Sánchez no quiere convertir 2025 en el «Año Franco». No nos equivoquemos. Quiere que el año que viene sea el de Sánchez como gran luchador antifranquista, enemigo natural de los «ultras», heredero de un PSOE que combatió como nadie contra el dictador y que fue el primero en exigir una democracia a Juan Carlos de Borbón y a los franquistas. Esto es una de las falsedades más arraigadas de la hegemonía cultural socialista que padecemos. Vamos con la historia de verdad.
El régimen del 18 de Julio, el de Franco, lo que no aguantaba era a los comunistas. No los soportaba por dos motivos. El más obvio es que era el enemigo perfecto porque encajaba con el discurso nacionalcatólico que justificaba el golpe del 36 y la Guerra Civil. Mantener vivo el miedo al «demonio rojo» de la hoz y el martillo, y reprimir cruelmente a sus seguidores daba sentido a la dictadura.
Además, la actividad del PCE fue violenta hasta 1956, cuando Carrillo inició la política de «reconciliación nacional». No lo hizo por patriotismo, sino por conveniencia y pragmatismo. Lean sus últimas memorias. La decisión de invadir España e iniciar otra guerra civil fue un fracaso, y el terrorismo que llevaron a cabo hasta entonces no fue efectivo. A partir de ahí el PCE adoptó una política inteligente: se introdujo en las entrañas del régimen, como era el mundo sindical; boicoteó la reproducción generacional del franquismo tomando la Universidad; y se ganó al mundo intelectual. El resultado fue que el PCE y CCOO fueron la única verdadera oposición a Franco.
¿Y el PSOE? Los dirigentes vivían muy bien en el exilio, lloriqueando a la Internacional Socialista, y soñando con la República tras la muerte de Franco. No hicieron nada. Tuvo que ser una nueva generación en Sevilla, Madrid, País Vasco y Asturias la que emprendió un plan para hacerse con el poder en el partido, que culminó el congreso de Suresnes en octubre de 1974. La nueva dirección no tenía militancia real en España, y se llevaba a matar con el PSOE histórico de Rodolfo Llopis y el Partido Socialista Popular del insufrible Tierno Galván. En ese Suresnes, además, decidieron competir con el PCE en radicalismo con dos resoluciones: socialismo autogestionario y derecho de autodeterminación.
El gran enemigo de todos era el PCE porque el eurocomunismo europeo, sobre todo en Italia y Francia, era poderoso y ponía en cuestión la democracia liberal. Esto hizo que el PSOE de González se convirtiera por distintos motivos en el querido por la Internacional Socialista, Estados Unidos, las democracias europeas y el régimen de Franco. Los socialdemócratas continentales, dirigidos por Willy Brandt, apoyaron al PSOE, y Kissinger lo consideró desde 1973 como la izquierda gubernamental en la futura España democrática. Estos dos apoyos fueron suficientes para condicionar el trato del Gobierno de Arias Navarro hacia los socialistas clandestinos.
«La tarea encomendada al PSOE era convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda»
Vamos con unos ejemplos. Después del asesinato de Carrero Blanco, el búnker se puso furioso. El estado de ánimo que hubo en las alturas del franquismo está contado en varias de las memorias de los protagonistas. Hubo quien pidió mano muy dura contra toda la izquierda, incluido el PSOE. Esto afectaba, entre otros, a Felipe González, cuyo pasaporte había sido visado en Castellana 3, sede entonces de la Presidencia del Gobierno, y a otros dirigentes socialistas y comunistas. Fue Torcuato Fernández Miranda, presidente interino por el asesinato de Carrero, el que puso protección policial a los líderes de la izquierda para que no sufrieran violencia. Está en las memorias de José Ignacio San Martín, jefe de inteligencia en la época.
La tarea encomendada al PSOE era convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. Para esto llevó a cabo una estrategia que combinaba el radicalismo y la movilización callejera, lo que le permitía competir con el PCE, y tender la mano a la democracia cristiana admitida por el régimen, como era el caso de Joaquín Ruiz-Giménez, que había sido ministro con Franco. A esto se añadía la buena sintonía que tuvieron en el tardofranquismo González y Manuel Fraga, que apostaba por la democracia desde los 60 y que veía en el PSOE al futuro Partido Laborista en turno con su Partido Conservador. En resumen: bulla extremista en la calle y una mano conciliadora a la derecha.
Ejemplo. El 26 de noviembre de 1974 la policía detuvo en el despacho del abogado Antonio García López a unos opositores a Franco que querían montar la Plataforma de Convergencia Democrática sin el PCE. Ahí estaban el ex falangista Dionisio Ridruejo, los socialistas Felipe González, Txiqui Benegas y Nicolas Redondo Urbieta, el nacionalista catalán Heribert Barrera, y un grupo de democristianos encabezados como Ajuriaguerra, Gil Robles hijo, y otros. Ruiz-Giménez y Fernando Álvarez Miranda se marcharon de la reunión momentos antes de que irrumpiera la policía. Luego se entregaron. El fiscal del Tribunal de Orden Público pidió 44 años de cárcel para cada uno. Unas advertencias europeas después, el Tribunal suspendió el caso aludiendo que iba a buscar nuevas pruebas, lo que nunca ocurrió.
El PSOE era la izquierda favorita del franquismo reformista para la transición a la democracia porque tenía el respaldo internacional y, además, servía para dividir a la izquierda compitiendo con el PCE. Enrique Múgica escribió en sus memorias: «Nos movíamos con bastante confianza y expresándonos con cierta desenvoltura», como algunos comunistas, en referencia a Tamames, y la «libertad de movimientos, dentro de la natural cautela, era notable».
«La publicidad fue fastuosa para el PSOE en un momento en el que Franco agonizaba y que se estaba jugando la hegemonía con el PCE»
Faltaba calle, es decir, dar la sensación de que el régimen los odiaba y los reprimía. Así se ideó el homenaje a Pablo Iglesias en el cementerio civil el 1 de mayo de 1975. El PSOE llevó a su tropa con pancartas, y el régimen desplegó una desproporcionada fuerza de policías a pie y a caballo, con helicópteros y los Guerrilleros de Cristo Rey, que eran terroristas amparados por Interior. La idea era dar la sensación de conflicto civil y montar el espectáculo para los medios.
La publicidad fue fastuosa para el PSOE en un momento en el que Franco agonizaba y que se estaba jugando la hegemonía con el PCE. Las imágenes mostraban a unos pacíficos socialistas aporreados por franquistas. Paco Bustelo, socialista madrileño, cuenta en sus memorias que fue enorme «la publicidad que nos deparaba el hecho de que medio centenar de socialistas fueran detenidos y el que un par de docenas pasáramos una temporada en la cárcel por unos comportamientos tan pacíficos».
La dirección del PSOE en 1975 consideraba que si eran necesarios para el cambio, serían protagonistas. Esto pasaba por un distanciamiento tanto del PCE como del búnker, y ponerse a disposición de los reformistas del franquismo para la transición dialogada. Esta posición convirtió al PSOE en la fórmula favorita de la socialdemocracia europea y de los reformistas del régimen de Franco. Por eso nadie puso como condición para la Transición pacífica que no se legalizara al PSOE, como sí ocurrió con el PCE. La historia, en su sitio.