Democracia y Política

El dilema de Dilma. Brasil, agotamiento en el paraíso de las paradojas

Aquí verían su inocencia
esos que todo lo saben
José Hernández

Muchos brasileños suelen definir a su país como el paraíso de las paradojas. Durante los últimos años, mientras Brasil aparecía en un nefasto puesto en los principales indicadores internacionales de productividad, competitividad y educación, la vida de los brasileños parecía haber mejorado. Desde 2003, una parte del segmento más pobre de la población, cerca de 40 millones de personas, salió de la pobreza y ascendió a la clase media en gran medida gracias a las políticas de distribución de renta y aumento del salario mínimo aplicadas durante los gobiernos de centro-izquierda de Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2014), reelegida el pasado octubre para cuatro años más de mandato.

En el periodo comprendido entre 2003 y 2014, el parque de vehículos pasó de 35 millones a 82 millones de unidades, el número de estudiantes universitarios creció más de 80%, el volumen de pasajeros transportados aumentó en más del 200% y el crecimiento de la televisión por suscripción llegó al 500%. Mientras tanto, los aeropuertos brasileños se sitúan entre los peores del mundo, mandar un cargamento de soja desde Mato Grosso a Santos cuesta más caro que enviarlo desde Brasil a China y es más barato comprar en México un coche producido en Brasil que en cualquier concesionario brasileño.

De puertas adentro los consumidores brasileños festejaban los años de bonanza económica con televisores de plasma, portátiles y smartphones. Mientras, en las calles, los atascos de tráfico, crónica de las grandes ciudades, el pésimo servicio en hospitales públicos, la mala calidad de las escuelas públicas y la violencia desenfrenada (más de 50.000 muertes al año) parecen burlarse de la carga tributaria (36 % del PIB), la más grande entre los países emergentes.

Esta mezcla estrambótica de distribución de los ingresos con un Estado y unas infraestructuras ineficientes y costosas marcaron los gobiernos del Partido de los Trabajadores (2003-2014), y generaron resultados contradictorios. En el campo económico hubo un significativo crecimiento hasta el 2010 (de media un 4% al año entre 2003-2010), hecho notable si se tiene en cuenta la crisis mundial del 2008. Sin embargo, este crecimiento estuvo vinculado, internacionalmente, a una situación marcada por la alta demanda del precio de los productos brasileños, y supuso un enorme crecimiento en el consumo de los hogares. Más allá de eso, la participación del sector industrial en el PIB brasileño se desplomó desde el 19% en 2004 al 13% en 2013. Ahora, en un escenario internacional caracterizado por los bajos precios de los productos propios y estando las familias brasileñas endeudadas, el país creció sólo 2,3% en 2013 y estiman que no crecerá más del 0,5 por ciento este año.

Sea como fuere, las dificultades de la economía no se han sentido todavía al nivel de desempleo, que continúa bordeando una tasa del 5%, aunque este indicador debe ser visto con cierta cautela dada la metodología utilizada para medirlo: en Brasil se consideran desempleados a ciudadanos que buscan trabajo y no lo encuentran. Esto condujo a la paradójica situación registrada en la última encuesta de desempleo, en la cual tanto el desempleo y el número de empleos disminuyeron al mismo tiempo, dado que el número de personas que dejaron de buscar trabajo fue mayor que el de los despidos.

A este panorama interno de agotamiento y fatiga se deben añadir los escándalos de corrupción, un auténtico culebrón para los medios. De hecho, las de octubre fueron las elecciones más caras de la historia brasileña. Fueron unos comicios en los que apenas se habló del rumbo que debía tomar el país. Se dedicó la mayor parte del tiempo a enjuiciar el pasado pasado. Esta estrafalaria fiesta de la democracia terminó con la vitoria de Dilma Rousseff por un ajustadísimo margen sobre Aécio Neves, candidato de la oposición, por tan sólo tres millones de votos, en un país en el que tenían derecho de sufragio más de 130 millones de ciudadanos. A primera vista, esos números parecen indicar un país dividido, pero el análisis del proceso electoral nos conducirá a otra conclusión.

Unos comicios demasiado revueltos

I do not call one great and one smaller,
That which fills its period and place is equal to any
Walt Whitman

Era de esperar que las recientes elecciones se hubieran centrado en debatir a fondo acerca de la dirección que debía tomar el país y de las reformas que había que hacer para romper la actual situación de estancamiento. Sobre todo teniendo que hacer frente a un complicado entorno internacional y al agotamiento del modelo de desarrollo económico

Era de esperar, pero ocurrió lo contrario.

La mayor controversia de la primera vuelta llegó cuando dos candidatos, la suma de cuyos votos no alcanzó el 3%, se enzarzaron en un debate sobre la familia y la homosexualidad. Luciana Genro, candidata de un partido de izquierda (el sol), preguntó a Levy Fidelix, candidato de la derecha (el PRTB), por qué la gente “que defiende tanto la familia se niega a ver cómo familia a una pareja del mismo sexo”. La respuesta de Fidelix fue bastante confusa al vincular la homosexualidad con la pedofilia, argumentando entre otros improperios que “con el sistema excretor no se puede reproducir” y que los homosexuales deben ser “ayudados en un nivel psicológico y afectivo, pero lejos de aquí”. Estas declaraciones generaron una ola de protestas en las redes sociales y manifestaciones, además de suscitar una avalancha de críticas entre los demás candidatos.

En la segunda vuelta, Dilma Rousseff, candidata del Partido de los Trabajadores, y Aécio Neves, candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), compararon los gobiernos del PT (2003–2014) y del PSDB (1995–2002), y protagonizaron un duro intercambio de acusaciones; sobre el futuro, tan sólo propuestas vagas y casi iguales. Por lo tanto, para entender lo que pasó, tendremos que echar la vista atrás y hablar del período que precedió a la “ascensión en el atasco”, el periodo a cargo del PT. Fue en esta etapa cuando el partido de Aécio Neves gobernó Brasil con los dos mandatos de Fernando Henrique Cardoso (1995–2002). FHC, como se le conoce en Brasil, fue transformado por Dilma en una especie de polemista oculto, casi un fantasma, repitiendo así la táctica empleada con éxito por el Partido de los Trabajadores en 2002, 2006 y 2010, cuando los candidatos del PT ganaban, siempre en segunda ronda, a los candidatos del PSDB.

Fernando Henrique Cardoso ya era un intelectual internacionalmente conocido antes de empezar su carrera política. En 1969 escribió junto a Enzo Faletto el clásico Dependencia y desarrollo en América Latina, libro que muchos consideran su ópera prima. En 1985 FHC concurrió a la alcaldía de São Paulo, la ciudad más grande y poblada de Brasil. Cardoso, cuyo adversario era el legendario político Jânio Quadros, lideraba las encuestas y aceptó posar para fotos sentado en la silla del alcalde. Al final le ganó Quadros, que, enojado con la actitud de Cardoso, llevó a la sesión fotográfica una lata de insecticida con la que desinfectó la silla en presencia de los periodistas, ya que “nalgas indebidas” la habían usado. Unos años después, entre 1993–1994, Cardoso se convirtió en ministro de Finanzas. Fue uno de los responsables por la creación del exitoso Plan Real, un plan de estabilización monetaria que redujo la inflación y lanzó una nueva moneda, el real. Elegido presidente en 1994, Cardoso gobernó hasta el 2002, ya que logró la reelección en 1998 después de que el Congreso aprobara, bajo sospecha de corrupción y compra de votos, la enmienda que permitió la reelección. En su gobierno se introdujo una triada de política económica en Brasil, compuesta por un régimen de objetivos de inflación, metas fiscales y cambio fluctuante. Sus dos mandatos estuvieron marcados por la doctrina neoliberal, caracterizándose por privatizaciones, ajustes salariales, altas tasas de desempleo, bajo crecimiento del PIB (media anual del 2,3%), además de escándalos de corrupción y crisis energética (conocida como “la crisis del apagón”). Aécio Neves, que nació en el seno de una familia tradicional, ligada a la política, fue líder del PSDB en la Cámara de Diputados (que llegó a presidir entre 2001 y 2002, durante parte del gobierno de Cardoso). En oposición al gobierno de FHC, destacaba el Partido de los Trabajadores (PT), siempre dispuesto a votar en contra de la subida de impuestos y a proponer un salario mínimo más elevado que el propuesto por el gobierno, además de esgrimir acusaciones de corrupción.

Fernando Henrique Cardoso entregó la banda presidencial al ex obrero metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva el 1 de enero de 2003 bajo el aplauso entusiasta de miles de simpatizantes en las inmediaciones del palacio presidencial en Brasilia. Ese mismo día, Aécio Neves se alzaba como gobernador del estado de Minas Gerais. Lula puso en marcha una política de distribución de los ingresos a través de programas como la Bolsa de Familia y de aumento del salario mínimo. Sin embargo, no abandonó el “trípode de la política económica”, y buscó complacer a los “de arriba” (los bancos obtuvieron durante su mandato los mayores beneficios de la historia hasta esa fecha). La economía, impulsada por los nuevos consumidores, y un entorno internacional favorable, creció, invirtiendo el famoso lema del economista brasileño Delfim Netto, que decía que era preciso hacer crecer el pastel antes de repartirlo. Durante los gobiernos de Lula, el presidente se vio salpicado por un gran escándalo de corrupción conocido como mensalão (“gran asignación mensual”), que sin embargo no hizo que se resquebrajara su elevada popularidad. En contraposición, siempre aparecía un PSDB dispuesto a votar en contra de los impuestos y reclamar un salario mínimo más elevado que el propuesto por el gobierno, además de hacer hincapié en las acusaciones de corrupción, repitiendo el comportamiento del PT durante los años de Cardoso.

Cuando Lula escogió a Dilma Rousseff como candidata a sucederle a muchos les pareció una apuesta arriesgada. Rousseff, una ex guerrillera que había pasado tres años en prisión por su lucha contra la dictadura militar (1964–1985), había sido una ministra fuerte en su gobierno (ocupó la cartera de Minas y Energía, y la de la Casa Civil), pero no había disputado antes ningún proceso electoral. Además, por su falta de carisma, Rousseff llegó a ser comparada por la prensa del país con un poste. De puertas adentro se decía que era autoritaria y exigente. De cualquier manera, con la economía creciendo a un ritmo del 7,5% en 2010, y respaldada por uno de los presidentes más populares en la historia de Brasil, Dilma Rousseff no tuvo problemas para ser elegida. La victoria llegó en la segunda vuelta ante José Serra, el candidato del PSDB. Por su parte, Aécio Neves terminaba su segundo mandato como gobernador de Minas Gerais y era elegido senador por este estado.

Durante el gobierno de Rousseff (2011–2014), el modelo económico empezó a mostrar signos de agotamiento. La estructura era cara y costosa, el llamado “infierno fiscal”, término acuñado por el escritor y humorista Millôr Fernandes para describir un laberinto casi indescifrable de regulaciones y tasas. Además los cambios en la escena internacional, ahora marcada por la caída de los precios de los productos nacionales, y el endeudamiento de las familias brasileñas, que habían impulsado el crecimiento de la era Lula con su consumo, dejaron exhausto el modelo. Si añadimos a eso una tasa de inflación que superaba el 6,5% , un bajo índice de desempleo y un gran escándalo de corrupción (el petrolão), tendremos el cuadro del fin del gobierno Dilma Rousseff.

El desafío envenenado de 2014

Ahora podemos volver a los convulsos debates de la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales. La gravedad de los problemas económicos, que llevó el periodista Arnaldo Jabor a afirmar que quien venciera los comicios se arrepentiría de haber concurrido, parecía, como hemos dicho, favorecer reflexiones profundas y un intenso intercambio de propuestas. Por un lado, Aécio Neves: buen orador, de buen aspecto, bien vestido; por sus gestos firmes y medidos, se notaba que Neves sabía dominar la parte teatral del juego. Por otra parte, una Dilma Rousseff que no puede ocultar su irritación cuando el oponente habla, y a la que se le adjudica la creación de un nuevo lenguaje, el dilmés, que es el modo enrevesado, con frases entrecortadas y un aluvión de números, que muchas veces caracteriza la oratoria de la presidenta, y que no se manifiesta solo en los debates, sino también en discursos y entrevistas, En eso, Rousseff a veces llega a parecerse a Mynheer Peeperkorn, personaje de La montaña mágica, la novela de Thomas Mann.

Las principales acusaciones de Dilma Rousseff contra su adversario fueron: 1. Cuando era gobernador, Neves construyó un aeropuerto en terrenos agrícolas que pertenecían a su familia; 2. El índice de criminalidad aumentó en Minas Gerais durante su la administración; 3. La tasa de desempleo es actualmente menos de la mitad de la que era durante el gobierno de FHC; 4. El PSDB no sabe gobernar –prueba de ello fue la “crisis del apagón” durante el gobierno de Cardoso y la actual crisis del agua en el estado de São Paulo (estado más rico de Brasil, gobernado por el PSDB desde hace 20 años) –; 5.Yo le gané a Aécio Neves en Minas Gerais en la primera vuelta de los comicios.

Aécio Neves no se quedó atrás: 1. El hermano de Rousseff trabajó en una prefectura dirigida por el PT; 2. Yo he mejorado la educación en Minas Gerais; 3. Los gobiernos del PT son focos de corrupción y son incompetentes; 4. El legado del presidente Fernando Henrique Cardoso fue la estabilización de la economía y, por lo tanto, su gobierno fue positivo; 5. Los programas sociales aplicados por el PT fueran inspirados en programas del gobierno FHC.

Aparte de estas acusaciones, Dilma y Aécio manifestaron que iban a mantener los programas sociales, seguirían luchando contra la inflación con una reforma fiscal, una reforma política, se invertiría en infraestructura, educación, salud, seguridad, etcétera. Quizás se podría resumir todo esto en las frases que aparecieron en el primero de los debates de la segunda ronda:

Aécio Neves: La impresión que tengo, candidata, es que tenemos aquí dos candidatos de la oposición. No tenemos un candidato que dé la continuidad. Quien ve su campaña piensa que la señora no gobernó Brasil en los últimos años. Siento que no haya hecho durante su mandato lo que pretende hacer ahora.

Dilma Rousseff: Quien analice sus propuestas pensará que usted es un candidato de continuidad, porque las únicas propuestas sociales que usted presenta son la continuación de mis proyectos.

El periodista Gaspari señaló otro punto extraño en estos debates: Dilma Rousseff parecía estar compitiendo, en las elecciones para el gobierno de Minas Gerais, con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, ya que a lo que dedicó más tiempo fue a Minas Gerais y al gobierno de Cardoso. El clima exaltado de los debates televisivos generó ruidosas manifestaciones de los seguidores presentes en los estudios de televisión. Carlos Nascimento, que hizo de moderador en uno de esos debates, pidió silencio al auditorio, ya que aquello “era un debate entre candidatos a la presidencia de la República, no un programa en un auditorio”. Quizá podría haber dicho lo mismo a los internautas que hicieron de las redes sociales el escenario de una guerra de acusaciones, rumores, números, imágenes manipuladas y eslóganes repetidos hasta la saciedad. Tanto Rousseff como Neves contaron con apoyos un tanto extremos, pero la mayoría de la población no se involucró demasiado. Esta guerra ha servido para alimentar muchas tiras cómicas en los periódicos de cabecera y muchos humoristas han llegado a generar una cantidad inimaginable de memes (caricaturas que expresan emociones simples) en internet.

Los que buscaban defender cada candidatura de manera racional descubrieron una táctica argumentativa que tenía poco que ver con la calidad de las ideas propuestas: esto es mejor porque el otro candidato realmente no lo hace. Tomemos por ejemplo la prestigiosa publicación británica The Economist. En un artículo sugestivamente titulado ‘¿Por qué Brasil necesita un cambio?’ se dedica uno de los diez párrafos a las credenciales y las propuestas de Aécio Neves. Casi todas ellas habían sido esgrimidas también por Dilma Rousseff; un artículo crítico con el gobierno Rousseff que informaba de los inconvenientes de la campaña electoral y los problemas económicos del país.

Evidentemente había diferencias entre algunas de las propuestas de Dilma y de Aécio, pero eran pequeños detalles antes de los comicios, y tenían poca importancia para la mayor parte del electorado. Por eso, quizá, se enfatizó poco en ellas a lo largo de la campaña. Los candidatos se centraron más en la destrucción del oponente como persona y como gestor público. Las diferencias más notables se encontraron en la defensa, por parte de Aécio, de una política exterior diferente, la reducción en el número de ministerios y un cambio en la mayoría de edad penal para los delitos graves, que bajaría de los 18 años a los 16.

Al final votaron mayoritariamente a Dilma Rousseff las personas que se beneficiaron de los programas sociales (no sólo de la Bolsa de Família, sino también los conocidos como Minha casa, minha vida (Mi casa, mi vida) o ProUni (universidad para todos) entre otros), de los aumentos del salario mínimo, y los que temían la vuelta de las duras políticas del gobierno de Cardoso. Aécio Neves, por su parte, se granjeó el voto de los más ricos e instruídos: algunos de ellos porque creían que pondría en marcha las reformas estructurales y adoptaría un nuevo modelo de desarrollo económico, otros porque ansiaban un modelo idílico que “acabara” con la corrupción, y un último sector, el de los que se sentían incómodos con los “nuevos pasajeros” (aquellos que habían hecho que las colas en los aeropuertos fueran mucho más largas. Triunfó en las redes la fotografía de un hombre mal vestido tomándose un café en un aeropuerto con la leyenda: ¿Terminal de autobuses o aeropuerto?).

Más que una división regional, que es, obviamente, la única que se puede medir fielmente después de los comicios, las encuestas indicaron claramente una división por nivel de ingresos y educación. En la parte superior de la pirámide de renta, las preferencias se decantaban por Aécio; en la base, Dilma obtuvo la mejor posición. El estrato intermedio de la población quedó dividida. Para mucha gente fue realmente difícil elegir. Tomemos como ejemplo a un funcionario público de uno de los bancos estatales: por un lado su salario aumentó durante los gobiernos del PT, después de que hubiera sido estrujado durante el gobierno de Cardoso; por otro lado, vio cómo el organismo para que el trabajaba (un proceso que se extendió por casi todas las instancias de la maquinaria estatal) era literalmente invadido por miembros de sindicatos vinculados al PT.

Resultado: Dilma Rousseff ganó con el 51,64% (54.501.118 votos) contra el 48,36% (51.041.155 votos) de Aécio Neves. Más de 30 millones de ciudadanos no pudieron votar, lo que puede parecer sorprendente, pero sigue la senda de la historia de las elecciones pasadas.

Tras el análisis de la elecciones estatales es el momento de cerrar el análisis abordando un tema que sin duda no se le habrá escapado al lector, sobre todo al más atento: si hay un consenso entre los dos grandes partidos en la necesidad de hacer reformas fiscales, inversiones en infraestructura y en la reforma política, ¿por qué no se han hecho todavía?

Juegos malabares y dilemas

Desculpem o transtorno, estamos tentando mudar o Brasil
(Manifestante anónimo, junio de 2013)

En un país lleno de contradicciones, como hemos apuntado, en el que ya se ha dicho que hasta el pasado es incierto, y en el que, según el escritor de Porto Alegre Luís Fernando Veríssimo el fondo del pozo es tan sólo una etapa; en un país donde, como propone el sociólogo Francisco de Oliveira, los sectores más avanzados de la economía hacen funcionar los sectores más atrasados formando una estructura social tan extraña que podría compararse a un ornitorrinco, la respuesta a nuestra pregunta puede ser formulada de una manera muy simple y directa: las reformas, defendidas de manera casi consensuada por los intelectuales, por Dilma Rousseff y por Aécio Neves no se hacen realidad porque los políticos no tienen ningún interés en promoverlas, porque realmente están en su contra.

En Brasil hay docenas de partidos políticos que comparten un único proyecto: aprovecharse del poder y, a través del ejercicio de sus atribuciones, defender los intereses de los que financian sus de las campañas. Se estima que las últimas elecciones (en las cuales fueron elegidos, además del presidente, gobernadores, senadores y diputados) costaron 24.635 millones de euros, y que más del 80% fue financiado por empresas privadas. El mecanismo es muy simple: la empresa financia a un político que necesita dinero para hacer la campaña electoral; una vez en el poder, el representante del pueblo no se centra en defender un proyecto sino en defender los intereses de sus patrocinadores, amén de los privilegios para sí mismo, como una jornada laboral de tres días a la semana, salarios desproporcionados con respecto a la mayoría de la población y ventajas tales como las ayudas para gastos de representación, billetes de avión, etcétera.

Cuando el poder ejecutivo necesita tener alcanzar la mayoría en el Congreso lo intenta a base de la simple reparto de dinero, comprando los votos de los parlamentarios. Es lo que ocurrió en los escándalos de la compraventa de votos para la aprobación de la enmienda que permitió la reelección de FHC, y de Lula da Silva. Otra variante es el reparto de cargos en empresas estatales, ministerios y agencias reguladoras. La consecuencia de todo eso no es difícil de describir: las empresas estatales se han convertido en antros de corrupción, con gente preparada y exceso de trabajadores. Por ejemplo, algunos de los responsables de los 39 ministerios nunca han sido recibidos por la presidenta Dilma Rousseff en una audiencia privada. En cuanto a las agencias reguladoras, que se encargan de supervisar el funcionamiento del mercado para proteger al consumidor, se han convertido auténticos zorros al cuidado del gallinero, defendiendo los intereses de las empresas contra el de los consumidores.

Y esto no es un procedimiento exclusivo de los poderes ejecutivo y legislativo al nivel federal; se produce también en los estados. En Río de Janeiro, por ejemplo, los incómodos ferries que conectan la ciudad a Niterói transportan diariamente casi 100.000 personas, pero cuestan proporcionalmente más que muchos transatlánticos de lujo. Proyectos que mejorarían el tráfico, como el metro que uniría la ciudad de Río de Janeiro con Niterói, o la construcción de estaciones de ferry en São Gonçalo, esperan ser aprobados desde hace más de 40 años. Mientras las compañías de autobuses se benefician de una de las mayores tasas de todo Brasil y aparecen entre los principales financiadores de las campañas electorales del Estado.

Investigar el origen del patrimonialismo en Brasil nos haría remontar a clásicos como Raíces de Brasil, de Sérgio Buarque de Holanda, y Los dueños del poder, de Raymundo Faoro. Pero dicho estudio supondría ir mucho más allá en el alcance del que nos permitiría este artículo. Así, en lugar de buscar los orígenes del fenómeno, concluiremos con el relato de los últimos acontecimientos vinculados a él.

Parece evidente que el impulso para un cambio en un sistema político como el que describimos debe venir de fuera. Y fue precisamente lo que pasó. En junio de 2013 una multitud de personas salió a las calle en una ola de protestas que comenzó por la subida de precios de los billetes de autobús en varias ciudades de Brasil. Convocadas por Facebook, la más concurrida se celebró el 20 de junio. De manera simultánea, hubo manifestaciones en más de 400 ciudades, con diferentes banderas ondeando al viento y sin líderes. En total más de 1 millón de personas tomaron las calles. Todas tenían un común denominador: el repudio de los partidos políticos, de algunos grupos estudiantiles y de las centrales sindicales adoptadas por el PT, además de la reclamación de mejores servicios públicos y la total condena de la corrupción. Durante las semanas siguientes las protestas fueron gradualmente perdiendo fuerza. Aun así, las manifestaciones de junio entraron en la historia como las más concurridas de los últimos 20 años, y consiguieron que se grabara en la agenda del país más grande de América Latina el tema de la reforma política. Un asunto que siguió siendo debatido en los medios de comunicación y durante la última campaña electoral, aunque de manera difusa…

El 27 de octubre pasado, en su primer discurso como presidenta reelecta, Dilma Rousseff, quien en su primer mandato seguía negociando con cargos a cambio de apoyo, anunció que iba a dar prioridad en su segundo mandato a la realización de una amplia reforma política. Parece haber comprendido que el país se está volviendo ingobernable debido a un sistema estructurado precisamente para gobernarlo. La presidenta tiene ante sí un dilema: o contradice los intereses de su base parlamentaria, arriesgando poner en peligro la gobernabilidad, para promover reformas y hacer inversiones que desbloqueen el crecimiento del país, o va a seguir, como bien apuntó el periodista Elio Gaspari “pulsando los botones de una máquina que parece estar atascada”, haciendo juegos malabares con las cifras oficiales, en lo que se ha llegado a llamar la “contabilidad creativa”, y hablando de los logros del pasado mientras el país se hunde en la ineficiencia.

Eva Coronado es periodista especializada en temática internacional y cultura. En FronteraD ha publicado La revolución pendiente en Bielorrusia y el espejo de Ucrania. Bruno Leão es economista historiador brasileño y se encuentra actualmente afincado en la ciudad de Niteroi, en el estado de Río de Janeiro.

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