Otros temas

Juan Gabriel Vásquez y la tristeza de Feliza Bursztyn

 

En su nueva novela, Los nombres de Feliza, Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) nos lleva al mundo de Feliza Bursztyn, a conocer el misterio de su vida, con ese conocimiento “ambiguo, impreciso e irónico” que, como ha escrito en otro lugar, nos trae siempre la ficción; nos adentramos, con él, en la verdad profunda de una artista fuera de lo común, y es que, como recuerda en este libro citando un pasaje de Proust, el talento de los escritores más grandes, y Vásquez lo es, nos permite percibir a los personajes no solo mediante los sentidos, como a las personas reales, sino a través del alma.

Morir de tristeza

Con Feliza Bursztyn ya nos habíamos encontrado los lectores de Vásquez. Fue en su novela Las reputaciones. Javier Mallarino, el protagonista, la había dibujado en una de sus muy influyentes caricaturas poco después de que la “escultora bogotana famosa por trabajar con chatarra, hubiera sido acusada de actividades subversivas, recluida en las caballerizas del Ejército, manoseada y humillada y forzada más tarde a marcharse al exilio”.

Esas líneas nos decían mucho de aquella artista singular y polémica, pero no sabíamos entonces que ya en aquel tiempo Juan Gabriel Vásquez estaba interesado en ella, lo estaba desde que, en un momento difícil de su vida, leyó una columna de Gabriel García Márquez en la que contaba que Feliza había muerto de tristeza poco después de sentarse a cenar en un restaurante de París “frente a cinco personas que la querían”, entre ellas, el autor de El coronel no tiene quien le escriba.

“Murió de tristeza” Feliza Bursztyn, pero ¿por qué de tristeza? Vásquez ha dedicado muchos años y su libro a tratar de entender la naturaleza de esa dolencia silenciosa, y a buscar una respuesta. Iremos acercándonos a Feliza, a su familia de judíos polacos y a su abuelo ahorcado por los nazis, a una vida marcada por su vocación y un deseo irrefrenable de libertad, también por la tragedia y el azar y por el “vacío irremediable” que le causó la separación de sus hijas, una sensación desgarradora que puede recordar a la que siente, en circunstancias similares, Alissa, también artista, en Lecciones, la novela de Ian McEwan.

En el libro de Vásquez encontramos una interpretación de la vida de Feliza Bursztyn, y también, algo habitual en su obra, como son los apuntes autobiográficos y las referencias más o menos veladas a otras novelas suyas, una reflexión sobre el lugar de la ficción en este tiempo y la naturaleza de su oficio. Además, una mirada privilegiada a la atmósfera moral y política de una época y de un país, y a unas ciudades (en primer plano, Bogotá y París) fundamentales en la vida de aquella mujer, y también, y no es baladí, en la de Juan Gabriel Vásquez.

La memoria y la historia

El autor despliega con brillantez la fórmula narrativa que ha seguido a partir de su novela Los informantes. En aquel momento decidió romper “con todas las convicciones que hasta entonces había tenido” y “empezar una nueva vida en un nuevo país, empezar por segunda vez a ser escritor”, después de dos novelas (Persona y Alina suplicante) que le habían dejado una sensación de desorientación y de fracaso.

En esta nueva etapa fueron llegando los cuentos deCanciones para el incendio, los poemas de Cuaderno de septiembre, y sus imprescindibles libros de ensayos políticos y literarios, y también otras novelas, entre ellas La forma de las ruinasla que tiene mayor carga autobiográfica, y la aclamadaVolver la vista atrás, novelas que, como en el resto de las que ido publicando desde entonces, se construyen fundamentalmente a partir de la memoria y el peso de la historia.

Juan Gabriel Vásquez.

La memoria, ha recordado citando a W.G. Sebald, de su misma familia literaria, es la espina dorsal moral de la literatura, y solo a través de ella, a menudo –como en su libro sobre Feliza– de la memoria ajena, con la imaginación y la experiencia, podemos tratar de entender el pasado. En esta novela, Vásquez nos muestra cómo la historia irrumpe vertiginosa en la vida de los personajes y es que, como decía en uno de los textos de La traducción del mundo, su “obsesión principal” como novelista es “contar el escenario en que las fuerzas invisibles de la historia chocan con nuestras historias íntimas, las invaden sin misericordia y las trastornan para siempre”.

Entre las grandes tensiones políticas y sociales late el dolor de la gente corriente, porque el dolor “no tiene historia (…). no tiene compromisos políticos (…), lo borra todo”. Y queda también la soledad, porque “vivimos igual que soñamos: solos”, como escribió en su inolvidableEl ruido de las cosas al caerevocando a su admirado Conrad, pudo escribirlo pensando en Maya, uno de los personajes de aquella novela, o también en la Eloísa de suHistoria secreta de Costaguana, y pudo haberlo escrito pensando en la vida y muerte de Feliza Bursztyn.

Iluminar una verdad

Vásquez revela en su libro el proceso de elaboración de la novela, tal como la va escribiendo, cómo llegaron y crecieron sus obsesiones y rituales. A partir de su imaginación y de los testimonios de quienes conocieron y amaron a Feliza, nos cuenta “el mundo desde sus ojos” (desde los ojos de esa mujer de leyenda) dando sustancia y sentido a los recuerdos y a una vida, tan improbable como trágica y fascinante, que acabó con solo 48 años un viernes de enero de 1982 en un restaurante ruso de París.

Logra, desde las primeras páginas, que nos interese todo lo que leemos, que sintamos que aquello nos concierne, no solo los hechos de la vida y las razones de la muerte de una escultora insobornable de nombre difícil, también la voluntad del autor de indagar durante años en zonas de sombra y de incertidumbre para intentar la reconstrucción de un pasado antes de que se pierda para siempre.

Al terminar de leer esta novela podemos sentir esa amargura a la que se refería Sebald en Austerlitz “al pensar lo poco que podemos retener, cuántas cosas y cuánto caen continuamente en el olvido al extinguirse cada vida, cómo el mundo, por decirlo así, se vacía a sí mismo (…)”, y es que, como escribe Vásquez en las páginas finales de Los nombres de Feliza, “hay verdades que desaparecen con quien muere (…). Ocurren en un territorio de nuestra conciencia que no es accesible (…) y no hay nada que podamos hacer para visitarlo”.

Juan Gabriel Vásquez es, además de un reconocido intelectual público, un narrador excepcional, uno de los más grandes talentos literarios de este tiempo, y su nueva y esperada novela lo confirma. Está convencido, y contagia ese convencimiento, de que “la mayor parte de nuestras vidas tiene lugar en zonas de penumbra” y de que la literatura es una forma irremplazable de conocimiento que permite iluminar una verdad.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba