Jorge Vilches: Nos ha tocado el déspota
«Las tres patas del proyecto sanchista son la colonización espuria del Estado, la creación de un relato sobre un enemigo imaginario y legislar en beneficio propio»
Ilustración de Alejandra Svriz.
La citación del Tribunal Supremo a García Ortiz, el fiscal general del sanchismo, nos abre una puerta a la esperanza. Esa confianza se basa en que la noticia demuestra que todavía hay instituciones capaces de impedir que se instale en España una democracia iliberal, que siempre va ligada a una cleptocracia. No hay otra definición porque si un partido en el poder quiere limitar la acusación popular y controlar el poder judicial es que no alberga nada bueno.
Solamente allí donde el político teme a la ley y a los jueces hay democracia. Aquí, Sánchez pretende quitarse el miedo de encima, y eso es un riesgo para nuestro sistema político, y también un intento soez de tapar delitos e irregularidades cometidos por su entorno familiar y laboral. No es solo por la conocida como ley Begoña, sino por su trayectoria desde que llegó al poder en 2018. Las tres patas de ese proyecto sanchista son la colonización espuria del Estado, la creación de un relato sobre un enemigo imaginario peligrosísimo como la extrema derecha, y legislar en beneficio propio y bajo el chantaje de sus aliados, no del bien común.
Tampoco es que España sea un país maldito. En toda historia de las democracias siempre aparece un político con tentaciones despóticas. Nos ha tocado ahora, con Pedro Sánchez. La aparición de este tipo de personaje ha dependido de factores cuya convergencia crea la situación propicia para el surgimiento de un aspirante a Caudillo. Esa concurrencia ha tenido lugar en España como resultado del fiasco a las soluciones planteadas por la crisis que arrastramos desde 2011.
A partir de ese año apareció la desafección al espíritu de la democracia con la irrupción de los populismos negativos. Las fórmulas que salieron de esa crisis planteaban a los españoles que la solución era deshacer lo hecho y comenzar otra cosa. ¿Qué cosa? Daba igual. Fue el momento de éxtasis del pensamiento mágico y del utopismo, que generó la idea general de que lo que había funcionado desde 1978 ya no valía para nada.
Entonces se generalizó de forma irresponsable desde una virtud impostada, con un adanismo infantil que sirvió para denostar la política y las instituciones desde el Rey hasta el último cargo público. Rentaba vender el derribo de lo existente y soñar con un partido-cirujano de hierro capaz de moldear el paraíso que merecíamos apartando a los otros. En ese ambiente surgió Pedro Sánchez, que fue más listo que el resto.
«La polarización se convirtió en la coartada de la mala política, útil para desmontar por la puerta de atrás el orden constitucional»
La polarización se convirtió en la coartada de la mala política, útil incluso para desmontar por la puerta de atrás el orden constitucional. Con el adversario no se podía hacer nada porque era el enemigo, el obstáculo para el progreso, la parte contaminante de una sociedad que había que regenerar. Este relato creó el nuevo paradigma: todo vale para gobernar, porque gobernar es la salvación. Así es como mueren las democracias y llega el autoritarismo. Lo cuenta la Historia. Y en el pack viene la cleptocracia de esos gobernantes, por lo que se afanan en asaltar el Estado y cambiar la ley para ser impunes. Esto es lo que nos ha llevado a la situación actual con Pedro Sánchez, el mayor peligro que ha vivido la democracia desde 1978.
Ahora bien, en la historia de los sistemas representativos, el déspota fracasa si se producen dos hechos simultáneos. El primero es la solidez institucional; especialmente del poder judicial, toda vez que las Cortes son una prolongación del Ejecutivo y no sirven para fiscalizar. De ahí que el tercer poder tenga que ser en todo caso y circunstancia independiente. Si la derecha no ha asimilado ahora esta lección con Sánchez no la va a aprender nunca.
El segundo hecho que hace fracasar el plan despótico es una reacción sensata y responsable de la mayoría de la población para salvaguardar la libertad. No veo que hoy la ciudadanía sea consciente del peligro. Se vio en las elecciones pasadas y se adivina para las próximas. Mientras el déspota avanza, una buena parte de los españoles contempla el paso de las tropas sanchistas como los parisinos vieron desfilar a los nazis en el París de junio de 1940.
Sin ir a más, es preciso esperar sin desesperar, vivir sin cerrar los ojos, criticar sin miedo mientras se pueda, y considerar que nos ha tocado ahora a nosotros resistir al déspota para mantener eso que conocemos como democracia. La historia es así de puñetera.