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Azúa: Todo lo que sube, baja

Todo lo que sube, baja

‘Saqueo de Roma por los bárbaros’, Óleo por Karl Bruillov, siglo XIX. | Wikimedia Commons

 

Si no recuerdo mal fue W. Benjamin en algún artículo que ya no sabría encontrar quien dijo que los periodos históricos de decadencia son tanto o más interesantes que los de emergencia y victoria. Como es lógico, aquellos que viven una decadencia rara vez son conscientes de la misma, como sucedió en Roma, cuya decadencia duró siglos. Los decadentes no sabían que lo eran.

En cambio, nuestro tiempo es perfectamente consciente de que Europa está en plena decadencia. Los actuales europeos saben que son decadentes y eso es muy raro. Así, por ejemplo, basta recorrer tres o cuatro diarios, ver algunos canales televisivos, oír algunas emisoras, en fin, auscultar la opinión pública mayoritaria, para percatarse de que la atmósfera de decadencia es ahora un lugar común.

Las causas de esa opinión (no de la decadencia, ojo, sino de la emoción decadentista) suelen ser variadas, pero casi todas se obcecan en el avance imparable de la extrema derecha y el cataclismo de los partidos liberales y socialistas. Tomado el mando ya en Austria e Italia, al borde de tomar el poder en Alemania y Francia, también en Bélgica y Holanda si alguna vez no lo tuvieron, los partidos de extrema derecha o ultranacionalistas parecen estar llamados a dominar el continente.

Me parece indudable que el desatinado triunfo de Trump no hará sino impulsar aún más la tendencia, pero lo curioso es que nadie se atribuye o se culpabiliza por este ascenso. Las fuerzas políticas tradicionales sólo trabajan por mantener su feudo, apartando a los extremistas mediante esa práctica (ya de por sí extremista) que llaman «el cinturón sanitario». A nadie se le ocurre que los causantes de ese ascenso sean los partidos tradicionales, solemnemente adormecidos en sus privilegios, y muy en especial los grupos de ultraizquierda incrustados en los gobiernos débiles, los cuales parecen tener permiso para imponer las políticas más irracionales en todas partes.

Las verdaderas causas de nuestra decadencia, si la hay, tardaremos mucho en conocerlas. Una de las mejores cabezas de la Europa clásica, Max Weber, en sus trabajos sobre la decadencia antigua, llegó a la conclusión de que dos causas realmente sorprendentes habían acabado con el Imperio: por un lado, la abolición de la esclavitud, y por otro la pérdida del poder de las ciudades.

«Ha desaparecido el poder territorial y ha sido sustituido por un poder feudal global y técnico en unas pocas manos»

Según Weber, el traslado del impulso económico de las ciudades al campo, con la formación de enormes latifundios, fue el comienzo de lo que ya en la Edad Media serían los sistemas feudales y el origen de las naciones. La abolición de la esclavitud, a su vez, obligó a la recluta de gentes llamadas «bárbaras» (es decir, galos, germanos, merovingios, etc.) para cubrir las enormes necesidades de los ejércitos imperiales y sus kilométricas fronteras. Estas dos palancas ya habían hecho del Imperio un ensayo que anunciaba el futuro feudalismo en la edad media europea. Hay un buen resumen de este Max Weber en Fundamentos sociales de la decadencia de la cultura antigua (KRK).

En el caso europeo parece bastante trasladable, de un lado, la desaparición del proletariado industrial, y de otro la electrónica que ha destruido cualquier poder que no sea el de las gigantescas compañías tecnológicas. Es decir, que ha desaparecido el poder territorial y ha sido sustituido por un poder feudal global y técnico en unas pocas manos. Si a eso se une la descerebrada política de la izquierda y la pasividad suicida de los conservadores, ¿a alguien puede extrañar el triunfo de la extrema derecha? Recuerden que la decadencia del Imperio romano supuso, desde luego, el crecimiento y la toma del poder del cristianismo. Se necesitaban el uno al otro.

Lo que el periodismo suele llamar «extrema derecha» tiene, sin duda, similitudes con lo que supuso el cristianismo a partir del siglo V, ya destruida la Roma europea y superviviente sólo en Bizancio, la nueva Roma de Oriente. El cristianismo fue una ideología de refugio basada en el populismo y el resentimiento que prometía la salvación de los pobres, de los enfermos, de los débiles y de los pecadores, pero sobre todo el hundimiento y la humillación de los paganos.

Es similar a la promesa de «hacer grande a América de nuevo» que tantos débiles, pecadores y enfermos han creído, aunque viniera de un personaje absurdo como Trump, en cuyo gobierno hará de San Pablo electrónico el caótico Elon Musk. Nos espera mucha decadencia, mientras en España la izquierda se rinde al fúnebre culto de Franco.

 

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