Isabel Coixet: Miradas cruzadas
CHANTAL AKERMAN
Hay dos buenas exposiciones en el Jeu de Paume que estarán hasta enero: la dedicada a la cineasta Chantal Akerman y la dedicada a la fotógrafa americana Tina Barney.
En la encrucijada del cine, el arte y la escritura, la voz de Chantal Akerman (1950-2015) nunca ha resonado tanto como hoy. Su sensibilidad autodidacta la llevó a abordar directamente temas de intimidad, soledad, duelo e injusticia social, así como el patrimonio familiar y las huellas de la historia en el paisaje. Así lo reveló su primer cortometraje, Saute ma ville (1968-1970), que la artista rodó en Bruselas, su ciudad natal, con sólo 18 años.
A la entrada de la exposición hay toda una declaración de intenciones: un fragmento de la película ‘L’enfant aimé’ donde una joven actriz, desnuda ante el espejo, va enumerando todo lo que no le gusta de su cuerpo
Pronto, en Nueva York, a principios de los años 1970, se involucró en el círculo de cineastas underground y experimentales, de quienes conservó el enfoque contemplativo, a través de la cámara, del espacio físico y temporal. De regreso a Europa, dirigió un primer largometraje de resonancias muy personales, Je, tu, il, elle (1974). Al año siguiente, dirigió a Delphine Seyrig (una actriz que fue su amiga y colaboradora hasta su desaparición) en Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, una película acogida hoy como una obra maestra de la causa feminista que encabeza la lista del British Cinema Institute de los últimos diez años de las mejores películas de todos los tiempos, cosa que, para muchos críticos y periodistas, ha sido un acto poco menos que merecedor de la excomunión y el patíbulo, algo que es tan absurdo como el mismo concepto de hacer listas de las mejores películas de todos los tiempos.
A la entrada de la exposición hay toda una declaración de intenciones: un fragmento de la película L’enfant aimé (1971) donde una joven actriz, desnuda ante el espejo, va enumerando todo lo que no le gusta de su cuerpo. Me gustó ver esta imagen un domingo, cuando la sala estaba llena de familias y madres con chicas adolescentes. Me gustó escuchar los comentarios de las madres y las chicas: «¿Por qué dice que tiene el culo gordo si no lo tiene? ¿Y celulitis tampoco tiene? ¿Ni barriga?». Creo que Chantal Ackerman hubiera estado contenta de ver que, más de 50 años después de haber rodado esas imágenes, todavía resuenan en las miradas y en el espíritu de espectadores de ahora mismo.
La otra expo del Jeu de Paume es la de Tina Barney. Nacida en 1945, comenzó a fotografiar a sus familiares y amigos a finales de los años setenta. Gran observadora de los rituales familiares, está particularmente interesada en las relaciones entre generaciones en el contexto doméstico. Sus coloridos retratos, a menudo grupales y de gran formato, que a primera vista parecen instantáneas familiares, están en su mayor parte cuidadosamente escenificados por la artista con miembros de la alta sociedad norteamericana, a la que ella misma pertenecía: cenas en el club de polo, mecenas con sus obras de arte, casas paradisíacas con servicio doméstico uniformado…
Una imagen destaca entre todas: la de una adolescente con una serpiente en las manos, probablemente su mascota, rodeada de las miradas untuosas de su familia. Esa serpiente aparentemente domesticada, que en cualquier momento puede rebelarse, es el vínculo secreto que une las dos exposiciones, las dos miradas.