Había que estar en Valencia
Si más de doscientos muertos no justifican la presencia del presidente del Gobierno en un funeral, su problema con la percepción de sus responsabilidades políticas es grave
La ausencia de Pedro Sánchez en el funeral por las víctimas de la DANA celebrado en la catedral de Valencia es una nueva manifestación, especialmente significativa, de la falta de empatía del presidente del Gobierno ante una tragedia que se llevó por delante más de doscientas vidas. Sánchez se fue de Paiporta a la carrera y no ha vuelto a Valencia. Cuando dijo aquello de «yo estoy bien» demostró que su preocupación por las consecuencias destructivas de la riada se limitaba a las que pudiera tener sobre su permanencia en La Moncloa, enésimo episodio del narcisismo político que se ha convertido en seña de identidad de la forma que tiene Sánchez de entender el ejercicio del poder, mera sucesión de oportunidades para mirarse en el espejo. Este lunes era el día en que el presidente del Gobierno central acompañara a cuatrocientos familiares de las víctimas de la DANA, sin ministros enviados a la fuerza y a última hora, a cargar con el mal rato de mirar a la cara a unos valencianos que siguen atónitos porque el Gobierno de España solo iba a ayudarles si se lo pedían. Sánchez sigue huyendo de Valencia y confía en superar este trance saciando a la opinión pública con la lenta agonía de Carlos Mazón. La sociedad, sin embargo, no ha aceptado verse obligada a elegir entre Sánchez y Mazón, con responsabilidades compartidas en las consecuencias de este desastre. La diferencia, por lo pronto, es que Mazón se quedó en Paiporta aguantando insultos y bolas de barro y este lunes estuvo en el funeral con las familias de los fallecidos.
Y lo mismo que en Paiporta, Sánchez evita aparecer junto a los Reyes de España, quienes han cumplido su compromiso de volver a Valencia después de aquella tensa visita en la que Felipe VI y Doña Letizia no se ahorraron un solo minuto de la crispación de los vecinos. En una monarquía parlamentaria, el Gobierno y la Corona deben interactuar conforme a lo dispuesto por la Constitución. Es un error –o una malicia– pensar que la Corona ocupa una posición sumisa al poder político y que este puede desentenderse de las funciones representativas del Jefe del Estado. La ausencia de Sánchez no es simbólica, sino materialmente política, directamente relacionada con su sentido utilitarista del poder y de la relación con la Corona. Por eso, en Valencia, el Jefe del Estado volvió a asegurar la presencia del Estado cuando más necesaria resultaba, esta vez en una misa funeral que refleja el sentimiento religioso de la mayoría de los ciudadanos, algo que Pedro Sánchez parece no querer entender ni aceptar. Que el país laicista por excelencia, Francia, celebrara por todo lo alto la reapertura de Notre Dame demuestra hasta qué punto estas actitudes extremistas de Sánchez son contrarias a los valores de la democracia liberal, en cuyo origen ha de identificarse la defensa de la libertad religiosa. La agenda alternativa de Sánchez, ayer por la tarde, no era un compromiso de similar entidad al de acompañar en su duelo a los familiares de los 222 muertos por la DANA. Tenía una reunión inaplazable con Robin Zen Yuqun y otra con el presidente del Comité Paralímpico Internacional.
Si más de doscientos muertos no justifican la presencia del presidente del Gobierno en el funeral al que asisten los Reyes, el problema que tiene Sánchez con la percepción de sus responsabilidades políticas es grave. Ya se sabía, pero ayer se hizo patente de una manera particularmente inoportuna, en un momento de manifiesta desafección hacia unas instituciones que tras fallar en la tragedia estaban obligadas a tratar de restaurar la confianza de la sociedad, al menos compartiendo de forma simbólica un sentimiento colectivo de pérdida.