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Villasmil: Rascándose las espaldas

 

Autocracia S.A.: Los dictadores que quieren gobernar el mundo / Autocracy, Inc.: The Dictators Who Want to Run the World (Spanish Edition): Applebaum, Anne: 9788419642967: Amazon.com: Books

 

 

No es ningún secreto que Putin necesita soldados con extrema urgencia. Buscó por ello a los mercenarios del Grupo Wagner -la relación, bien se sabe, no anduvo muy bien, con Putin teniendo que despachar al otro mundo a su líder-; luego se fue a reclutarlos en la cada vez más alicaída Cuba, atrayendo a jóvenes con promesas económicas que han resultado en gran medida ser ilusiones y engaños. Su pana de Bielorrusia, el tirano Lukashenko, se ha puesto a sus órdenes para lo que se tercie, convirtiendo su país en un centro logístico para la agresión rusa contra Ucrania.

El más reciente emprendimiento putiniano incluye importar tropas de Corea del Norte. A esta posibilidad hay que tomarla muy en serio.

Para Putin, ya no hay límites ni fronteras de ningún tipo para tratar de completar la destrucción de Ucrania. Y luego, si la OTAN es debilitada, le tocará el turno a Europa. Allí el autócrata ruso tiene muchos manjares para escoger: los países bálticos, Suecia, Finlandia, Polonia.

Escribo esto y se publica la noticia de que las tropas norcoreanas acaban de entrar en combate en Ucrania. Según informes de inteligencia de Estados Unidos, Corea del Sur y Ucrania, Pyongyang está enviando hasta 12.000 tropas de combate norcoreanas a la guerra en virtud de un pacto con Moscú.

Rusia lleva casi todo el año tomando la iniciativa en el campo de batalla en Ucrania. «Las autoridades ucranianas llevan tiempo quejándose de que el apoyo militar occidental tarda demasiado en llegar al país». El jefe de la oficina presidencial de Ucrania, Andrii Yermak, dijo que los ataques rusos “deben detenerse con acciones enérgicas. Es necesaria una posición más fuerte de los aliados (occidentales de Ucrania)”, 

Suena obvio ¿o no? Pero los Gobiernos democráticos de Occidente gasta buena parte de su tiempo en una práctica que ha hecho su favorita: emitir comunicados, protestar en la ONU, bla, bla, bla.

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Es un hecho que la guerra en Ucrania ha llevado al líder ruso a alejarse de la cooperación internacional respecto al arsenal nuclear de Corea del Norte y a fortalecer su alianza militar con Pionyang.

Como señalan, en nota reciente del New York Times Anatoly Kurmanaev y Choe Sang-Hun:

“Miles de hombres norcoreanos convergieron en la costa rusa del Pacífico hace seis años. El presidente Vladimir Putin había decidido castigar a Corea del Norte por desarrollar armas nucleares, y los hombres —trabajadores norcoreanos empleados por empresas rusas— eran enviados a casa.

Ahora los norcoreanos vuelven a ser acogidos en la misma región rusa, esta vez como soldados, profundizando una alianza militar resucitada por Putin y el líder norcoreano, Kim Jong-un, a principios de este año”.

La llegada de soldados norcoreanos es una prueba de la drástica transformación de las relaciones de Rusia con sus vecinos, y con el resto del mundo, tras la invasión de Ucrania hace más de dos años.

Putin le extendió la alfombra roja a Kim cuando en septiembre 2023 visitó Rusia y recorrió las instalaciones militares de aviación, cohetes y navales del lejano oriente del país.

Kim, por su parte, ofreció quizá el mayor respaldo a la invasión rusa por parte de un líder extranjero, brindando por la “sagrada lucha” del Kremlin contra una “banda del mal”: Occidente.

Esta decisión de “acoger” a las tropas de Corea del Norte, un paria para gran parte del mundo, muestra también cómo la guerra de Ucrania ha borrado las últimas áreas de cooperación de Rusia con Occidente, lo que hace que temas de importancia mundial como el control de armamentos y la no proliferación nuclear entren en un territorio peligroso e incierto. Los días en que Rusia cooperaba con una amplia coalición, que incluía a China y Estados Unidos, para intentar frenar las ambiciones nucleares de Corea del Norte, han terminado.

Es probable que la ruptura definitiva de Rusia con el orden mundial liderado por Estados Unidos persista mucho después de que amainen los combates en Ucrania, contribuyendo a dar forma a choques geopolíticos como el enfrentamiento de Estados Unidos con China.

Todo lo anterior entra en la lógica cooperativa de las autocracias del mundo, que no solo está determinando nuevas y más poderosas alianzas entre los actores más significativos -Rusia, China, Irán, Corea del Norte- sino que incluye a los países y movimientos que cooperan con los grandes en su enfrentamiento ya no sólo con los Estados Unidos, sino con todo el Occidente, con la idea democrática, con los valores liberales y pluralistas.

Es cierto que los cuatro no comparten una ideología coherente, como lo hizo el bloque soviético durante la Guerra Fría o gran parte de la OTAN en la actualidad. Irán, por ejemplo, es una teocracia islamista, mientras que China y Rusia oprimen a sus minorías musulmanas. Ciertamente responden a una dinámica más compleja que la de la OTAN; los une el odio a Occidente y sus instituciones.

 

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Ello está explicado con escalofriante detalle en el último libro, altamente recomendable, de la historiadora ganadora del Pulitzer, Anne Applebaum, “Autocracia S.A.: Los dictadores que quieren gobernar el mundo”. El libro es una advertencia sobre lo cerca que estamos de una forma sutil y más invasiva de poder autocrático, más fluida y fácil de globalizar. Autocracia S.A. arroja luz sobre las redes transnacionales (tecnológicas y financieras) que incitan a la consolidación del poder en manos de unos pocos.

«Una guía maestra para afrontar la nueva era del autoritarismo. Una clase magistral sobre la unión de un gobierno dudoso con el crimen internacional» (The Guardian).

Lo esencial del libro es que a partir de casos reales vigentes, la ganadora del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes 2024, demuestra en Autocracia S.A. que no hay un único líder al frente de las dictaduras, sino unas sofisticadas redes compuestas por estructuras financieras cleptocráticas, dudosos servicios de seguridad y propagandistas profesionales.

Los miembros de estas redes no solo están conectados dentro del propio país, sino con los de muchos otros. Las empresas corruptas controladas por el Estado totalitario hacen negocios con sus homólogas en territorios similares. La policía de un país puede armar, equipar y entrenar a la de otro. Los propagandistas comparten recursos y temas, difundiendo los mismos mensajes sobre la debilidad de la democracia y la maldad de Estados Unidos. Ningún país lidera este bloque, se ve más bien como una aglomeración de empresas cuyos vínculos no están cimentados en ideales, sino en acuerdos ―diseñados para paliar los boicots económicos occidentales o para que algunos se enriquezcan personalmente―, razón por la cual pueden operar más allá de las fronteras geográficas e históricas”.

«Lo que sí comparten estos Estados, concluía este mes la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, es una antipatía autocrática por los aspectos liberales del orden liderado por Estados Unidos, que creen que amenaza su propia existencia.»

No es de extrañar entonces que las dos guerras recientes -Ucrania v. Rusia, y Israel v. Hamás y Hezbollah- han llevado no solo a una mayor solidaridad, sino incluso a una creciente cooperación entre las autocracias, las mayores y las menores -como Cuba, Nicaragua y Venezuela-.

Todos buscan mantenerse en el poder como sea, y crear caos en las democracias. Y por ahora al menos están teniendo éxito.

 

 

 

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