Dagoberto Valdés: No sé de qué hablar en estas circunstancias
Hay situaciones límite en la vida de un pueblo en las que se agolpan en la mente y en el corazón mil y un temas, mil quejas, un lamento tras otro. En medio de un naufragio no es posible organizar las ideas, moderar los sentimientos, mantener la moderación. Todo irrumpe con la fuerza de la urgencia, del desastre, de la búsqueda de la supervivencia.
Cuba está ahora mismo viviendo, sufriendo, agonizando, en medio de este desastre nacional. Y saltan, compitiendo, varias reacciones, encontradas tentaciones. Tan contradictorias entre sí como absurda es la innegable realidad que las provoca. Es una situación límite, muy peligrosa. Mencionaré solo algunas de esas tentaciones:
– Abandonar el barco, huir de la catástrofe, salir del país: es el “sálvese el que pueda” y como pueda… y que se hunda el barco sin volver la vista atrás.
– Meterse, resignado, en lo más profundo del barco, a esperar el final. Es la rendición del alma.
– Patalear, luchar contra la fuerza del mar que nos oprime, que nos hunde sin piedad. Es la reacción intempestiva de la desesperación. Sin calcular posibilidades ni consecuencias. Es la ira desbordada e incivil. Todos debemos evitar esta forma de suicidio.
– Ponerse a ayudar a los más solos, desesperados e indefensos. Es utilizar el impulso y la rebeldía que provocan las injusticias de todo hundimiento para entregar nuestras pocas fuerzas en tender la mano a los más necesitados que nosotros.
– Es también hacer acopio de los últimos ripios de paciencia que nos queden para ponernos a buscar soluciones viables, posibles, pacíficas. Aunque de pronto parezcan utópicas, o incluso, poco probables, pero, las experiencias de otras situaciones similares nos enseñan que, cuando llega el agua al cuello, lo que parecía imposible puede hacerse posible. Hay que estar preparados para situaciones de emergencia límites.
Otros factores que acompañan a estas tentaciones son: la incertidumbre como atmósfera irrespirable, la agonía tan prolongada que parece mentira que un pueblo pueda ser llevado hasta estos extremos invivibles. Y, por sobre todo esto, la insalvable desconfianza que provoca la constatación evidente del uso de la mentira para justificar absurdamente lo que tiene una sola causa.
Hay dos cosas que hay que evitar a toda costa:
1. El uso de la violencia, venida de cualquier parte. El uso de la represión, la cárcel y la muerte entre cubanos.
2. La prolongación absurda de esta agonía insostenible que pudiera conducir a la desesperación, a una catástrofe humanitaria o al punto uno: la violencia. Desde la revista Vitral escribí hace ya 21 años: “Quien cierra el paso al cambio en paz, abre la puerta a la violencia” (Editorial No. 55, año X, mayo-junio 2003).
Terminábamos aquel editorial, hace más de dos décadas, con una frase que mantiene hoy toda su vigencia y urgencia:
“Lo más sagrado es la vida y la paz”.
En fin, que comencé esta columna dejándome llevar por el agobio, pero siempre que uno se detiene “en pensar” surgen unas reflexiones que con frecuencia son ensombrecidas por la agonía cotidiana.
Cuba merece que todo esto termine.
Cuba merece un futuro libre y democrático.