Isabel Coixet: ‘My brother Ali’
En el año 2012, la cineasta Paula Palacios se encontraba en Ucrania realizando un documental sobre mujeres refugiadas, cuando conoce a Ali, un adolescente somalí de 14 años que ya se ha intentado fugar dos veces de un campo de internamiento (con estructura de prisión), buscando llegar a la Unión Europea. Este la contacta por Facebook y durante cinco meses le manda mensajes: está convencido de que sólo con su ayuda y con su mirada de cineasta podrá salir del campo y alcanzar su sueño, que es llegar a Estados Unidos.
Paula Palacios accede finalmente a volver a Ucrania a entrevistarlo, y lo que sigue es una singular odisea que nos lleva por Ucrania, Estados Unidos, Catar, Arabia Saudita y España. Durante doce años, la directora ha filmado a Ali Ahmed Warsame desde su estancia en Ucrania hasta Arabia Saudita, pasando por Estados Unidos, donde consigue llegar y estudiar tras conseguir, casi por un capricho del azar, una visa. Hoy, Ali reside con su esposa e hijos en Arabia Saudita y no parece sentir deseos de volver a Estados Unidos; su sueño americano hace mucho que se esfumó. El contraste entre la idea que Ali tenía de América y la realidad y la soledad a la que se enfrenta no puede ser más decepcionante.
La amistad entre la cineasta y el somalí se cimenta en algo cada vez más raro y por ello mucho más precioso: la aceptación y el respeto al otro, incluso cuando no te gusta lo que hace o no lo apruebas
Pero My brother Ali no es un documental más sobre la emigración, es una película que va mucho más allá de todo eso: es un filme personalísimo, en el mejor sentido de la palabra, que no cae nunca en maniqueísmos reductores; bien al contrario, abraza las contradicciones y los paternalismos bienintencionados de todos nosotros cuando nos enfrentamos al personaje del refugiado. Y lo hace con la mejor arma posible: la empatía.
La mirada de Paula Palacios (como ya tuvimos ocasión de ver en Cartas mojadas) no incurre nunca en la romantización de Ali: nos lo muestra como un ser humano idéntico a nosotros, con sus dobleces, sus dudas, sus paradojas, sus ilusiones, sus momentos buenos y menos buenos. Ali podríamos ser cualquiera de nosotros. La amistad entre la cineasta y el somalí se cimenta en algo cada vez más raro y por ello mucho más precioso: la aceptación y el respeto al otro, incluso cuando no te gusta lo que hace o no lo apruebas.
La película parece decirnos que esa aceptación y ese respeto mutuo son las únicas herramientas de que disponemos para acortar la distancia abismal entre las personas, vengan de donde vengan y profesen la fe que profesen. La cámara de Paula Palacios ha recogido esta historia única con una increíble habilidad: a pesar de que en el filme salen muchas cámaras, nunca son intrusivas, siempre están al servicio de la narración.
My brother Ali es una película apasionante porque surca un territorio prácticamente desconocido y nos obliga a ponernos en el lugar del otro. No se la pierdan.