verdaderos hechos ocurridos durante ese oscuro período que conocemos como la independencia iberoamericana; entonces entenderemos cómo fue el nacimiento de nuestras naciones, sus verdaderos hechos y no las epopeyas que nos han enseñado en las aulas escolares.

 

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