Rodolfo Izaguirre: Selene
Cuando murió mi hermana Liliam asediada por la tuberculosis yo tenía apenas un año y siendo niño preguntaba por ella y me decían que vivía en la luna; lo creí y acepté e incluso me pareció hermoso lugar para permanecer. Por ella, la luna vive en mí y el niño que fui no dejó nunca de mirarla y desde entonces la respeto y venero no tanto porque sea nuestro único satélite y tenga que ver con las mareas y el crecer de las plantas y manejar la sangre de la mujer, sino porque es allí donde vive mi hermana. No sólo eso: mi hermana Felicia Margarita logró regresar de un estado de coma profundo y contó que había visto a Liliam envuelta en una luz blanca, intensa. Se miraron y Liliam le dijo: ¿¡Qué haces tú aquí!? ¡Regresa a tu lugar! Lo hizo, pero al morir, Margarita también se fue a la luna para estar con Liliam, su hermana.
Muy a pesar mío, crecí y me convertí en adulto oprobioso, pero también en un lector insaciable. Plutarco fue el que fijo que la amistad es un animal de compañía no de rebaño. Una tarde lo sorprendí sentado en mi lugar de trabajo y aproveché para preguntarle qué pensaba él de la luna y de las almas que no saben qué hacer consigo mismas rondando ciegamente en este mundo. Se acarició la barba y me respondió diciendo que la luna recibe gozosa el alma de los justos porque allí se purifican. «Los cuerpos, me dijo, tamborileando con su mano izquierda mi escritorio, vuelven o permanecen en la tierra mientras los espíritus vuelan hacia el sol». Lo de los cuerpos no lo sabía, le dije, pero lo de las almas lo sé porque mis hermanas viven allí y me alivia y me alegra saber que también mi mujer Belén está con ellas. «¡Te mereces ese disfrute!», me dijo Plutarco al levantarse e irse.
Años mas tarde conocí a Endimión, que estuvo enamorado de Selene, la luna. Él es nieto de Zeus y rey destronado que se fue a vivir al campo y se hizo pastor. La soledad que lo envolvía le ofreció como único consuelo la presencia de Selene y se enamoró de ella. Selene pasó en su carro por el lugar donde Endimión dormía bello y desnudo, lo vio y se enamoró de él. Fue tan grande el amor que sintió hacia el joven que Selene pidió a Zeus le concediera a Endimión el deseo de permanecer eternamente dormido para despertar solo cuando Selene llegue a él y lo bese.
Selene hace que me esfuerce por mantener reluciente mi sensibilidad y mis acercamientos al arte; que la cálida relación con los seres y los objetos se mantenga y crezca al igual que mi persistente comunicación con la naturaleza que cada día me hace más humano. Selene conoce y vigila el intenso afecto que siento hacia los pocos amigos que tengo y con los numerosos seres que conozco y me respetan. (¡Tengo una amiga a quien no veo desde hace años llamada Selene Luna y desde aquí la saludo!). La que está en el cielo, en todo caso, ha abierto el camino que me ha permitido intentar conocer y desentrañar el misterio que me envuelve y agobia desde el momento en que nací cuando ya Liliam trazaba su camino y evita con esfuerzo que se desvanezcan las esperanzas de ver a mi país liberado de los disgustos políticos que ha sufrido en los últimos años y del amargo peso de la infelicidad que vanamente trata de apoderarse de mí.