CulturaDemocracia y PolíticaÉtica y MoralHumanismoRelaciones internacionales

José Rodríguez Iturbe: El reto de la civilización del presente

(Los desafíos de una agonía)

Fans de José Benjamín Rodríguez Iturbe‎

 

 

GLOBALISMO Y CULTURA DOMINANTE

La visión de lo humano y de la naturaleza en su conjunto ha sufrido una alteración muy grande. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) lo señaló con claridad: “Estamos instalando —dijo—una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que da como última medida solo su propio ego y sus deseos”. Y añadió: Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo”. Eso lo vemos en la civilización que agoniza, con una agonía llena de desafíos

La ideología de género y el ambientalismo de la llamada ecología profunda son expresiones de un dogmatismo profundamente anti-humano. Con la ideología de género pretende sepultarse la realidad de la persona como ser hecho a imagen y semejanza de Dios, hombre y mujer. Pretende imponerse que la realidad personal sexuada es solo una opción cultural subjetiva: cada quien es lo que piensa o desea ser y no lo que es. Con la ecología profunda no se busca al respeto ambiental, sino la negación de la dignidad de la persona desde un nuevo panteísmo: el ser humano es visto como depredador enemigo de la naturaleza. A la lucha de clases y a la lucha de razas de los totalitarismos del siglo XX, se propone sustituirla ahora con la lucha de sexos y con el antagonismo supuesto entre persona humana y medio ambiente. 

Son algunas de las propuestas del globalismo que se llama a sí mismo progresismo. El globalismo es una ideología difusa que plantea el individualismo liberal extremo, llegando a posturas colindantes con el anarquismo. Es también un economicismo que considera el dominio privado del avance tecno-científico como elemento fundamental para el control hegemónico de la vida política. 

Proclama la eliminación de la familia como núcleo social básico. La deconstrucción social exige su eliminación por su función natural integradora. Para ello, se busca la degradación de la mujer. Se niega dignidad y relieve a la maternidad. Sin familia no hay nación; y sin conciencia nacional, no hay patria.

Se buscan nuevos cauces de reproducción que permitan modificar la especie humana. Se reviven, incluso, intentos eugenésicos del nazismo y del bolchevismo.  El hombre se presenta como dueño de la vida y de la muerte. Es la negación de civilización con savia judeo-cristiana. Se postula la separación del hombre con Dios. Y, divinizado el ser humano, se procede entonces a la proclamación de identidades, como mónadas que ayudan a la deconstrucción social: por clases, por edades, por sexos, por razas, por gustos, etc. La dignidad del individuo se coloca en su radicalidad identitaria. 

 

LA PROYECCIÓN POLÍTICA Y SU DIMENSIÓN INTERNACIONAL

 

Todo lo anterior ha tenido proyección política en el Plan 2030 de Naciones Unidas, en conjunción con los planteamientos del Foro Económico Mundial de Davos. En realidad, el globalismo es la alianza de quienes poseen el poder de la Big Tech y tienen en sus manos el desarrollo de la inteligencia artificial, con los detentadores del poder económico y político. El poder real de tal alianza no está principalmente en los Estados. Éstos están sometidos al poder supra y extra estatal de quienes se sienten los nuevos dioses poseedores del futuro. 

Ello ha conducido a la utilización de las organizaciones internacionales para la deconstrucción del mismo orden internacional, sin excluir el recurso a la violencia revolucionaria o a la confrontación bélica.

Los intereses del globalismo procuran la pérdida del sentido histórico de las personas y los pueblos. Con conciencia histórica se hace muy difícil desarrollar su estrategia de dominación. Se buscan sujetos pasivos sin vínculos con el pasado. Se procura no solo adulterar la historia y eliminar los símbolos patrios, sino exacerbar identitariamente, con la política del resentimiento, a minorías indígenas. El globalismo no busca la integración y desarrollo de éstas, sino su reduccionismo a perpetuas minorías con el sino histórico del reclamo por un pasado que, a menudo, se ignora y desfigura. 

Los grandes intereses privados supra y transnacionales conservan en sus manos la capacidad de influencia y el poder de negociación. Eso lleva a un giro copernicano, en la concepción y desarrollo de las relaciones internacionales. El realismo tradicional veía una unidad en la política del Estado: la política interior y la política exterior eran el anverso y el reverso de una misma medalla. Consideraba, además, que la política exterior tenía como norte permanente el interés nacional; y traducía el interés nacional en términos concretos de seguridad y defensa.

La cultura dominante considera la soberanía nacional como un concepto del pasado. Aspira a determinar desde la política exterior global la política interna de cada Estado Nación. Puede decirse que, para ella, en términos reales, la soberanía nacional está muerta y enterrada, o, al menos muy disminuida.

Sería una ingenuidad desconocer que quienes prioritariamente controlan los avances tecno-científicos poseen alianzas operativas con los grandes centros de poder político mundial en función de la agenda globalista. A esas alianzas no les interesa tanto la política interior de los Estados. Les interesa, sí, que en ésta se refleje la agenda globalista. Los premios y castigos están a la orden: si aceptan e imponen en el orden interno la agenda globalista, los regímenes tendrán la calificación de progresistas y sus dirigentes obtendrán reconocimientos internacionales; en caso contrario, se difundirá sobre ellos una imagen negativa y, por supuesto, quedarán al margen de todo tipo de reconocimientos.

El progresismo, como expresión post marxista de un liberalismo individualista extremo, lindante con el anarquismo, presumirá de avanzada social y política, aunque no presente programas coherentes y sus experiencias hayan sido marcadas por la incompetencia y la corrupción. La solidaridad del globalismo progresista más que en vínculos de amistad programática se asienta en nexos de complicidad. Su agenda da atención prioritaria a países productores de materias primas o de reservas probadas consideradas de valor estratégico (petróleo, hierro, oro, diamantes, coltan, thorium, etc). A la agenda globalista le interesan esas riquezas, pero no los Estados en cuyos territorios están; ni tampoco el bienestar y desarrollo de sus poblaciones.

 

EL GLOBALISMO Y AMÉRICA LATINA

 

La agenda post marxista del globalismo fue adoptada estratégicamente en América Latina después de la Caída del Muro de Berlín, en 1989. Es, por tanto, un fenómeno post Guerra Fría. Impulsado por la Cuba castrista se organizó el Foro de Sao Paulo, como estructura de cooperación y de formulación de políticas para una izquierda huérfana luego del desplome del Bloque Socialista y la desaparición de la URSS. La puesta al día de sus políticas vino dada, 30 años después, en 2019, con la aparición del Grupo de Puebla. Allí aparecen variados personajes de la izquierda social-comunista o social-demócrata de todos los países latinoamericanos y España.

Se trata de una izquierda bastante amplia que compartía y comparte in genere los postulados de un marxismo gramsciano. Es una izquierda que en el último tercio del siglo XX había decidido, en el mundo desarrollado, cambiar las banderas de la revolución social por la revolución sexual. Desde entonces buscó no adaptar la sociedad a su programa, sino adaptar su programa a la sociedad, considerando como rasgos definitorios del cambio los fenómenos que evidenciaban una ruptura cultural. Hicieron así, de esos vientos de cambio en el comportamiento social, su nuevo programa de combate histórico. Olvidaron los dogmas del leninismo clásico y nadaron (y nadan) con el favor de la corriente de la decadencia de la postmodernidad, sin cuestionar sus postulados histórico-filosóficos, sino radicalizándolos al máximo.

Todo eso coincidió con que ya daba abundantes frutos lo que la Escuela de Frankfurt en su primera generación había sembrado en los Estados Unidos desde la década de los 30 del siglo pasado. (Después de brevísima escala en Suiza, la primera generación de la Escuela de Frankfurt ―Adorno, Horckhaimer, Marcuse, Fromm [quien luego se separó]―emigró a los Estados Unidos al llegar el nazismo al poder, en 1933. Fue acogida inicialmente por la Universidad de Columbia; y, luego, se trasladó a California, hasta el final de la II Guerra Mundial, cuando sus representantes regresaron a Alemania).

Así, el neo-marxismo, el post-marxismo y el globalismo fueron logrando consistencia programática, comenzando un romance ideológico político que culminó en una boda histórica que dura hasta el presente.

Si no se le quiere llamar boda, para reflejar mejor su pensamiento se le puede llamar aparejamiento o como se quiera. Pero lo cierto es que en Estados Unidos ha copado el discurso de los liberals, ha hecho un casus belli la imposición de lo políticamente correcto y ha transformado su liberalismo en fanatismo. Esos sectores del establecimiento americano han sido desde fines del siglo pasado, y siguen siendo en la actualidad, los grandes aliados, en todos los órdenes, del post marxismo continental del Grupo de Puebla/Grupo de Sao Paulo.

Esa gran alianza, prácticamente, hasta hoy, no ha encontrado alternativa. Muchas de las élites políticas de América Latina han reducido su mensaje a un economicismo. Ese economicismo se agota en un discurso conservador sin aliento de justicia social. Constituye sólo otra forma de planteamiento del individualismo liberal que no supone un cuestionamiento de los postulados antropológicos de la modernidad y de la post modernidad. Carece, por tanto, de aliento de libertad y justicia. Coinciden en mucho con los planteamientos del globalismo en cuanto a la separación del hombre de Dios y de la moral de la política. 

 

LA ACTUAL DECONSTRUCCION INTERNACIONAL

 

El orden internacional surgido de la II Post Guerra parece estar llegando a su fin. La Organización de las Naciones Unidas nació con el impulso humanista de reafirmar la dignidad de la persona humana, después de los horrores del nazi-fascismo. El orden internacional refleja aún los intereses de los vencedores en la II Guerra Mundial. Eso queda evidente en las potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El globalismo hace ver a la ONU y a las organizaciones regionales como la OEA, como ejemplos de arqueología política. La vigencia del globalismo de facto parece prevalecer sobre la vieja estructura internacional que aún existe de iure. Se nota hasta en la estructura institucional de la Unión Europea, cuya dinámica actual tiene poco que ver con los ideales de los Padres de Europa, parteros del Tratado de Roma de 1957 (Alcide De Gásperi, Konrad Adenauer y Robert Schuman).

Al margen de la estructura institucional de iure del orden internacional, se desarrolla una estructura y una dinámica paralela gestada y animada por los factores de poder real a nivel mundial.

La más clara y pública manifestación de lo anterior estuvo en la declaración pública de la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jinping, en Beijing, con ocasión de las Olimpíadas de Invierno, en vísperas de la invasión de Rusia a Ucrania en 2022.

Después de ello el invitado estrella en el Foro de Davos fue Xi Jinping.

Los precedentes y el desarrollo de la invasión ordenada por Putin recuerdan los incidentes previos a la II Guerra Mundial, con la Anschluss de Austria, la anexión de los Sudetes por Hitler; y los Pactos Stalin-Hitler (Molotov-Ribbentrop), que condujeron a la invasión conjunta del III Reich y de la URSS contra Polonia y su reparto, así como a los pragmáticos entendimientos entre los totalitarismos nazi y comunista sobre zonas de influencia geopolítica.

La crisis motivada por la acción de fuerza de Rusia, altera radicalmente el orden internacional. Así como la invasión a Etiopía, por Mussolini, en 1935, señaló la caducidad de la Sociedad de Naciones y del intento de orden post I Guerra Mundial, la invasión a Ucrania por Putin en 2022 puede señalar, ante la impotencia visible de la ONU, la caducidad del orden post II Guerra Mundial.

Sería una ingenuidad considerar que la guerra de Ucrania sólo afecta al orden europeo. El Pacto entre la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping (30 años de duración, “no hay áreas prohibidas de cooperación”, y comprende un amplio espectro de temas que van del económico al militar); así como el Pacto entre la China de Xi Jinping y el Irán de los Ayatolás, no pasan desapercibidos para quien siga con atención los asuntos internacionales.

 

HUMANISMO Y CIUDADANÍA

 

La pregunta, ante todo lo anterior, es ¿Qué hacer?

Estamos viviendo un tiempo que Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) llamó Era Neopagana. Para superar con éxito su agonía es necesario tener conciencia de que hoy el combate político es un combate cultural.

Ello plantea la consideración humanista de la ciudadanía. La vinculación de la ciudadanía con la cultura lleva a la vinculación de la cultura y la política. 

Un Estado con instituciones sólidas reclama una fuerte conciencia ciudadana. Sólo ciudadanos con sindéresis pueden, de veras, dar vida, dinamismo y corrección a las instituciones; y sólo con instituciones en proceso de perfeccionamiento continuo puede lograrse la dignificación de la vida comunitaria, el fortalecimiento de los nexos societarios, la búsqueda sin solución de continuidad del bien común o fin social. 

La conciencia ciudadana es una conciencia protagónica. La carencia de conciencia ciudadana conduce a la anomia, a un individualismo disgregador, a una presencia en los espacios de lo público sin otro incentivo que el interés egoísta. 

La conciencia ciudadana, tipifica, desde el punto de vista histórico-político, el tránsito del súbdito al ciudadano. El súbdito acata y obedece. El ciudadano razona, critica, propone y participa. El súbdito es el sujeto de sociedades cerradas. El ciudadano es el sujeto de sociedades abiertas. El súbdito es el pasivo sostenedor de la llamada razón de Estado. El ciudadano es el activo defensor de la llamada razón de humanidad. El ciudadano está llamado a integrar sociedades funcionales, racionalmente ordenadas, de aliento crítico y necesario debate. La conciencia ciudadana es necesaria para el ejercicio de la libertad. “Sin libertad la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera”, sentenció atinadamente Octavio Paz.

 

LA TAREA DE LOS INTELECTUALES

 

Si hoy el combate político es combate cultural, la función de los intelectuales es insustituible. La función del intelectual en la política es una función crítica para la defensa de la libertad contra el despotismo; vale decir, para la defensa de la democracia.

El intelectual no está para servir sumisamente al poder, sino para criticarlo. La crítica del poder es condición de toda crítica.

Por eso, la función del intelectual no es cómoda: debe enfrentar los fanatismos, nutridos de cegueras fratricidas y de odios irracionales. 

Empinada, dura, puede hacerse la ruta para el intelectual que está dispuesto a denunciar, con voz clara y coraje no sujeto a precio, las violaciones a la humana dignidad, con las cuales no puede haber política que merezca alabanza, sino de cínicos, criminales y corruptos. 

La función crítica del intelectual en la política encuentra como obstáculo permanente la progresiva extensión de la política espectáculo, concebida para masificar, no para razonar, dialogar y debatir. La política espectáculo busca, simplemente, excitar sentimientos, provocar adhesiones emotivas. En tales circunstancias el experto en marketing sustituye al hombre de ideas; el vendedor sustituye al creador: los “resultados” se consideran con prioridad respecto a los principios. Cuando ello ocurre, tanto la racionalidad como la moralidad política resultan seriamente afectadas. De allí, el desprestigio de la política y de los políticos en un horizonte en el cual el diálogo auténtico y el debate verdadero, armas de la crítica honrada, resultan sustituidas por la imagen, en un proceso en el cual la vida pública se degrada a comedia, si no a tragedia.

 

IDOLATRÍA Y POLÍTICA

 

Octavio Paz señaló que la ausencia de virtudes morales en el político (o, para decirlo en negativo, la coyunda de los hábitos viciosos) facilita, no sólo la anemia de la vida pública sino la posible asfixia de la dignidad humana y de las libertades republicanas. El hedonismo resulta, así, la causa mayor del aburguesamiento de los espíritus y de la generalización mayoritaria de una democracia sin valores. “Cuando la virtud flaquea —dijo Paz— y nos dominan las pasiones —casi siempre las inferiores: la envidia, la vanidad, la avaricia, la lujuria, la pereza— las repúblicas perecen. Cuando ya no podemos dominar a nuestros apetitos, estamos listos para ser dominados por el extraño. El mercado ha minado todas las antiguas creencias —muchas de ellas, lo acepto, nefastas— pero en su lugar no ha instalado sino una pasión: la de comprar cosas y consumir éste o aquél objeto. Nuestro hedonismo no es una filosofía del placer sino una abdicación del albedrío [….] El hedonismo no es el pecado de las democracias modernas: su pecado es su conformismo, la vulgaridad de sus pasiones, la uniformidad de sus gustos, ideas y convicciones”.

La civilización que fenece es una civilización idolátrica. Los totalitarismos contemporáneos y sus derivados light enseñan que la conversión de los símbolos políticos en símbolos sagrados, equivale a buscar la sustitución de Dios por el Líder, a la suplantación de la realidad sobrenatural por la estricta dimensión natural pero convertida en totem, como una especie de amuleto maligno que anula la capacidad del reconocimiento de Dios que el Creador ha dado a la criatura humana. 

Cuando se sustituye la obediencia a Dios por la sumisión total al poder enfermo de las tiranías, cualquier tipo de aberración puede, tristemente, cobrar visos de realidad. 

El Estado tiránico es equivalente al Estado forajido. El terrorismo de Estado ni siquiera busca justificación. Quienes reprimen, consideran que está en su naturaleza reprimir. Para esa praxis no se requiere pensar, sino ejecutar sin mayores razonamientos. Se pone de relieve el engranaje del mal de un sistema corrompido y corruptor, en sus propias raíces, el cual, en vez de perfeccionar, desperfecciona a aquellos que lo integran, que se creen fatuamente señores de la historia.

Resulta difícil la re-educación del atrapado por la idolatría ideológica. No manifiesta ningún tipo de arrepentimiento por sus crímenes, ningún deseo de corrección. El sentimiento moral de remordimiento es sustituido por el resentimiento, alimentado por la negación apriorística de cualquier crítica a su postura. Y sustituido el arrepentimiento por el resentimiento, será la contumacia moral y política la que marque el empecinamiento en su torcido camino, incapaz de toda rectificación verdadera. Sólo la dureza de la derrota y su forzada reinserción en la realidad permitirá un reconocimiento de sus errores y de las tragedias que causó a quienes tuvieron la desgracia de padecer su hegemonía. 

Siempre la idolatría política tiene un fondo de ateísmo. El ídolo busca ocupar el puesto de Dios. El ídolo reclama el culto a sí mismo en lugar del culto debido a Dios. Por eso requiere la fanatización de la opinión: si ocupa el lugar de lo divino, lo contrario a él debe ser satanizado, condenado como algo diabólico. Es la lógica a la inversa de Belzebú, que busca el camouflage de la simbología política. Así, en la seudo-liturgia idolátrica del totalitarismo político siempre hay algo de aquelarre.

Los totalitarismos de cualquier signo ideológico buscan un tipo de existencia colectiva en la cual la comunidad está considerada como una iglesia al revés. Suelen ser profundamente ajenos a la religión propiamente dicha, pero intentan la configuración de un corpus político de apariencia seudo-religiosa. Buscan que sus seguidores se sientan vinculados por la seudo-fe de su ideología, y que los integrados por ella conserven respecto a la jerarquía religiosa secularizada —la dirigencia del Partido o del Movimiento— una obediencia ciega nutrida de la aceptación de sus seudo-dogmas. Para la custodia de éstos últimos, la seudo-iglesia tiene, a imitación secularizada de la comunidad religiosa de creyentes, un “magisterio” y unos “custodios de la ortodoxia” ideológico-política. Pero el pueblo de Dios no es el pueblo de los ídolos. Los idólatras no son los creyentes. Ni los pretendidos sustitutos de Dios tienen nada que ver con Dios mismo. Las seudo-iglesias totalitarias, han culminado siempre en un estruendoso fracaso cultural, social, político y económico. Los constructores de paraísos artificiales se han mostrado siempre incapaces, de dar cabal respuesta al ansia de felicidad de la criatura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios.

 

UNA NUEVA SÍNTESIS HUMANISTA

 

El globalismo de la cultura dominante se muestra, en la actualidad, a rostro descubierto. El combate es cultural y político. La agonía de la civilización exige una respuesta humanista que permita redescubrir y afirmar la dignidad intrínseca de la persona humana y el respeto histórico-cultural a la dignidad de los pueblos.

 Deseo concluir con tres citas de Benedicto XVI, recientemente fallecido, que son un homenaje a su persona y enseñanza:

 “Nosotros, los alemanes […] —dijo ante el Parlamento Alemán en 2011— hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó a él; cómo se pisoteó el derecho de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar al mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo” (Parlamento Alemán, 22 septiembre 2011).

Los ‘mesianismos prometedores, pero forjadores de ilusiones’ basan siempre sus propias propuestas en la negación de la dimensión trascendente del desarrollo, seguros de tenerlo todo a su disposición. Esta falsa seguridad se convierte en debilidad, porque comporta el sometimiento del hombre, reducido a un medio para el desarrollo, mientras que la humildad de quien acoge una vocación se transforma en verdadera autonomía porque hace libre la persona” (Enc. Caritas in veritate, 2009).

Los aspectos de la crisis y sus soluciones, así como la posibilidad de un nuevo desarrollo futuro, están cada vez más interrelacionados, se implican recíprocamente, requieren nuevos esfuerzos de comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista”. (Enc. Caritas in veritate, 2009).

 

JRI –  Pofesor de Historia de las Ideas y del Pensamiento Político en la Universidad de La Sabana, Bogotá. Colombia.

25 enero 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba