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Carmen Posadas: La esperanza y otras virtudes

                            Carmen Posadas

 

Semanas atrás la Hermandad de la Esperanza de Triana, que prepara una serie de actividades conmemorativas para el año 2025, me pidió un texto de unas cincuenta líneas en las que explicara qué es para mí la esperanza. Andamos todos tan afanados últimamente en perseguir, filosofar y teorizar sobre esa escurridiza anguila que es la felicidad que ni pensamos en otras virtudes que son tanto o más importantes que ella. Porque ¿acaso se puede ser feliz si no se tiene esperanza?

 

Con tantos males sueltos ¿en qué oscuro repliegue de la caja de Pandora se esconde la esperanza? ¿No piensa venir en nuestro auxilio?

 

¿Y sin fe? Y no hablo ahora de fe en Dios o en el más allá, sino en el más acá: fe en nuestros amigos, en nuestra familia, en nosotros mismos. Al fin y al cabo, es ella quien mueve montañas, conquista imposibles, anula pesares y hace que cobre sentido el sinsentido. Pero no es de la fe de lo que quiero hablarles, sino de ella, de la esperanza. Por eso déjenme que reflexione en voz alta sobre este regalo del cielo que tanto  ayuda a transitar por la vida.

Para el antes mencionado texto intenté documentarme para no escribir  obviedades y culminar el encargo con una faena de aliño. Aun así, tuve que hablar de Pandora. Porque el   mito de la mujer a la que los dioses prohibieron abrir un misterioso cofre pero ella desobedeció, liberando así todos los males que existen en la Tierra, es quizá la metáfora perfecta de lo que hablamos. Como recordarán, desde el descuido de Pandora recorren este mundo el dolor, la traición, la injusticia y mil otras lacras. Por suerte para ella –y de paso para todos  nosotros–, una vez liberados todos los males, en el fondo de la caja quedó agazapada la esperanza para ayudarnos a sobrellevar cualquier dificultad.

¿Y cómo andamos hoy en día de esperanza? El panorama no puede ser más desolador. La democracia lleva camino de convertirse en un simulacro: los líderes actuales, se mire donde se mire, dan pavor; hay en marcha guerras a cual más cruel, una en Oriente Medio, la otra en el mismo corazón de Europa; Putin amenaza con usar armas nucleares mientras que países como Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca instan a la población a estar preparadas para una guerra… Con tantos males sueltos ¿en qué oscuro repliegue de la caja de Pandora se esconde la esperanza? ¿No piensa venir en nuestro auxilio?

La esperanza no se oculta, espera. De hecho, esa es la etimología misma de la palabra, sperare, que significa ‘buscar’, ‘confiar’. Los creyentes confían y esperan en la ayuda divina,  pero ya sabemos que Dios está entre los pucheros; es decir, está con los que se afanan, con los que actúan. Como ha ocurrido en Valencia tras la dana. En las últimas semanas   hemos visto a la fe calzarse botas de goma y barrer las calles; hemos visto a la caridad volcarse como nunca con las víctimas, con gentes de toda España dando lo que pueden y hasta lo que no. Y por fin hemos visto a la esperanza planear por encima de la desgracia haciéndonos ver que somos un gran país y que de esta saldremos entre todos.

Sí, ya sé que los políticos de unos y otros estamentos no han estado a la altura. Sé también que ahora llega el momento de las recriminaciones, de las mezquindades, del ajuste de cuentas. Pero mientras los políticos juegan al «y tú más» y al «pío, pío, que yo no he sido», el pueblo ha demostrado estar muy por encima de ellos. Como lo hizo en otras situaciones igualmente terribles, la invasión napoleónica, por ejemplo, o la Guerra Civil. Porque en situaciones de esta índole es cuando las personas dan lo mejor de sí. También lo peor, puede argumentarse, y es verdad. Pero, al final, son meras notas a pie de página comparadas con la grandeza con la que se moviliza la inmensa mayoría.

¿Quiere eso decir que, como en el mito de Pandora, la esperanza aguarda para manifestarse solo cuando asolan  los peores males? No lo creo. Pienso que la esperanza está siempre ahí, si bien resplandece más en tiempos oscuros. Y lo mismo ocurre con la fe y con la caridad. Porque las tres, por encima de ser virtudes teologales, son herramientas con las que nos ha dotado la naturaleza. Herramientas para alcanzar no solo esa esquiva y muchas veces egoistona felicidad que tantos persiguen. También –o mejor dicho, sobre todo– para sentirnos útiles, necesarios, indispensables. O, lo que es lo mismo, humanos en el mejor –y más divino– sentido de la palabra.

 

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