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Apagón en Cuba, ¿se fundió Díaz-Canel?

¿Está el castrismo preparando el sacrificio del 'presidente' para apaciguar a los cubanos?

Miguel Díaz-Canel, Raúl Castro y Manuel Marrero en un acto del régimen.
Miguel Díaz-Canel, Raúl Castro y Manuel Marrero en un acto del régimen. Bruno Rodríguez/X

 

 

A su favor, Díaz-Canel tiene que el Partido Comunista (PCC) rara vez remueve a alguien de su cargo solo por incapaz. Cuba puede pasar años, lustros enteros con un «cuadro» reconocidamente inepto al frente de un ministerio o una provincia, bajo cuya supervisión empeoren las malas decisiones que desde el poder central le transmiten.

Probablemente, el castrismo ha evitado hacer cambios frecuentes de personal, aun siendo escandalosa la ineficacia del «dirigente» —¿cuántos años continuó Manuel Sobrino frente al Ministerio de la Alimentación después de mandar al pueblo a comer mondongo?— para no fomentar la idea de que los problemas en Cuba son internos, y mucho menos que pueden resolverse cambiando a algunos poderosos, pues después de sustituir funcionarios a nivel medio la población terminaría preguntándose si al que hay que quitar es al que está en la cima de la pirámide de poder.

La cuestión, entonces, es que es rarísimo que este Gobierno sacrifique peones, mucho menos alfiles, para justificar sus fracasos —para eso tiene al bloqueo— o para generar esperanzas por la promesa implícita de mejoría cuando se pone a alguien nuevo, supuestamente mejor que el sustituido. Al castrismo le importa más la estabilidad que la eficiencia.

Pero las circunstancias actuales son críticas y probablemente no baste un gambito de caballo o torre y haya que ir a por la pieza mayor, la más importante que puede sacrificarse sin perder la partida, la reina. Mientras el rey de Cuba continúa enrocado en sus paradisíacos cayos, la reina Díaz-Canel puede ser dada en ofrenda para apaciguar los demonios de una población, a falta de mejor descripción digamos que tan empingada, que en cualquier instante reedita un 11J jaque al régimen.

No mucho antes de que sucediese, desde estas mismas páginas advertimos que Alejandro Gil estaba listo para sentencia, y ahí está, morando algún calabozo tan oscuro como el resto del país, penando haber sido la torre en una partida que se está perdiendo.

Desde aquel suceso a hoy las cosas siguieron su curso predecible en este bucle de empeoramiento continuo que habitamos: sin energía no se produce, si no se produce no se exporta, si no se exporta hay menos dólares, con menos dólares hay menos energía y vuelta a empezar, pero cada vez peor.

Esta desesperada coyuntura demanda medidas mayores y solo queda sacrificar a un Díaz-Canel que se ha ido, o mejor, lo han ido públicamente apagando al lado del fulgurante Manuel Marrero quien, de manera progresivamente notoria, cumple no solo sus funciones de jefe del Ejecutivo, haciendo que suceda aquello que quieren ellos allá arriba que nos suceda a nosotros aquí abajo, sino también funcionando como jefe de Estado, representando, dando la cara, explicando, asumiendo responsabilidad y protagonismo público. ¡Y lo hace mejor que Díaz-Canel!

El obeso coronel tiene carisma, tiene tabla, sabe majasear con el verbo y ser empático, la gente conecta mejor con su expresividad que con la cara pétrea de geisha sobremaquillada con la que Díaz-Canel lo mismo entrega un diploma que da la orden de combate.

El rey Castro II está tan viejo que no debe importarle mucho el largo plazo. Más que estrategias —como eso de no cambiar los cuadros con frecuencia— le importan las tácticas que de manera inmediata mantengan el poder y los cayos en sus manos. Sacrificar al «presidente» del país es una opción inteligente en las actuales circunstancias y, sin dudas, este «presidente» se ha ganado a pulso que le sacrifiquen, pues con su cenicienta personalidad ni como testaferro de Raúl ha sido bueno.

Este es el momento para que GAESA —entiéndase ese poder paralelo de militares que ya no solo tienen las armas, sino también el dinero— dé el paso y reemplace al PCC al frente de la nación, sustituyendo al Díaz-Canel del PCC por su hombre en el Gobierno, Marrero, y ejecute el único cambio posible en la Cuba actual, esa isla donde la gente sale a manifestar pena por el asesinato de un muy probable delincuente, cuyo único talento era ponerle ritmo a la vulgaridad, pero no por el crimen de Gerardo Díaz Alonso, ni sus mil compañeros presos, torturados, muriendo en cárceles-infierno por pedir libertad.

Pasar de abierta al socialismo a open for business, pero bajo muy parecidas condiciones de ausencia de libertad política, es la transformación que sueñan los nuevos amos de Cuba, los oligarcas tropicales bien posicionados en empresas, fábricas y hoteles, para quienes el reinado del PCC y su política conservadora y confrontativa con el norte es un obstáculo para sacarle el máximo a esas riquezas que, con permiso de Raúl Castro, estos «guardias» se han cogido.

Que los días de Díaz-Canel están contados es una certeza; el cuándo probablemente dependa de que lo estén manteniendo hasta el próximo evento masivo de protestas, para que en medio del brote de desespero popular su sustitución parezca un cambio de fondo y una esperanza de evolución. Lo dejarán ahí para que se coma el costo político de la revuelta, y su cabeza, más temprano que tarde, como la de Juan el Bautista, será servida en bandeja para apaciguar a unas masas que ya hayan sido bien sazonadas a tonfazos, gases lacrimógenos, horas de Humberto López y no pocas balas.

 

 

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