Carmen Posadas: Malismo y buenismo
Me ha llamado la atención una entrevista que le han hecho a Mauro Entrialgo. En ella el ilustrador, músico y libretista habla de su libro Malismo, en el que sostiene que «hacer cosas buenas no está de moda, porque ahora lo cool es ser mala persona». Entrialgo es un referente de la cultura underground y creador de diversos personajes de cómic, entre ellos Herminio Bolaextra, un reportero tramposo y canalla que sale siempre airoso de sus muchas maldades. De hecho, el álbum de más éxito de Bolaextra se llama Cómo convertirse en un hijo de puta. Sin embargo, el creador de Bolaextra, en su nueva entrega literaria, ha decidido llamar la atención sobre el mencionado concepto de ‘malismo’, un término que sin duda hará fortuna, porque sirve para dar nombre a una serie de conductas cada vez más habituales.
Nunca antes había sido tan fácil hundir a alguien, tentación (casi) irresistible para un mindundi. Y en esas estamos
Entrialgo sostiene que el malismo es la respuesta al buenismo, expresión acuñada –según él– por la derecha y la ultraderecha «con ánimo de estigmatizar y ridiculizar a la gente de buena voluntad». En mi opinión, no se trata tanto de estigmatizar a nadie como de describir conductas populistas que intentan dar respuestas fáciles a problemas difíciles. El término sirve para describir también a personas que confunden gestos con hechos, como, por ejemplo, aquellos que cuelgan en Instagram una foto de sí mismos sujetando una velita ‘por la paz’ y con eso creen que están cambiando el mundo. Pero no es del buenismo de lo que quiero hablarles hoy, sino de su antónimo, que me parece igualmente descriptivo de los tiempos en que vivimos. Incluso más peligroso que el anterior, si tenemos en cuenta que al buenismo, al menos, se le presupone una cierta buena voluntad, mientras que el malismo es una exaltación (y también una normalización) de conductas nada edificantes.
Ahora, amparándose en el anonimato que confieren las redes, cualquiera puede permitirse decir o hacer cosas que antes serían impensables. Hablemos, por ejemplo, del fenómeno de los haters u ‘odiadores’ que anidan en Internet. En el pasado, este tipo de individuo con sus insidias y sus calumnias causaba mucho daño. Pero su radio de influencia era limitado y se circunscribía al ámbito más cercano a su víctima. Ahora, en cambio, sus mentiras se propalan a velocidad de vértigo y quedan ya para siempre en las redes. Pero eso no es todo.
Ocurre, además, que ser un hater confiere poder. Un individuo mediocre y amargado puede, desde el anonimato y comodidad de su casa, arruinar no solo la reputación de alguien que conozca. Puede igualmente inventar cualquier maldad sobre un profesional prestigioso, un personaje público o cualquier otra persona a la que ni siquiera conoce. Y funciona, porque nunca ha sido tan fácil practicar eso de «calumnia, que algo queda», y la gente está dispuesta a creer cualquier cosa.
Aun así, el dato más relevante en torno a esta cuestión es que, como dice Entrialgo, el ser mala persona se considera cool, enrollado, mucho más interesante y divertido que ser bueno. La maldad siempre ha tenido su prestigio. Secreta o no tan secretamente, muchos son los que han admirado y aún admiran las hazañas de los pícaros, de los malotes, de los perversos. El fenómeno no es ni mucho menos nuevo, pero ahora, gracias a las redes, que todo lo sobredimensionan y sacralizan, estas actitudes son jaleadas y aplaudidas por miles o, en ocasiones, millones de internautas. A más a más, está el tema del poder. Nunca antes había sido tan fácil hundir a alguien, tentación (casi) irresistible para un mindundi. Y en esas estamos.
Por un lado, tenemos a los buenistas con sus latosos simulacros de bondad y, por otro, a los malistas, encantados de cometer tropelías que sus seguidores premian con miles y miles de likes: «Mira qué tipo más cool, se atreve con todo, es un king». No sé muy bien qué solución tienen estos dos fenómenos. O, mejor dicho, sí lo sé. El problema se solucionará cuando la gente, cansada de sus ñoñadas, en el caso de los buenistas, y de sus maldades, en el caso de los malistas, los descarte como lo que realmente son: solo unos mediocres en busca de protagonismo que dé algo de lustre a sus aburridas existencias.