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Al Assad contempla solo el derrumbe de su régimen de terror

Después de 24 años en el poder, el régimen sirio, sostenido por Rusia, Irán y Hizbolá, cede ante un avance imparable de milicias rebeldes

            Los combatientes antigubernamentales rompen un cartel del presidente sirio Bashar al Assad AFP

 

El régimen sirio, vacío y debilitado, se ha desplomado con la misma facilidad que las estatuas de la dictadura derribadas por los rebeldes en su avance imparable desde Alepo hasta Damasco, la capital. Tras 24 años en el poder y haber sobrevivido a una guerra civil que devastó gran parte del país, Bashar al Assad contempla su final porque estaba al final sostenido únicamente por el soporte vital de Rusia, la milicia libanesa Hizbolá y sus patronos en Irán.

En la guerra civil siria, que arrecia desde 2011, Assad permitió que la fuerza aérea rusa arrasara Alepo, entregó sus líneas de frente a Hizbolá y a la Guardia Revolucionaria iraní, e incluso utilizó armas químicas contra su propio pueblo sin enfrentar represalias. Uno de sus mayores triunfos fue desafiar a Barack Obama, quien en 2012 advirtió que el uso de armas químicas sería una «línea roja», solo para retroceder después, dejando aquella amenaza vacía y sin consecuencias.

Es difícil ponderar la destrucción de Siria, un país de inmensa riqueza histórica, desde el inicio de la guerra. No son solo barrios reducidos a escombros, fosas comunes y un patrimonio devastado. Los muertos superaron el medio millón en una nación de 23 millones de habitantes. Hoy, el 69% de la población vive en pobreza y el 27% en extrema miseria, mientras el dictador y su guardia alauí permanecen aislados en la burbuja de la élite del régimen.

Los alauíes, una escisión del chiismo musulmán, representan alrededor del 10% de la población en Siria, un país de mayoría suní. Tradicionalmente marginados, ascendieron al poder con Hafez al-Assad y después su hijo Bashar, convirtiéndose en el núcleo duro del régimen y de las fuerzas de seguridad. Su lealtad ha sido clave para sostener la dictadura. El apoyo de los cristianos sirios, temerosos del islamismo suní, y de los chiíes libaneses, liderados por Hizbolá, ha reforzado al régimen frente a la revuelta mayoritariamente suní que arrecia desde 2011.

Hafez al Assad controló Siria con puño de hierro durante 30 años, desde el 13 de noviembre de 1970 hasta su muerte el 10 de junio de 2000. Llegó al poder tras un golpe de estado conocido como la Revolución Correctiva y después se consolidó mediante un aparato de seguridad omnipresente e irrestricto. Su régimen era notoriamente represivo, utilizando la tortura, encarcelamientos masivos y asesinatos políticos para sofocar cualquier disidencia.

En 1982, la ciudad de Hama fue escenario de una primera gran revuelta, ahora en manos de los rebeldes. Hafez al-Assad la aplastó sin miramientos, dejando hasta 40.000 muertos. Ordenó arrasar las zonas insurgentes y cubrir con cemento los cuerpos de los rebeldes sepultados entre las ruinas de las casas donde se refugiaron. Aquella brutalidad en la respuesta se convirtió en una lección para su hijo Bashar, quien le sucedió en el poder en el año 2000.

No estaba llamado al poder

En realidad Bashar no estaba llamado al poder. Era su hermano mayor, Bassel, el más carismático de la familia, la gran apuesta para garantizar la continuidad del régimen y el heredero designado por Hafez. Pero en 1994 murió en un accidente de tráfico cerca de Damasco. Bashar, que entonces estudiaba oftalmología en Londres, y al que no se le conocía ambición política alguna, fue llamado de urgencia y preparado a marchas forzadas para suceder a su padre.

Esa decisión provocó resquemores en la familia. Años después, su hermano menor, Maher, se fue asentando como una figura poderosa en la sombra, al mando de la 4.ª División Blindada, la fuerza militar más leal al régimen y clave en la represión de la revuelta desde 2011. Su creciente control sobre redes de crimen organizado y tráfico ilícito de drogas como la captagónx lo convirtió en una amenaza silenciosa para Bashar. Con el tiempo, el dictador optó por aislarlo del núcleo del poder, aunque Maher ha seguido siendo una pieza clave en el aparato represivo y económico del régimen.

Al llegar al poder, Bashar se vendió como un reformista secular, logró que el mundo occidental le comprara la idea del buen dictador, respetuoso de la diversidad de su pueblo. Liberó a presos, abrió las puertas, permitió el turismo, en lo que se apodó «la Primavera de Damasco».

Pero el equilibrio regional cambió tras la invasión norteamericana de Irak en 2003. Siria mantuvo una invasión permanente en Líbano, al que consideraba un estado tutelado, desde 1976. En 2005, el primer ministro libanés Rafik Hariri murió de coche bomba en Beirut, lo que forzó la humillante retirada siria del Líbano. Una investigación inicial señaló como responsables a figuras sirias y libanesas.

Quince años después, un tribunal respaldado por la ONU declaró culpable a un miembro de la milicia Hizbolá, aliado clave de Assad, de conspirar para matar a Hariri. Hizbolá, como era de esperar, negó cualquier implicación.

El suyo fue uno de los primeros regímenes amenazados por la oleada de protestas de la Primavera Árabe, que comenzó en 2011 con levantamientos populares en Túnez y Egipto. Inspirados por esos movimientos, los sirios salieron a las calles exigiendo reformas democráticas y el fin de la represión del régimen. Lo que empezó como manifestaciones pacíficas fue recibido con una brutal violencia por parte de las fuerzas de seguridad de Al Assad, desencadenando la guerra civil.

Apoyos de Irán, Rusia y Hizbolá

Al dictador, lo apoyaron Irán, Rusia y Hizbolá. Los apoyos de los opositores fueron cambiando. En una primera fase, mas secular e independiente, contaban con la simpatía del mundo occidental, pero pronto tomaron el control facciones islamistas, y los grandes apoyos quedaron, principalmente, en Qatar y Turquía.

Sin embargo, esta nueva ofensiva de finales de 2024 no ha precisado de grandes ayudas externas. Unas milicias islámicas que llevan años preparándose, bien armadas, con un plan de avance a Damasco, han sido capaces de sumar apoyos en unas calles depauperadas y desencantadas, y se han desplegado con una eficacia que ha sorprendido a los propios aliados de Assad.

En cuestión de semanas, las defensas del régimen se han desmoronado. Mejor organizados y con nuevas capacidades militares, los rebeldes han irrumpido en territorio gubernamental, avanzando desde Alepo hasta las puertas de Damasco, donde un régimen exhausto se enfrenta a su inminente colapso.

 

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