Raúl Rivero – Cuba: Los viejos amigos de Europa
Madrid – Un sector de la prensa francesa hizo bromas y ridiculizó a un nieto de Raúl Castro que trabaja como escolta por romper el protocolo en su obsesión por protegerlo durante su reciente visita a París. Pero la gran prensa gala ni criticó, ni ridiculizó la obsesión de François Hollande por respetar las normas protocolares y recibir como un hermano de causa al jefe de una dictadura militar.
Esos episodios no se quedan en la anécdota. Son un símbolo del poder político, las cómodas y amplias poltronas de los palacios y el dinero –incluido el dinero ajeno– suelen tener más fuerza y eficacia que el paso callado del tiempo para nublar la memoria y disolver los compromisos ideológicos, la fraternidad y la solidaridad. Lo saben muy bien los dirigentes y los activistas de la oposición pacífica cubana, los periodistas independientes y los escritores y artistas que, allá en la isla, se enfrentan a la dictadura.
En los últimos años, los demócratas europeos que habían sostenido durante muchos años, desde 1996, por ejemplo, una actitud crítica ante el castrismo, comenzaron a enviar con gran entusiasmo comisionados especiales con maletines a La Habana y a viajar ellos mismos con todas sus medallas de oro y certificados.
Han ido con todo el oropel de sus altos cargos a buscar espacios y huacas para sus inversores, como si su nueva misión de representantes de la libertad y el progreso fuera sacar al régimen de su agonía y hacer capital sobre sus ruinas.
Las asociaciones de cubanos que trabajan en Cuba con la policía política en los techos de sus casas, los amigos que antes recibían mensajes y apoyos directos y públicos, pasaron de pronto al olvido. Darles un saludo o hacerle una seña de afecto se convirtió en un pecado que no quieren cometer para que sus anfitriones no los quiten de sus listas de probables socios.
Los opositores, los que trabajan por cambios reales y definitivos en la isla fueron, en un tiempo pasado, la referencia de los líderes europeos de la democracia. Ahora son unos conocidos molestos y erizados de peligros cuyos números de teléfonos y direcciones postales hay que borrar de las agendas que los agentes del gobierno le revisan en los hoteles o en las casas de visita donde los hospedan.
Los visitantes del viejo continente no quieren ni pasar por las calles donde se manifiestan las Damas de Blanco, los ex presos políticos y los defensores de derechos humanos y son arrestados o golpeados y humillados por brigadas de fanáticos paramilitares y guardias disfrazados de ciudadanos.
No. Los hombres y mujeres de Europa, convidados por la dictadura, quieren una vía directa a las sedes de los ministerios y al puerto del Mariel, sin tener que tropezar con las enojosas figuras de sus antiguos amigos que son, de todas formas y a pesar del olvido voluntario, el dinero y las butacas de mando, la insignia de la democracia en aquel país.
RAÚL RIVERO: Poeta y periodista cubano.