Sami Naïr: El descalabro de Emmanuel Macron y Michel Barnier
El Gobierno de Michel Barnier ha llegado a un punto final. Es una derrota anunciada. Atrapado entre dos fuerzas políticas contrapuestas —la coalición de la izquierda del Nuevo Frente Popular y la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional—, este mandato en minoría tenía los días contados desde la disolución de la Asamblea Nacional en junio de 2024. Todos sabían que caería en cuanto el primer ministro osara sacar de la chistera el artículo 49.3 de la Constitución, que permitiría aprobar los presupuestos generales limitando la potestad legislativa del Parlamento. Así que el primer ministro Barnier quedó tocado y hundido tras una moción de censura: un contratiempo de esta envergadura no había ocurrido desde 1962. Es un sonoro revés. Y el descalabro de su líder, Emmanuel Macron, después de provocar la disolución de las Cortes, una decisión que lo convirtió, dada la árida polarización política del país, en el blanco de sus adversarios, enfrentados entre sí, pero de acuerdo entre ellos para derrotarle. Reincidió en el error de nombrar a un primer ministro en minoría que comulga con una política cada vez más escorada a la derecha y aún más confusa que la suya. La idea de un gobierno implícitamente codirigido por la derecha y la extrema derecha no ha funcionado. Así que Macron ha vuelto a la escena tras el eclipse de censura de Barnier.
Macron tiene tres opciones: no hacer nada y esperar hasta julio de 2025, fecha en la que podrá disolver de nuevo la Asamblea Nacional y buscar una nueva mayoría. Mientras tanto, Michel Barnier continuaría gestionando, con un gobierno técnico, los asuntos corrientes utilizando el presupuesto de 2024, pero con graves repercusiones para la economía del país. La segunda alternativa sería la de nombrar un nuevo primer ministro con un perfil más adecuado a los ojos de Marine Le Pen y su partido, como el actual ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, o el presidente del partido centrista Modem, François Bayrou, y mantenerse con ese formato agónico hasta 2027, salvo nueva moción de censura. O, finalmente, mediante un gesto de honor y de responsabilidad, podría aceptar la cohabitación con la izquierda y sus aliados para que gobiernen en coalición, o bien dimitir y permitir al electorado sacar a Francia del atolladero en el que la ha metido.
Sin embargo, cualesquiera que sean las hipótesis que se barajen en este escenario, no pueden desviar la atención respecto de otras coordenadas que sirven para entender mejor el actual tablero político. Porque lo que está realmente en juego es algo más que una batalla ante unas posibles elecciones generales en junio de 2025. La actitud del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, que ha sometido a Michel Barnier al albur de sus caprichos, haciendo y deshaciendo, y secundando, después, una moción de censura contra él, no busca sino forzar la dimisión de Macron y convocar elecciones presidenciales anticipadas lo antes posible.
Son tres las razones que la mueven: el electorado de Le Pen quiere poner fin al régimen macroniano, que tacha de antinacional; ella misma se afirma como única candidata, idónea y preparada para vencer en los próximos comicios, y los sondeos no desmienten esta convicción. Por último, pero no menos importante, la justicia le está pisando los talones a Le Pen. Se enfrenta a una posible inhabilitación para el ejercicio del sufragio activo por estar involucrada en un caso de corrupción por parte de parlamentarios europeos vinculados a su partido. Las elecciones presidenciales son, pues, vitales para su supervivencia política. No ofrecerá a nadie el regalo de la pérdida de su inmunidad hasta 2027.
Desde el otro lado de la rivalidad, la urgencia de Jean-Luc Mélenchon por lograr la dimisión del presidente es igual de vehemente. Sabe que la relación de fuerzas en la izquierda está cambiando. La coalición anti-Francia Insumisa, que reúne a socialistas disidentes con los que François Hollande podría finalmente confluir para regresar a la carrera presidencial, la actitud ambigua de los Verdes, el acoso mediático que sufre el partido, entre otras razones por su apoyo a los palestinos, y, finalmente, la inexistencia de una alternativa real en la izquierda, empujan a Mélenchon a hacer todo lo posible para adelantar elecciones presidenciales. Está tan dispuesto como Marine Le Pen.
Mientras, la situación en Francia sigue deteriorándose, la deuda es colosal (supera el billón de euros), el clima social es un barril de pólvora, aumentan las reivindicaciones de agricultores, funcionarios, pensionistas y asalariados frente a una inflación que desciende solo en apariencia. Nadie puede garantizar que el edificio institucional y político resista la presión combinada de la extrema derecha, principal fuerza que aglutina por sí sola a 11 millones de votantes, y de un régimen político tan fallido como imprevisible. El fracaso de Emmanuel Macron es rotundo.