Carmen Posadas: Razones y sinrazón
Han vuelto los consultorios al estilo de la señora Francis. La gente anda tan despistada, confusa y patidifusa con lo que pasa a su alrededor que hasta periódicos sesudos como The Guardian recurren a esta vieja fórmula para orientar a sus lectores. Me ha interesado ver que es así porque en su momento fui fan total de Elena Francis; no me perdía ni uno de sus programas. Me parecían –y aún me parecen– una radiografía perfecta de la sociedad, de sus preocupaciones, sus anhelos, sus valores o falta de ellos.
Entre las cartas que ha recibido últimamente Philippa Perry, de The Guardian, encuentro una consulta que me ha llamado la atención más que otras. Bajo el título Mi amigo ha abrazado las teorías conspiratorias y está arruinando nuestra amistad, el consultante, un hombre de unos 50 años, explica que, desde la pandemia, su amigo de toda la vida se informa únicamente a través de medios de comunicación alternativos y ha acabado por hacer suyas las teorías conspiranoicas de la extrema derecha y/o de la extrema izquierda, que, paradójicamente, son similares. «… No solo no escucha ninguno de mis argumentos, sino que pretende que abrace yo también esa sarta de dislates que él llama ‘información’».
La situación actual del mundo no es idéntica a la de los años 20 y 30 del siglo pasado, pero estamos también en un fin de ciclo
De un tiempo a esta parte, más o menos todos hemos vivido una situación similar a esta con un amigo, un conocido o un pariente, lo que hace que uno se pregunte por qué cada vez hay más personas, cultas y formadas, dispuestas a creer cualquier disparate, al tiempo que se ha perdido la capacidad de tolerar que otros piensen de modo diferente. En política, por ejemplo, esta mezcla de ceguera y empecinamiento puede extrapolarse a todos los ámbitos que uno quiera: a los seguidores de Trump en los Estados Unidos y a la ultraderecha, que cada día suma más adeptos en los países avanzados, pero también a los votantes que se autodenominan progresistas y que, al grito de «¡que vienen los fascistas!», suscriben y sacralizan todo lo que hacen gobernantes inoperantes y corruptos.
Explicaciones a esta curiosa ceguera colectiva de uno y otro signo hay muchas, pero la que da The Guardian (un periódico nada sospechoso de ser de derechas) me parece digna de ser reproducida. Philippa Perry, que es quien responde a la antes mencionada consulta de un lector, empieza por recordar que en tiempos turbulentos y confusos la gente se muestra perdida y atemorizada, y suele buscar líderes e ideologías que ofrecen respuestas simples y contundentes.
El caso más paradigmático fue lo ocurrido en Alemania tras la Primera Guerra Mundial y en medio de la Gran Depresión. Muchas personas estaban desesperadas por encontrar una explicación a su sufrimiento y una esperanza en tiempos mejores. Ante esta situación, Hitler ofrecía un relato claro y simple: los problemas de Alemania se debían a grupos de poder como los judíos, y su visión autoritaria y decidida parecía en ese momento el mejor camino a la estabilidad y el bienestar. De este modo, en la locura colectiva del nazismo cayó no una nación atrasada y falta de información, sino uno de los pueblos más sofisticados y cultos, amante de Goethe y recitador de Schiller, porque, contrariamente a lo que pueda parecer, ni la inteligencia ni la cultura vacunan contra el populismo y la demagogia.
La situación actual del mundo no es idéntica a la de los años 20 y 30 del siglo pasado, pero estamos también en un fin de ciclo en el que las instituciones, entidades y sistemas de contrapesos que han dado estabilidad a las sociedades avanzadas se encuentran cuestionados o en crisis. Y en situaciones como estas la gente actúa siempre de la misma manera. Según la filósofa Hannah Arendt, los ciudadanos se sienten atraídos por este tipo de movimientos populistas debido a dos razones. Primero, porque les proveen de un sentido de pertenencia. Y segundo, porque esta clase de propuestas políticas que ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos hacen que el mundo parezca menos caótico.
Qué ida de olla la mía, dirán ustedes, mezclar en un mismo artículo a la señora Francis, a Hannah Arendt, a Hitler y a los populistas del momento, que se dedican con una mano a agitar el avispero y con la otra a ofrecerse como salvapatrias. Pero así es la naturaleza humana. Puede ser cauta y a la vez temeraria; culta y la vez crédula; capaz de seguir a un héroe o a un loco. Entenderla no es fácil, pero no comprender sus sinrazones solo conduce a más sinrazón todavía.