Isabel Coixet: La imagen insoportable
Exterior día. Universidad Islámica de Azad. Ahoo Daryaei. Brazos cruzados. Morena, pelo largo suelto. Ropa interior sencilla, beige. Pasea con determinación arriba y abajo. No sabemos exactamente qué ha pasado antes. Podemos imaginarlo.Tampoco sabemos qué ha pasado después. También lo imaginamos, conscientes de que lo que va a ocurrir es mil veces peor de lo que podemos imaginar.
Hay imágenes que secuestran nuestra mirada, otras nos dejan indiferentes. Y todas no son sino un clavo más en el muro de impotencia y desazón que nos rodea. Las ONG del mundo intentan sacudirnos con las armas que tienen a mano, pero hay una saturación de imágenes insoportables y, a partir de ellas, nos volvemos insensibles, y lo que nos afecta no es la imagen, sino nuestra incapacidad para cambiarla.
No sabemos exactamente qué ha pasado antes. Podemos imaginarlo. Tampoco sabemos qué ha pasado después. También lo imaginamos, conscientes de que lo que va a ocurrir es mil veces peor de lo que podemos imaginar
Y, al mismo tiempo que esta sobrecarga de imágenes se produce, muchas obras de arte son censuradas por ‘insoportables’, porque la historia del arte está atravesada por historias terribles. No es Walt Disney (aunque las madrastras de Walt Disney no se quedan atrás). Los artistas son valientes y se sienten fascinados por temas que no son agradables. Se apropian de todo tipo de imágenes duras, especialmente de las actuales. ¿Podemos seguir mostrando imágenes que a algunas personas les resultan insoportables? ¿Estamos de acuerdo en afrontar lo que la humanidad ha experimentado desde los albores de la civilización? Un ejemplo: para la portada del catálogo de su exposición Las cosas, una historia de la naturaleza azul en el Louvre, en 2022, Laurence Bertrand Dorléac quería una fotografía de Andrés Serrano: una cabeza de vaca cortada que mira al espectador. Una naturaleza muerta muy inquietante. Lo cual no fue aceptado porque habría molestado al público y a los activistas por los derechos de los animales. «Podemos hablar del sufrimiento animal, pero no mostrarlo», señala. «Al contrario, creo que debemos confiar en el público y no anunciar la derrota antes de que se produzca. Además, la sala del Louvre que reunía animales muertos no provocó ninguna reacción inoportuna».
La paradoja está ahí: la autocensura es un valor en alza sin que sepamos si está motivada por algo más que el miedo. Esto es ir por el camino equivocado, afirma la crítica de arte Nathalie Bondil, para quien la única respuesta es contextualizar las imágenes insoportables, «porque si sólo hablamos con aquellos que nunca se sorprenderán, nuestro trabajo será en vano».
Como cineasta, muchas veces me planteo cómo mostrar y mirar de frente ‘lo insoportable’. La única y pobre conclusión a la que he llegado es que pertenecer a la raza humana es admitir y contar con ese lado horrible y oscuro que aún le da más valor a la luz y a la esperanza.