Una homilía para la historia
La Reverendísima Mariann Edgar Budde, Obispa de la Diócesis Episcopal de Washington, ha puesto la nota discordante en las festividades de entronización presidencial de Donald J. Trump, con una homilía que, aunque probablemente no hará mella en la conducta del mandatario reelecto, sí quedará como una sublime pieza oratoria por su elaboración y su valeroso contenido.
Palabras evocadoras, por cierto, de otras ejemplares, pronunciadas el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca por su Rector, don Miguel de Unamuno, en un Paraninfo tomado por las fuerzas insurrectas de Francisco Franco que con natural indignación recibieron la condena lapidaria del ilustre académico, que por un pelo se salvó del linchamiento.
Y es que se requerían cojones para enrostrarle a un bárbaro como el general Milán-Astray que la Cruzada fascista nunca convencería, aunque venciera, porque tenía sobrada fuerza bruta, pero convencer significaba persuadir y, para eso, carecían de dos elementos fundamentales; la razón y el derecho.
La misma entereza con que, ahora, en el augusto recinto de la catedral capitalina – con la sabiduría de quien vio pasar dieciocho de sus 65 años en el Rectorado de la Iglesia Episcopal de San Juan en Minneapolis antes de ascender a la máxima jefatura religiosa de los Estados Unidos- bordó la señora Budde un discurso magistral, impecable en su inspiración evangélica y con el lenguaje y la entonación justas para sobreponerse a la ira de la trouppe oficial, estupefacta ante tamaño atrevimiento.
Con mesura y dignidad, imploró gracia para las familias amenazadas de deportación y ayudar a los fugitivos de guerras y persecuciones dictatoriales que buscan refugio en esa gran nación; puso énfasis en la contribución de inmigrantes que no son criminales en su inmensa mayoría sino buenos vecinos que pagan impuestos y fieles seguidores de todas los credos y religiones y solicitó caridad para los extranjeros, recordando que alguna vez también ellos lo fueron en esta tierra.
Cierto es que una mala vibra existe entre ambas personalidades, desde que la religiosa opinase en 2020 contra la intervención de Trump, armado de una Biblia justificando la represión de una manifestación pacífica por la muerte de un negro asesinado por la policía; que llegó días después a plantear en una entrevista televisiva el reemplazo del presidente y ahora ha justificado su actitud por la responsabilidad de rezar con la nación por la unidad, respetando el honor y la dignidad de cada ser humano con la humildad y honestidad “que exigen un cierto grado de piedad, compasión y comprensión”.
Unidad, precisó, que no es partidista ni sinónimo de conformidad ni de la victoria de unos sobre otros, ni fatigada amabilidad ni pasividad fruto del cansancio sino una forma de vivir juntos, respetando las diferencias y, sobre todo, a los más vulnerables, los transgéneros hijos de padres de cualquier color político o independientes y las gentes que recogen las cosechas, asean las oficinas, limpian platos en los restaurantes y hacen las guardias nocturnas en los hospitales; que ahora, advirtió, tienen miedo.
En síntesis, una estupenda lección de una distinguida intelectual, historiadora egresada de la Universidad de Rochester, graduada magna cum laude y doctorada en el Seminario Teológico de Virginia, que ha defendido en tres libros sus concepciones religiosas y filosóficas y lamentablemente recibió apenas el sarcástico comentario de un líder que mucho hubiera aprendido de las máximas de convivialidad y buenas costumbres que Benjamín Franklin difundía año tras año en los populares almanaques del Pequeño Ricardito.
Varsovia, enero de 2025