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María José Solano: El objeto número uno

El objeto número uno

 

 

Con el número de inventario O00001 de la colección patrimonial de la Real Academia Española se conserva en su archivo (a veces expuesto en alguna de sus vitrinas) un objeto muy singular. Se trata de un fragmento de la bóveda craneal correspondiente a la sutura lambdoidea del occipital (un poco de terminología científica no viene mal) perteneciente a un individuo histórico-literario, héroe medieval aventurero, conquistador, vengador, pendenciero y legendario, de sexo masculino que, por la robustez del fragmento, rondaría los cincuenta años de edad. Dicho de otra forma, el objeto al que hacemos referencia es un trozo del cráneo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. El informe técnico elaborado por el arqueólogo encargado de su análisis reveló detalles abrumadores. Los académicos reunidos en torno a él aquel histórico día miraban, recelosos, aquel huesecillo que el doctor sostenía escrupulosamente con unas pinzas quirúrgicas:

 

«Los académicos sonrieron, aliviados, acercándose mucho al hueso. Esas letras sí que podían leerlas sin la ayuda de ningún arqueólogo forense»

 

«Aparentemente, señores, el cráneo se mantuvo intacto durante la inhumación, o sea, en el entierro, pero durante la exhumación del cadáver el hueso se desencajó del resto del cuerpo, rompiéndose por la sutura craneal —los académicos abrían la boca, asombrados. Acostumbrados a leer únicamente en papel, no podían imaginar que alguien pudiera leer tantas cosas y tan claramente en un trozo de hueso humano. La pieza —continuaba el científico, entusiasmado con la expectación que generaban sus explicaciones— estuvo semienterrada, lo que provocó una diferencia de tonalidad en el hueso; más claro en la parte que estuvo enterrada; más oscuro en la que quedó completamente al descubierto. En algún momento el fragmento fue cortado con una sierra de dientes pequeños, dándole la forma de pentágono irregular que hoy tiene. Por último, como todos ustedes pueden ver, la superficie se usó para realizar en ella dos inscripciones a tinta en francés con una diminuta y cuidada letra».

 

 

Acta de 30 de mayo de 1968 de la comisión constituida para el estudio del hueso del Cid donado a la Academia por la condesa Thora Dardel-Hamilton

 

 

Vivan Denont removiendo la tumba del Cid y doña Jimena. Museo de Bellas Artes de Estrasburgo

 

 

                                    El coleccionista galo Denon reemplaza algunos restos del Cid en su tumba

 

Los académicos sonrieron, aliviados, acercándose mucho al hueso. Esas letras sí que podían leerlas sin la ayuda de ningún arqueólogo forense. En rasgos generales el fragmento se encuentra todavía hoy en buen estado, y se leen con claridad las dos inscripciones escritas a tinta en francés:

El texto del endocráneo, o parte interna, dice así:

«os du crâne / de Rodrigue / pris en 1808 dans son tombeau / a la Chartreuse

prés Burgos en pré- / = sence de Mrs le prince de Salm-Dick, le Cte= /

Stanislas de Girardin, le Bon= Dellamardelle / membres du corps législatif,

le Bon= Denon Dr / gal. du musée, et le Bon= Desgenetes [sic] medecin en /

chef de l’armée d’Espagne.»

El del exocráneo, o exterior, lo siguiente:

«offert / à monsieur / de Labensky par / le soussigné / M. Delamardelle» [firma

y rúbrica]

 

Un regalo de cumpleaños

Ese fragmento de hueso y los nombres escritos en su superficie tenían una historia estrechamente vinculada a la Academia. El día 13 de marzo de 1968, un anciano en silla de ruedas recibía en su residencia de Madrid la visita de un conde y una comisión de académicos de la lengua. La ocasión lo requería, pues se trataba del día de su 99º cumpleaños. Este anciano no era otro que el maestro Ramón Menéndez Pidal, figura máxima de la filología española, que se había convertido en académico a la temprana edad de treinta y dos años, dedicando gran parte de su vida al estudio y la investigación histórica y filológica del controvertido personaje del Cid Campeador. La comisión de académicos llevaba al anciano maestro un objeto verdaderamente fuera de lo común; nada menos que un hueso del cráneo, supuestamente perteneciente a los restos óseos del mismísimo Cid. Según recogen las actas de la RAE, el filólogo observó el fragmento de cráneo «con conmovedor silencio» y después lo besó «devotamente». Es emocionante el epílogo del acta: «La escena se nos aparece hoy plena de sentido y emoción. Aparte de la posible autenticidad o falsía de la reliquia, la circunstancia invade y reviste de gravedad aquellos momentos, y pone en pie, en un instante, largos siglos de historia. El Cid había sido uno de los grandes temas de la investigación histórica y filológica de Menéndez Pidal, quien, con un cervantino pie en el estribo, besó la noble calavera como en un poema de Miguel Hernández, que tan azarosamente había aparecido al final de su vida para acompañar en la muerte al maestro. No hubo otra pompa litúrgica que la presencia en la sala de un enorme ramo de rosas, noventa y nueve, tantas como años cumplía, enviadas por Camilo José Cela, que no pudo asistir, a pesar de figurar en la comisión designada por el pleno. Luego vendría la valoración de expertos para comprobar la autenticidad de aquel huesecillo, pero la escena se conservó en la memoria académica con gran emoción:

 

«Ya la muerte llamando a la puerta, el legendario héroe (al que tantas horas de estudio, ilusión, escritura y vida había dedicado don Ramón), aparecía inesperadamente para acompañar al maestro».

 

El hueso viajero

Unos días antes del cumpleaños de don Ramón Menéndez Pidal, el novelista y académico Camilo José Cela había escrito desde Palma de Mallorca una carta dirigida al director de la RAE donde contaba con detalles el hallazgo del hueso que había llegado hasta a él gracias a la generosidad de su propietaria, la condesa de Thora, que lo había heredado de sus antepasados.

 

                                   Ramón Menéndez Pidal y Charlton Heston

 

«En la Academia se preparó todo con esmero, tal y como Cela pedía en su carta para recibir a tan generosa señora y a su reliquia»

 

En la Academia se preparó todo con esmero, tal y como Cela pedía en su carta para recibir a tan generosa señora y a su reliquia. Y así, el 7 de marzo, jueves, a las seis en punto de la tarde, una comisión de académicos recibió a la condesa Thora, otorgándole una condecoración a ella y otra menor a su acompañante, la señora Abdul-Wahab.

Y si bien el deseo expreso de don Ramón Menéndez Pidal era que los huesos se llevaran a Burgos y descansaran por fin con los restos allí enterrados, sin embargo el Ayuntamiento de Burgos no se mostró partidario de abrir el sepulcro del Cid. A saber por qué.

Ante la insistencia del señor Cela de que la reliquia fuera donada por la condesa Thora a la Academia, donde debía permanecer, la comisión resolvió por unanimidad dejarlo donde estaba, y ahí quedó el fragmento del cráneo, separado del cuerpo del héroe, donde actualmente sigue.

 

                                        Caricatura de Mingote

 

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